Abraham engendró a Isaac, y los hijos de Isaac fueron Esaú e Israel.
1 Crónicas 1:34
Es un versículo muy corto que nombra a los dos hijos de Isaac, pero llama poderosamente la atención el hecho de que a uno se le llama por el nombre que recibió al nacer y al otro se le llama por el nombre que recibió después de parte de Dios.
Porque a Esaú, también le fue dado otro nombre, el cual es Edom, y que recibió en el momento en que puso su primogenitura como pago a su hermano, por un guiso para saciar su hambre.
Sin embargo en este registro se resalta el nombre de Israel no siendo solamente el nombre de la persona quien lo porta, sino de la nación que Dios hace de él.
A Esaú le es llamado por su nombre particular porque, aunque de él también salió la nación llamada Edom, ésta no perduró en el tiempo y acabó siendo destruída en tiempos de Macabeo.
La omisión del antiguo nombre de Israel sugiere el cambio en su persona y, por consiguiente, en su proceder y en su propósito de vida.
Porque Jacob era su nombre, y así actuó, conforme su nombre significa, suplantador, haciéndose pasar por su hermano para quedarse con la bendición del primogénito en el lecho de muerte de su padre Isaac.
Y Dios en Su misericordia lo restauró, llamándolo Israel y poniéndolo por patriarca del pueblo que portará el anuncio de salvación al hombre, revelado por Dios a los profetas.
Pues Israel es la nación nacida para el perpetuo reino de Dios. Es la nación que Él hizo nacer para que de ella naciera Dios Hijo, en la persona de Jesucristo, para darse en rescate por todos los hombres y abrirles el acceso a la vida eterna, en reconciliación con Dios, por medio de Cristo.
También nos es dada una nueva identidad a todos los que creemos que Jesús es el Señor y lo recibimos como Salvador personal, siendo restaurados por el Espíritu Santo en una nueva identidad santa y libre de la esclavitud del pecado.
Aunque, en momentos de debilidad o inmadurez espiritual, uno se ve tentado a echar la vista a su pasada manera de vivir y mencionar su antiguo nombre, el cual es "Pecador", esto no debe convertirse en una costumbre cristiana sino más bien en algo que ha de quedarse cada vez más en el olvido para abrazar con fuerza nuestro nuevo nombre "Justificado en Cristo", y continuar formando Su carácter en nosotros.
En casos de hermanos que no se desarraigaban de su antigua identidad se encontraban los Corintios, a quienes Pablo les reprendió en varias cuestiones, siendo esta la principal, anotando:
"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas."
2 Corintios 5:17
Y entre estas cosas nuevas está el propósito por el que Dios nos ha llamado a cada uno, como miembros que somos del cuerpo de Cristo, como función principal aquí en la tierra.
Sobre esta función ya nos fue anunciando nuestro Señor Jesucristo durante el sermón del monte:
"Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud,sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos."
Mateo 5:13-16
Sal de la tierra y luz del mundo, ambas acciones para la misma función, que es avivar al mundo expandiendo la luz de Cristo a todos los hombres.
Así pues, como Israel adquirió un nuevo propósito con su nueva identidad, nuestra aspiración como hijos de Dios debe estar ajustada a nuestra nueva identidad y no a la antigua.
Es cierto que hay momentos en la vida que se nos hace complicado el caminar en Cristo, esto suele ser porque nos dejamos influenciar por miedos o preocupaciones, en tiempos en que las malas noticias se van sucediendo una detrás de la otra, en este mundo.
Pero esto no nos debe afectar hasta el punto de desistir para volver a lo que fuimos.
Para tal caso tenemos ejemplo de los creyentes de la dispersión a los que escribió Pedro. Que, ahogados en la angustia de las persecuciones romanas y de las presiones del judaísmo, que les ofrecían protección a cambio de renegar de Cristo, muchos llegaban a sentirse tan persuadidos que acababan cediendo para volver a su antigua vida y costumbres judías.
Y como en peor situación que nuestros hermanos los receptores originales de la carta de Pedro, no vamos a estar, tomemos, pues, para nuestro aliento personal las palabras que fueron para ellos y nos servirán en nuestros días de flaqueza:
"Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios. Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías."
1 Pedro 4:1-3
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