Los hijos de Judá: Er, Onán y Sela. Estos tres le nacieron de la hija de Súa, cananea. Y Er, primogénito de Judá, fue malo delante de Jehová, quien lo mató. Y Tamar su nuera dio a luz a Fares y a Zera. Todos los hijos de Judá fueron cinco.
1 Crónicas 2:3-4
[Porque Dios no es un dios de improvisaciones ni de cabos sueltos, ni un dios de casualidades ni de destinos desatinados. Dios es el Creador de todas las cosas, Omnisciente, Omnipotente y Omnipresente, y a Él no se le escapa detalle que pueda frustrar Su plan, trazado ya desde antes de la fundación del mundo.]
Tras esta breve introducción nos adentramos a los versículos de hoy que registran los hijos de Judá.
Y el pasaje muestra, en una forma muy resumida, la soberanía de Dios. El cómo Su plan siempre se cumple al márgen de las circunstancias.
A quien no conozca la historia, el cronista no se confundió añadiendo a su nuera, para enumerar los hijos de Judá, sino que con este detalle se evidenciaría una genealogía especialmente supervisada desde lo Alto.
Porque Dios determinó que sería a través de Abraham que le sería dada descendencia y que de ella saldría una nacíón, Israel, de la cual nacería el Mesías, mediante el linaje de Judá.
Y así lo hizo anunciar Jacob a Judá, su hijo, mientras lo bendecía en su lecho de muerte.
"No será quitado el cetro de Judá, Ni el legislador de entre sus pies, Hasta que venga Siloh; Y a él se congregarán los pueblos. Atando a la vid su pollino, Y a la cepa el hijo de su asna, Lavó en el vino su vestido, Y en la sangre de uvas su manto. Sus ojos, rojos del vino, Y sus dientes blancos de la leche."
Génesis 49:10-12
Lo esperable, humanamente hablando, es que del primogénito de Judá fuera continuada la descendencia hacia el Mesías prometido.
Pero por la actitud de éste, su esposa Tamar quedó viuda antes de tener hijo. Su hermano Onán, que debía dar continuidad a su nombre, casándose con su cuñada y dándole descendencia, no quiso cumplir con el deber conyugal y también murió. Quedando Sela, el menor de los hermanos, en el compromiso de casarse con Tamar, Judá no quiso arriesgarse a perderlo también. Así que la mandó de vuelta junto con sus padres, hasta que el joven creciera y dejó pasar el tiempo, teniéndola casi en el olvido.
Y aunque, leído esto, uno pudiera pensar que ya se quedó sin descendencia, esto no fue así. Sino que conforme el plan que Dios había ya trazado, sería el mismo Judá que acabara teniendo dos hijos con Tamar, su nuera, habiéndola confundido con una ramera, por querer desquitarse tras quedarse viudo.
Y es que de algún modo u otro se va a acabar cumpliendo siempre la voluntad de Dios. Aunque de primeras se presenten las mil y una oposiciones a Su plan Divino, Satanás no puede frustrar lo que Dios ya ha establecido.
Porque lo que Dios establece hecho está desde la eternidad y nadie puede, sino el Eterno, acceder a la eternidad para frustrar, cambiar, establecer o deshacer nada.
Y así nació el Mesías, dando cumplimiento a lo que Dios dispuso a anunciar a los hombres, por medio de los profetas, Dios Hijo hecho hombre y puesto en un pesebre al nacer como perfecto cordero que vino para ser inmolado.
Creció y vivió entre nosotros, como todo hombre, pero sin pecado. Y cuando llegó la hora en que el plan perfecto de salvación se diera a cabo, fue entregado para ser muerto en la cruz del Calvario. Murió, fue sepultado y al tercer día resucitó dejando, en su tumba vacía, el sudario en señal de que aún ha de volver sobre la tierra.
Y volverá, porque así lo ha establecido, y pondrá Su trono en Sión para reinar en la tierra por mil años, ejecutando Su paz y Su justicia sobre todas las naciones, hasta llegado el día en que juzgará a vivos y a muertos ante el gran trono blanco, que es cuando Dios ha determinado que sea totalmente finiquitada la existencia de Satanás, de la muerte y de toda la maldad.
Después de esto reinará la paz eternamente y viviremos por siempre en la gloriosa presencia de nuestro Señor Jesucristo y nuestro Dios eterno y Padre celestial.
Pero para disfrutar de esto último Dios también ha establecido que es necesario primeramente haber creído en Jesús y haberlo aceptado como Señor y Salvador personal, viviendo conforme a Su carácter, de forma desligada a la pecaminosa vida de este mundo.
Cierto es que para el que acepta a Cristo en su corazón le es dada una nueva vida en Él y es guiado por el Espíritu Santo que ha hecho de él su morada.
Pero la existencia de la naturaleza humana persiste mientras aún viva este cuerpo de carne y huesos sobre la tierra, y éste está aún atado a la ley del pecado y de la muerte.
Vemos que el hombre que ha nacido de nuevo en Cristo es salvo, libre y eterno en Cristo, mas su cuerpo externo se debilita y muere.
Gracias a Dios que la muerte sólo azota una vez al hombre, porque así Él lo ha establecido, y sin embargo la resurrección es eterna.
"Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan."
Hebreos 9:27-28
A veces notamos los azotes de nuestra debilidad en la carne y el desánimo parece hacerse espacio entre nuestros sentimientos, pero recordemos ésto: Nadie puede frustrar lo que Dios ha establecido, y Él ha establecido la vida eterna para todo aquel que está en Cristo.
Bajo esta premisa mantengámonos firmes en Cristo y seguros de nuestra fe. Porque las circunstancias terrenales, por duras que sean, son efímeras frente a la eternidad, que tenemos asegurada en Él.
"¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro."
Romanos 8:35-39
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