E Isaí engendró a Eliab su primogénito, el segundo Abinadab, Simea el tercero, el cuarto Natanael, el quinto Radai, el sexto Ozem, el séptimo David,
1 Crónicas 2:13-15
Llegados a los hijos de Isaí, el cronista los enumera, pero no como ha estado haciendo hasta ahora, con los hijos de otros.
Esta vez, en lugar de nombrarlos seguidos, uno detrás de otro, va detallando a cada uno según su orden de nacimiento.
Y aunque debiera nombrar a ocho, se queda en siete, poniendo a David en el último lugar, por ser el menor, el séptimo de ellos.
El autor deja de nombrar a uno de sus hermanos, el cual sería el que naciera justo antes que David.
¿Será que el autor de las crónicas busca relacionar a David con el séptimo lugar, siendo que el número siete representa la perfección o la plenitud?
Sea como fuere, en el texto, el nombre de David ha quedado registrado como el séptimo. El menor de los hermanos pero el que tendrá una gran relevancia en la historia, como rey y como figura del Rey de reyes, que vendrá a ocupar Su trono perpetuo sobre la tierra.
Y es que con David se completó la búsqueda del hombre conforme al corazón de Dios. Aquel a quien iba a ser ungido por rey sobre Israel, en lugar de Saúl, el que había sido puesto según el deseo del pueblo.
Porque siendo que Israel era una nación consagrada a Dios y, por tanto, gobernada por Él. El pueblo no guardó Su ley y se alejaba tanto de Su voluntad que llegó el día en que prefirieron ser regentados por un rey de carne y huesos, como el resto de las naciones, antes que por Dios.
Concedióle Dios este deseo y conforme al corazón del pueblo fue ungido Saúl, benjamita, y así es conocido como el primer rey de Israel.
Pero Saúl no se ajustaba a la voluntad de Dios y contínuamente se dejaba llevar por su parecer. Esto le llevó a cometer tan graves desobediencias que Dios lo abandonó a su suerte aún estando en el trono, mas ya sin la unción Divina, a la cual Dios ya puso nombre, buscándose a un varón cuya vida iba a estar alineada con Su voluntad, en propósito, función y carácter.
"Entonces Samuel dijo a Saúl: Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre. Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó."
1 Samuel 13:13-14
Y así Samuel fue enviado a ungir a quien reinará sobre Israel, haciendo de ella una potente nación, venciendo a todos sus enemigos.
Lo mandó, pues, a los hijos de Isaí, para ungir a Su escogido.
Ocho hijos tenía el hombre, mas siete fueron los que se presentaron, todos de buen porte y robustez. Cualquiera de ellos humanamente hubiera valido, de haber sido escogido por criterio humano.
Pero una premisa detalló Dios a Samuel.
"Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón."
1 Samuel 16:7
Y aún así, le costó asimilarla. Tanto que Samuel fue uno por uno, de mayor a menor, llamándolos y esperando la aprobación de Dios, que no llegaba.
Y es que David no se encontraba entre los candidatos, pues ni siquiera Isaí tuvo a bien el presentarlo como al resto de sus hijos, sino más bien lo mantenía pastoreando en los montes.
"¿Son éstos todos tus hijos?"... Entre la perplejidad y el asombro, sólo le quedaba preguntar ésto. A lo que a Isaí no le quedó otra que mandar a llamar al pequeño.
"Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque éste es."
1 Samuel 16:12
Pero no fue puesto por rey inmediatamente, sino que habiendo sido ungido en secreto, aún reinaba Saúl, aunque ya abandonado del Espíritu de Dios, el cual ahora se posaba sobre David.
Así que desde su unción hasta que pudo tomar el trono tuvo que soportar casi quince años muy peligrosos, de persecuciones, huídas, traiciones e intentos de asesinato, preparándolo y curtiéndolo en batallas, que hicieron de él un rey ejemplar.
Este rey de quien vino el Mesías sobre la tierra, Dios Hijo, el Señor Jesucristo, a reconciliarnos con Dios por medio de Su muerte y de Su resurrección al tercer día. Y que, habiendo ascendido a la diestra del Padre, nos dió de Su Espíritu para perfeccionarnos en Él, hasta el día en que Él vuelva a reinar para siempre sobre toda Su creación.
Mientras tanto, a todos los que creemos en Jesús, y lo tenemos por Señor y Salvador personal, nos es dado el Espíritu Santo, ungiéndonos como hijos de Dios y coherederos juntamente con Cristo, quien nos hace sentar con él en los lugares celestiales.
Pero al igual que al rey David no le fue computado el trono inmediatamente, la recompensa eterna de nuestra heredad no se da sino cuando se cumpla el tiempo de nuestra perfección en Cristo, en nuestros cuerpos glorificados.
También, y por si acaso se nos fuera a olvidar, nuestro perfeccionamiento se va dando a cual David, a base de experiencias que van forjando en cada uno de sus hijos el carácter de Cristo.
Damos gracias a nuestro Padre celestial por hacernos aceptos delante de Él por medio de Jesucristo, conforme a Su corazón.
Y mientras nos vayamos encontrando en las dificultades del día a día en este mundo, recordemos al rey David y su proceso, y sirva para nosotros este consejo de Santiago.
"Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna."
Santiago 1:2-4
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