"Estos son los hijos de David que le nacieron en Hebrón: Amnón el primogénito, de Ahinoam jezreelita; el segundo, Daniel, de Abigail la de Carmel; el tercero, Absalón hijo de Maaca, hija de Talmai rey de Gesur; el cuarto, Adonías hijo de Haguit; el quinto, Sefatías, de Abital; el sexto, Itream, de Egla su mujer. Estos seis le nacieron en Hebrón, donde reinó siete años y seis meses; y en Jerusalén reinó treinta y tres años."
1 Crónicas 3:1-4
Llegamos al registro de los hijos de David, que no fueron pocos, los cuales el cronista ha clasificado por lugar de nacimiento.
Primeramente serán nombrados, de mayor a menor, sus hijos nacidos en Hebrón.
Hebrón es un territorio de un gran valor histórico en Israel, por cuanto allá moraron y fueron enterrados los patriarcas Abraham y Sara.
Tierra también muy luchada hasta conseguirla, a causa de la ocupación por los heteos y los amorreos, entre otros, cuyo antiguo nombre fue Quiriat-arba. Fue dada en propiedad a Caleb durante el reparto de la heredad a las tribus de Israel.
Hebrón supone un esfuerzo pero también una bendición, por cuanto esta tierra fue dada a los levitas y puesta por ciudad de refugio.
Así supuso también a David, tras años de sufrir persecuciones a causa del rey Saúl, que buscaba matarlo, finalmente le vino el descanso en Hebrón, entre la disparidad de sentimientos al enterarse de la muerte en batalla de Saúl y Jonatán en los montes de Gilboa.
En Hebrón fue puesto por rey de Judá y allá reinó por un tiempo de siete años y medio.
Despojado de su etapa de fugitivo en este tiempo fue bendecido con seis hijos, de seis mujeres diferentes, todas esposas suyas.
Aprovechó, pues, bien el tiempo, buscándose una pronta descendencia ya desde la primera etapa de su reinado, aún con Hebrón como capital del reino.
David aún no sumaba ni una década de su reinado, pero la prontitud en hacerse una familia le aseguraba un trono ocupado por su linaje, en caso de que su reinado fuera corto.
Pero Dios dispuso para David una larga trayectoria real, quedándole aún por delante más de tres décadas de reinado sobre Israel, ya desde Jerusalén, sumando un total de cuarenta años en el trono.
Porque aún le quedaba mucho trayecto por recorrer, ya desde esta nueva etapa como rey, hasta llegar a cumplir con el propósito que Dios puso en él, según Su plan trazado desde antes de la fundación del mundo.
Y es que del linaje de David, hijo de Isaí, de la tribu de Judá, nacería el Mesías prometido. El que siendo Dios vino como hombre para entregar Su propia vida en pago por la de todos los hombres y resucitó al tercer día, para librarnos del yugo del pecado y de la muerte, abriéndonos el acceso a la reconciliación con Dios y a la vida eterna.
Y durante el paso de Jesús entre los hombres, anunciaba Su reino, manifestando Su identidad con el cumplimiento de los milagros y señales Mesiánicos anunciados por los profetas.
Muchos no lo quisieron reconocer, empezando por los principales y sacerdotes de Israel. Pero hubo otros que sí, y creyeron en Él, antes, incluso, de la consumación de la obra redentora en la cruz del Calvario.
Entre ellos hubo un endemoniado gadareno y una mujer samaritana que fueron liberados por el Señor Jesucristo y que, sin haber llegado a formar parte de sus discípulos, participaron de los primeros frutos del evangelio a través de sus testimonios, por los cuales muchos creyeron.
Y después de la muerte, resurrección y ascensión del Señor a la diestra del Padre se dió el nacimiento de Su iglesia, con la llegada del Espíritu Santo para todo aquel que en Él cree, dándole una nueva vida en Él, y una nueva identidad, como hijo de Dios.
Y cada hijo de Dios que nace, es capacitado desde el primer día para testificar y dar fruto de vida en Cristo al mundo, por medio de su testimonio de salvación en Él.
Así que no hay excusa, porque ciertamente es necesario adquirir conocimiento para crecer en la sabiduría de Dios conforme al carácter de Cristo, pero tan cierto como que para obtener fruto de salvación por el evangelio, basta con mostrar a Cristo en nuestro diario vivir.
Y como dijo Pablo a los hermanos de Filipos, que Dios produce así el querer como el hacer por Su buena voluntad, no somos nosotros los que obramos, sino Cristo en nosotros, por quien obtenemos fruto.
"Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas."
Efesios 2:10
No hay comentarios:
Publicar un comentario