Los hijos de Abraham: Isaac e Ismael.
1 Crónicas 1:28
Cuando Abraham tuvo a Ismael, Dios aún no le había cambiado el nombre.
Abram era hijo de Taré, vivía con él y con su familia en Ur de los Caldeos. Él estaba casado con Sarai, que era estéril. Culturalmente hablando las mujeres estériles estaban muy mal vistas, como que no valían ni para su cometido principal, que era tener hijos.
Pero a pesar de esto Abram amaba a su esposa y jamás se planteó dejarla por otra mujer con quien pudiera procrear.
Pero cuando Dios llamó a Abram a salir a una tierra que Él le iba a dar, una vez salido de ella, recibió por promesa que engendraría un hijo.
En este entonces Abram y Sarai estaban entraditos de edad y conocían de sobras el problema de fertilidad de ella.
Y aunque él creyó a la promesa, no la entendió del todo bien, tampoco la entendió Sarai, ya que ni por asomo se la creería si hubiera entendido que Dios pretendía que ella fuera la madre de este hijo prometido.
Pero como buena mujer virtuosa, Sarai quiso ejercer de ayuda idónea a su esposo en este asunto y, ya de paso, dar "una ayudita a Dios" para que se pudiera cumplir esta promesa. Y no se le ocurrió otra cosa que cederle su esclava a Abram para que de allá saliera su progenie.
"Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai. Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaán, y la dio por mujer a Abram su marido."
Génesis 16:2-3
Como no, Abram no cuestionó a su amada esposa, porque aunque él creyó en la promesa de Dios, su fe y su entendimiento aún no estaban perfeccionados. Acabó pues, Abram como Sarai, dejándose llevar por la lógica humana antes que esperar a que la promesa de Dios se diera según Su voluntad.
Y de ahí nació Ismael, el hijo de la esclava, de donde saldrán los Ismaelitas, los que se conocen en la actualidad por los que pertenecen a la cultura árabe y al Islam, tocante a su religión.
Estos Ismaelitas causarán grandes conflictos contra el pueblo de Dios y contra todo aquel que se interponga en su camino, buscando obtener el dominio sobre la tierra.
Pronto llamó Dios a Abram para hacer pacto con él, volverle a repetir aquella promesa, sobre su descendencia, que todavía no acababa de comprender, y darle un nuevo nombre por señal de esta promesa, no sólo a él sino también a Sarai, su mujer. Abraham y Sara se llamarán a partir de entonces.
"Respondió Dios: Ciertamente Sara tu mujer te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Isaac; y confirmaré mi pacto con él como pacto perpetuo para sus descendientes después de él. Y en cuanto a Ismael, también te he oído; he aquí que le bendeciré, y le haré fructificar y multiplicar mucho en gran manera; doce príncipes engendrará, y haré de él una gran nación. Mas yo estableceré mi pacto con Isaac, el que Sara te dará a luz por este tiempo el año que viene."
Génesis 17:19-21
Entendieron, pues, los patriarcas Abraham y Sara, que no se necesita ayuda de nadie para que se cumpla una promesa decretiva de Dios y que la intervención humana, en el plan Divino, no va a causar que Su plan se frustre. Pero sí puede suponer mayor problemática al hombre que si hubiera esperado pacientemente al cumplimiento de la promesa.
Nacerá Isaac, el hijo de la promesa, y será contado en los anales de la historia como el primero y el hijo amado de Abraham, delante de Ismael, el hijo de la esclava.
Porque la gracia de Dios se manifiesta en los imposibles del hombre, siendo que donde no se podía crear vida, el Creador hizo crecer a un niño dentro del vientre de una anciana estéril y que un anciano cercano a morir sin hijos, acabara sus días siendo el gran patriarca por el que serán benditas todas las familias de la tierra.
Y la bendición llegó desde Abraham a todas las naciones, por medio de su descendencia, en la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios.
El Mesías prometido que venía a este mundo a morir en pago por nuestro pecado y resucitando al tercer día, nos abrió el acceso a la vida eterna sentándonos juntamente con Él en los lugares celestiales.
Tenemos, pues, la oferta de la gracia de Dios en Cristo Jesús, para todo aquel que en Él cree, para perdón y vida eterna.
No hay nada que el hombre pueda ofrecer en pago por esta salvación, porque el único pago aceptable es la vida de un hombre limpio y sin pecado, el cual no lo hay en el mundo ni lo habrá, sino el Único e impecable Señor Jesucristo, Dios Hijo hecho hombre.
Es por eso que el hombre no puede hacer nada por salvar su alma por su propia cuenta, sino depositar su plena confianza en Aquel que entregó Su vida por nosotros en la cruz del Calvario y, resucitando al tercer día, ascendió a la diestra del Padre, desde donde intercede por todos y cada uno de sus santos hasta el día en que el Señor vuelva.
Pero aún de entre quienes han conocido de esta gracia, están los que se pretenden más merecedores de la salvación que otros, unos por pertenecer a cierto linaje ancestral y otros por buscarse el merecimiento a base de las obras de la ley, de aquella ley dada a Moisés que nunca nadie en este mundo consiguió cumplir, sino el Señor Jesucristo, para que nosotros obtengamos el cumplimiento por Él.
Y esto es lo que estaba sucediendo en Galacia en tiempos del primer siglo, en el que se cumplió la obra redentora de Cristo en la cruz del Calvario. Porque los Gálatas habían conocido y recibido el evangelio por parte del apostol Pablo, pero en su ausencia, vinieron detrás unos falsos cristianos promoviendo enseñanzas judaizantes, aquellas que hacían caer de la gracia a los indoctos e inmaduros para volverse de nuevo a la ley y a los preceptos judíos y a la salvación por obras.
Pablo, en darse cuenta de lo que estaba aconteciendo, aludió a los dos hijos de Abraham, en analogía al yugo de la ley, para perdición, frente a la libertad de la gracia de Dios, para vida eterna.
"Decidme, los que queréis estar bajo la ley: ¿no habéis oído la ley? Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría, pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual, pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre."
Gálatas 4:21-26
Justo en mi mañana leía una publicación que decía lo siguiente: "¿Qué debo hacer para ser salvo? Jesús y los apóstoles enseñaron que, para ser salvos, necesitamos: Oír, Creer, Arrepentirse, Confesar a Cristo, Ser bautizado y Vivir piadosamente."
Pero este enunciado no es correcto, soteriológicamente hablando, conforme a la base cristiana de la salvación por gracia en Cristo.
Porque el oír para ser salvo no es responsabilidad de quien se salva, sino de quien tiene por cometido difundir el evangelio, y esta es la iglesia. Luego el arrepentimiento y la confesión son obras testimoniales en consecuencia de haber creído. Mientras que el bautismo y la piedad son obras de obediencia tras haber creído.
Es pues el Creer, la única cosa que podemos hacer para ser salvos, y nada más.
¿Sientes que aún necesitas hacer algo más para sentirte salvo? Hoy es día de dar gracias a Dios por hacernos hijos de la promesa, en Cristo Jesús, Señor nuestro, y por librarnos de la esclavitud de las pecaminosas obras de nuestra pasada manera de vivir.
"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe."
Efesios 2:8-9
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