Hiram rey de Tiro envió a David embajadores, y madera de cedro, y albañiles y carpinteros, para que le edificasen una casa. Y entendió David que Jehová lo había confirmado como rey sobre Israel, y que había exaltado su reino sobre su pueblo Israel.
1 Crónicas 14:1-2
Aún era reciente la tragedia acontecida a Uza a causa del fallido y posterior traslado del arca a Jerusalén. Y, habiéndola dejado en casa de Obed-edom, un nuevo acontecimiento confirmó el inicio del reinado de David.
Pues Hiram, un rey fenicio, fue movido a enviar materia prima, mano de obra y embajadores al rey David en Jerusalén.
Se mostraba así, oficialmente, el aval de Dios a David, sobre esta nueva etapa de su vida.
Porque Dios mandó ungir a David, en su juventud, para cumplir este mandado, el de reinar sobre todo Israel conforme a Su voluntad, y hacer de él un linaje especial por el cual nacería el Cristo, pues así lo pactó Dios con David por medio de Natán.
"Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino."
2 Samuel 7:12-13
Y el Cristo nació. Siendo Dios, se hizo hombre y habitó entre nosotros. Viviendo como nosotros, pero sin pecado, experimentó cada etapa de la vida humana en el transcurrir del tiempo.
Así que el Eterno aprendió a esperar, y a formarse como persona desde su nacimiento, niñez y adolescencia, hasta su edad adulta.
Y aunque el Señor Jesucristo nació siendo Dios y Rey desde la eternidad, en Su humanidad le tocó aguardar el tiempo perfecto en que debía manifestarse al hombre.
Llegado el momento se dió la señal de confirmación que daba inicio a Su ministerio sobre la tierra, en la que no debía dejar duda alguna a los testigos, de Su santa y eterna identidad.
"Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia."
Mateo 3:16-17
Y aunque el pueblo de Dios presenció en Jesús el cumplimiento de todas las señales y milagros Mesiánicos mostrados en los profetas y en los Salmos, desde Su nacimiento y hasta Su muerte, resurrección y ascensión a la diestra del Padre, la representación de Israel no quiso aceptar a este Mesías, porque no se ajustaba a su ideal, según sus intereses político-sociales.
Y aunque la iglesia nació en Jerusalén, pronto trascendió fronteras alcanzando, la gracia de Dios, no sólo a judíos sino también a los gentiles de toda lengua, tribu y nación.
Y en el inicio de esta expansión tuvo parte, sin saberlo, un joven Saulo de entre los fariseos, que formó parte de los que lapidaron a Esteban, iniciando una gran persecución contra todo aquel que reconociera públicamente a Cristo como Señor y Dios.
Pero Dios tenía un plan con este Saulo, así que el Señor se le presentó con el gran resplendor de Su gloria, tanto así que se quedó ciego. Y no le quedó otra que reconocer a Dios en el Cristo resucitado y glorificado, diciendo: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?"
En respuesta, el Señor le reveló todo cuanto debía sufrir en su ministerio por amor a Cristo y para Su gloria y honra, porque él llegaría a ser Pablo, el apóstol a los gentiles y el mayor revelador de los misterios de Dios guardados por todos los tiempos antiguos, para la iglesia de Cristo.
Aún así, y aunque Bernabé lo presentó personalmente ante los apóstoles dando fe de su testimonio de conversión, devolvieron a Saulo a Tarso, su ciudad de origen,de donde no salió hasta que por los propios apóstoles le fue dada la confirmación de su ministerio.
"Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía."
"Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo."
Hechos 11: 25 y 29-30
Porque Saulo, al que Dios le puso el nombre de Pablo, por mucho que se empeñó, no pudo iniciar su ministerio en el primer día de su llamado, sino que, entre los días de su ceguera y el gran revuelo en Damasco por su testimonio, tal que hasta lo querían matar, debió ser apartado en espera del tiempo oportuno en que Dios confirmara su llamado.
Cuando cada uno de nosotros nacimos en Cristo, un gran celo de Dios rezumaba por cada poro de nuestra piel y todo nos parecía malo, porque nuestro Padre celestial nos mantenía en Sus brazos y el Espíritu Santo recién había venido a morar en nosotros, haciéndonos experimentar tal llenura que ya no queríamos volver a pisar jamás este mundo.
Pero aunque con el bautismo recibimos el llamado que todos los creyentes tenemos como iglesia, el de portar la luz de Cristo al mundo, nuestro corto o nulo conocimiento de la Palabra, así como nuestra fragilidad espiritual en nuestros primeros pasos, nos ha llevado a muchos, por no decir a todos, a errores y tropiezos más o menos graves que nos han obligado a detenernos por un tiempo, como a la espera.
Y no es que nos vaya a señalar el Padre desde los cielos con Su voz, como a Jesús, para que todo el mundo oiga "este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia", pero sí que dará señal de confirmación de cuándo ha llegado el tiempo de nuestra madurez, en que nuestro ministerio va a poder llevarse a cabo según el propósito de Dios, por el Espíritu Santo y en un cada vez más marcado carácter de Cristo.
Del mismo modo debemos reconocer que en nuestro día a día son muchos los pasos que damos sin esperar si se ajustan o no a lo que Dios tiene en Su voluntad para nosotros.
Si David supo esperar veinte años y Pablo aceptó volverse a Tarso hasta que los apóstoles lo llamaran. Y es más, si el mismo Señor Jesucristo, siendo Dios Eterno, se sujetó al paso del tiempo en la espera del inicio de Su ministerio y del tiempo del cumplimiento de Su plan de redención... ¿Cómo no aceptar nosotros la espera de cuál sea la voluntad de Dios en nuestras vidas?
Sea que en el día de hoy este precioso Salmo se entone en nuestros labios y se aplique en nuestro corazón:
"Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré."
Salmos 5:3
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