miércoles, 11 de mayo de 2022

LA PEOR FORMA DE MORIR, 1 Crónicas 10:1-14

LA PEOR FORMA DE MORIR, 1 Crónicas 10:13-14

Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová, contra la palabra de Jehová, la cual no guardó,y porque consultó a una adivina, y no consultó a Jehová; por esta causa lo mató, y traspasó el reino a David hijo de Isaí.
1 Crónicas 10:13-14

Leído el capítulo diez del primer libro de Crónicas vemos el detalle de cómo murió el rey Saúl.

También se dice que murieron sus hijos Jonatán, Aminadab y Malquisúa por manos enemigas. Pero el impacto está en la forma en que murió Saúl, no por ser el primer rey en Israel, sino por lo contradicctorio de las acciones que causaron su muerte y por lo paradójico de lo que pensó que sería su mejor decisión.

No era nuevo que Saúl vivía apartado de Dios y que no iba a hacer caso a nada más que a su propia prudencia a cada toma de decisión importante en su reinado.

En esta ocasión salió Israel a otra batalla contra los filisteos, pero todos se acobardaron y fueron derrotados, quedando la familia real en total vulnerabilidad contra el enemigo.

Los hijos de Saúl murieron según lo esperable en un escenario bélico. Pero él protagonizó una serie de infelices decisiones y situaciones alrededor de su muerte en batalla.

Y en Gilboa, como se relata en este capítulo y en el primer libro de Samuel, se dió la última batalla en la vida de Saúl.

La última oportunidad del rey en buscar consejo, amparo y valor en Dios, se daba en este momento, donde los filisteos salían en campaña contra Israel.

El orgullo de su corazón lo hacía pensar solamente en sus conveniencias, olvidando que no se trataba de él, sino de la nación a la que estaba representando y a la cual le debía la mejor de su disposición, en defensa de ella.

Pero el pueblo se reinaba por quien no se dejó gobernar por Dios, así que a sus guerreros les pareció más sensato huir de los filisteos al verse en desventaja.

Esto provocó que todo el pueblo habitante de la zona tuviera que huir con lo puesto para no morir.

Y como a un corazón orgulloso lo último que le apetece es verse humillado por quien o qué sea, el rey prefirió matarse antes de caer en manos enemigas.

Él quiso evitarse el escarnio por parte de los filisteos, pero ¿quién sabe?, quizá le hubiera ido bien pasar por vergüenza o tortura o hasta la muerte por mano de ellos para, a cual Sansón, recibiera un último momento de lucidez y su nombre no hubiera quedado plasmado en la historia con la penosa imágen que describe su último aliento.

Lo paradójico de todo es que con su muerte no consiguió evitar que su nombre fuera usado por burla y mofa filistea, cortada su cabeza y despojado su cuerpo de sus vestiduras.

Saúl sufrió la peor muerte, que no es la humillación sino morir sin Dios.

Porque Dios mismo se entregó, como hombre, en la mayor de las humillaciones habida sobre la faz de la tierra, que es la imputación de todo el pecado del mundo en Su persona, para ser clavado con ella en una cruz por manos romanas.

Escupido, molido a golpes, desgarradas sus carnes a latigazos y en la desnudez o casi en ella, ¿qué hay más desnuda que la mayor expresión pública del sufrimiento?

Desde las nueve de la mañana y hasta las seis de la tarde, un cuerpo descoyuntado y en agonía, sin contar todas las horas de la noche pasando de mano en mano entre escarnios, el cuál mayor al anterior, de principales judíos y romanos.

Llegada la hora, Jesús entregó Su espíritu al Padre, y murió. Pero no murió para quedar en el escarnio y en la mofa enemiga, el Señor resucitó al tercer día de su sepultura venciendo así al dominio del pecado y de la muerte en el mundo.

Y ahora por medio de la fe en Cristo nos hacemos receptores de la gracia de Dios en el perdón y la vida eterna, habiendo pasado la imputación por nuestros pecados a Jesús, mientras pronunciaba el "consumado es" en la cruz del Calvario.

Además, los que creemos en Él, hemos sido hechos hijos de Dios y morada del Espíritu Santo, el cual nos guía, enseña, redarguye y aconseja por la palabra de Dios y hacia un cada vez más marcado carácter de Cristo.

Leyendo la suerte de Saúl, (por cuanto él prefirió su suerte antes que a Dios), nos pudiera escandalizar cómo siendo ungido para inaugurar el sistema monárquico en Israel, éste desobedecía deliberadamente la palabra de Dios y buscaba consejo en todas partes antes que de Dios.

Lo cierto es que, si echamos una mirada introspectiva, nos daremos cuenta que no son pocas las veces que hemos dejado de hacer lo que sabíamos que debíamos hacer, o que en el momento en que tuvimos aquella decisión importante que tomar, prefirimos esperar consejo de algún familiar o conocido incrédulo, o a nuestra propia prudencia, antes que a Dios.

¿Cuántas han sido las veces que nos hemos enfrascado en una labor evangelística, misionera o de alguna otra índole ministerial sin haber esperado, primero, el consejo de Dios?

Saúl experimentó la peor forma de morir, puesto que además de suicidado, murió sin Dios en su corazón. Pero nosotros somos cristianos y el Espíritu Santo mora en nosotros hasta el fin de los tiempos, y aún nos pareciera que más de un creyente se hubiera clavado a su espada antes de sufrir una gran humillación, torturas dolorosas y hasta la muerte y el escarnio público por manos enemigas.

Casi debiera ser obligatorio colgarnos un cartel sobre el espejo que cite a Pablo, diciendo: "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia." (Filipenses 1:21), para tener que verlo todos los días y dejemos de llevarnos por nuestro propio juicio.

Y también, para cada momento de oración, debiéramos añadir: " Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; Tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud."
Salmos 143:10





















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