"Los hijos de Efraín: Sutela, Bered su hijo, Tahat su hijo, Elada su hijo, Tahat su hijo, Zabad su hijo, Sutela su hijo, Ezer y Elad. Mas los hijos de Gat, naturales de aquella tierra, los mataron, porque vinieron a tomarles sus ganados."
1 Crónicas 7:20-21
De Manasés nos vamos a su hermano, Efraín que, siendo menor, recibió la bendición de Israel como si fuera el primogénito, profetizando que sería mayor en importancia y población que Manasés. Cumplimiento que se dió tras dividirse Israel en dos reinos, de los cuales el del Norte se conocía bajo los nombres del Reino de Israel y de la Casa de Efraín.
Y bien lo dice su nombre, por cuanto José lo llamó así, pues significa "fructífero", "fructuoso" o "el que da fruto", porque Dios le hizo prosperar en Egipto.
El cronista tiene a bien mencionarnos un triste acontecimiento que sucedió a los hijos de Efraín, a causa de un plan de robo frustrado a los filisteos.
Porque los hijos de Efraín pensaron que sería buena idea hacer una incursión en la tierra de los filisteos para robar ganado.
Y aquí la enseñanza que nos muestra el cronista al relatar la desgracia acontecida a consecuencia de ésto: La codicia y la búsqueda de ganancias deshonestas sólo acarrean pérdidas a quien busca obtenerlas.
Nosotros podemos aprenderlo leyendo estos versos, pero a Efraín e hijos les tocó experimentarlo en sus propias carnes.
Las ganancias deshonestas, como frutos de la codicia, son aquellas que se tratan de adquirir por medios ocultos e ilícitos, ya sea por vías engañosas o por robo.
Y por medio del robo, los hijos de Efraín pretendían adueñarse del ganado que no era suyo, por lo que la reacción de los de Gat fue totalmente normal y esperable, lo que entendemos como una respuesta provocada en defensa propia.
Efraín, siendo hijo de José debió entender las bondades de Dios y cómo Él provee a su pueblo. Debió entender que todas las cosas han sido creadas por Él y por tanto, Su pueblo podía disponer de todo cuanto necesitara sin tener que verse obligado a robar ni a disponer ilícitamente de nada por su cuenta.
Aunque sus hijos no debieron entender muy bien el concepto de que Dios es Dios de toda la tierra y de todo cuanto habita en ella, así que se pensarían con el derecho de agenciarse de los bienes ajenos, alegando en sus pensamientos que los paganos no tendrían derecho a ellos.
Pero el Señor dice claramente:
"Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos."
Mateo 5:44-45
Y aunque estas palabras fueron dichas por el Señor Jesucristo mucho tiempo después de lo acontecido a los hijos de Efraín, el mandamiento como tal ya existía, por cuanto su abuelo José no necesitó de un Moisés que le mostrara el decálogo, y aún así huyó de la mujer de Potifar conociendo sobre el pecado y sus consecuencias.
Era tan confiable José, que Potifar le dejó al cargo de todos los bienes de su casa y estaba tranquilo con él. Y, a pesar de que pudo incumplir varias veces la única restricción que su amo le puso, jamás claudicó ante la tentación.
"Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo. Y él no quiso, y dijo a la mujer de su amo: He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?"
Génesis 39:7-9
Por la analogía, nuestro pensamiento se traslada forzosamente al jardín de Edén y a un Adán puesto por su Creador, al cuidado de todas las cosas. Lamentablemente a Adán ni siquiera le hizo falta que nadie le tentara o le insistiera para desobedecer el único mandamiento que Dios le encomendó, sino más bien la codicia ya rondaba su mente.
"Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión."
1 Timoteo 2:13-14
Y materializando Adán su codicia en el pecado, tomó del fruto y con ello entró la muerte a él y a toda la humanidad.
Humanidad que irremediablemente se vió repelida de la santa presencia de Dios en estado de muerte espiritual y para morir, consecuentemente, también en su carne.
Pero Dios, que es grande en misericordia, tenía un plan trazado, desde antes de la fundación del mundo, para que, cumpliendo con toda justicia, el hombre pudiera ser reconciliado con Él y devuelto así a Su presencia y a la vida eterna.
Citando a Pablo:
"Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos."
Romanos 5:17-19
Y este uno para justificación es el Señor Jesucristo, Dios Hijo hecho carne, que viniendo a morar entre los hombres, vivió como nosotros, pero sin pecado, para poner su vida en pago, porque la paga del pecado es la muerte, y podernos asir por Él del regalo de Dios en vida eterna.
Murió pues, Jesús, y resucitó al tercer día, finiquitando el dominio de la muerte y rompiendo con la atadura del hombre al pecado. De modo que todo aquel que cree que Jesús es el Señor y reconoce la necesidad de Su obra salvífica en la cruz del Calvario y de Su resurrección al tercer día para la salvación del hombre, es justificado en Él para perdón y pasado de muerte a vida.
Nace en Cristo su iglesia, la cual es conformada por todos los que han creído en el Señor Jesucristo, y es puesta en el mundo como portadora de Su luz, para la salvación de muchos.
Y para testimonio, conforme a nuestra nueva vida y a un cada vez más marcado carácter de Cristo en cada creyente, Pablo le recuerda a Timoteo el precio de la codicia, para instrucción a la iglesia:
"Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores."
1 Timoteo 6:9-10
Porque, aunque por la fe hemos sido receptores de la gracia de Dios y de Sus riquezas en Cristo Jesús, nuestro cuerpo de carne sigue sujeto a lo terrenal, no así nuestro espíritu que vive para siempre por el Espíritu Santo.
Y en esta inevitable sujección natural en la que la carne busca su beneficio, no pocas son las veces en que nos hemos visto tentados por la codicia, al desear el bien ajeno, ya sea en cuanto a salud, dinero o a cualquier otra comodidad terrenal y pasajera.
Pero Dios sabe de qué tenemos necesidad y, si aprendemos a vivir con lo puesto, no habrá pobreza ni riquezas que interfieran en nuestra santificación.
"Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto."
1 Timoteo 6:6-8
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