GANANCIA DESHONESTA, Deuteronomio 27:17.
Maldito el que redujere el límite de su prójimo. Y dirá todo el pueblo: Amén.
Deuteronomio 27:17
REFLEXIÓN:
Una maldición dedicada, en lo literal, a quien se le ocurriera falsear la extensión real de la parcela del vecino, adentrándose en su terreno a la hora de plantar el cercado que los delimita.
De este modo el que ha tocado las marcas divisorias, está literalmente robando parte de la propiedad de su prójimo (pero este último no lo sabe).
Esta maldición ataca directamente al que se hacía transgresor de la ley, por la desobediencia a estos dos de los diez mandamientos: "No hurtarás" y "no codiciarás los bienes del prójimo", actuando con la alevosía añadida de haber cocinado el plan, pretendiendo que nadie se dé cuenta.
En tiempos en que no había industria, los terrenos eran milimétricamente aprovechados para cultivo o ganado, ya que del fruto de la tierra dependía el sustento de cada familia.
Así que técnicamente, el que se hacía con parte de la parcela del vecino, no solamente le robaba un trozo de finca sin más, sino que con ello se estaba llevando todos los frutos que en el futuro podría haber conseguido en cada cosecha.
Una carencia que condenaba a toda una familia a vivir con escasez o apretadamente, mientras que su colindante se estaba beneficiando de los réditos generados en lo sustraído.
Vemos pues que la propiedad ilegítima hace de quien la posee, un maldito. Quizá no se llegue a enterar nunca ningún hombre, pero Dios, que todo lo sabe, le tiene reservada la sentencia.
APLICACIÓN:
El mejor ejemplo de maldito por esta causa lo tenemos en Satanás, quien habiendo sido expulsado por codiciar el trono de Dios en los cielos, se hizo con el reinado en el mundo arrebatándoselo a Adán, por medio del engaño, y aún vendrá el día en que engañará al mundo ocupando un trono que no es suyo.
Pero no será por mucho tiempo, pues el Señor está pronto a volver, después de que viniera una primera vez a este mundo a habitar entre los hombres y se diera en sacrificio por nuestros pecados en la cruz del Calvario. Esta segunda venida del Señor será en toda Su gloria, y Satanás sacado del trono para siempre, y atado primeramente por mil años antes de lanzarlo al lago de fuego al que fue condenado desde el momento de su rebelión, junto con todos los que le sirven.
Mientras tanto son muchos los hombres que se dejan embelesar por las seductoras ofertas de poder del adversario y se vuelven, como él, unos usurpadores de la verdad, unos sustractores de los bienes ajenos y unos pretensores de la gloria que sólo le pertenece a Dios.
De estos hay muchos infiltrados en la iglesia, ya desde tiempos del primer siglo, conforme podemos leer a Pablo concretando las instrucciones a Tito tocante a la delegación ministerial, por cuanto los impostores entraban con sus tretas engañosas, captando a los distraídos para su beneficio personal.
"Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión, a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene."
Tito 1:10-11
Actualmente podemos encontrar personas que utilizan cargos ministeriales para sacar provecho de sus seguidores de forma descarada.
Pero también existen los más peligrosos, que son aquellos capaces de engañar incluso a los que acostumbran a escudriñar las Escrituras, moviendo los linderos de la ética, la moral cristiana y el sensacionalismo para mover a una misericordia, apelando al corazón generoso y a las ganas de aportar para la obra del Señor. Lo malo es que estos aportes no llegan concretamente a la obra, sino que acaban invirtiéndose a conveniencia del beneficiario.
Por no olvidar aquellos pastores que, apelando a su sabiduría, utilizan las Escrituras para captar las ofrendas de las ovejas de otros rediles, provocándoles una economía más apurada o que dejen de aportar donde se están congregando.
En cualquier caso, aún la maldición vaya dirigida al ladrón y codicioso, también cae sobre nosotros gran parte de responsabilidad, por dejarnos llevar por el corazón antes de esperar el consejo de Dios en Su palabra.
Así que requiere de nosotros que ejercitemos la capacidad de separar los sentimientos de la razón y administremos sensatamente los bienes que nos ha dado Dios para no acabar, sin quererlo, sosteniendo al codicioso, a costa de dejar innecesariamente a la familia en aprietos o escasez de recursos.
Porque de lo contrario estaríamos comportándonos, como escribe Pablo a Timoteo:
"porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo."
1 Timoteo 5:8
ACCIÓN:
Y como no es la primera vez y espero que algún día sea la última, que no puedo evitar molestarme al ver cómo los que desprecian la verdad, la usan beneficiándose de lo sustraído en tierra ajena, voy a usarme de este salmo para meditarlo antes de orar:
"No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como hierba serán pronto cortados, y como la hierba verde se secarán. Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad. Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón."
Salmos 37:1-4
Señor, Dios Todopoderoso y Padre Amado. Te doy las gracias por Tu perfecta palabra que me guía, me enseña y me corrige para poder parecerme cada vez más a Cristo. Te pido perdón porque son muchas veces las que me he molestado al ver cómo los malos prosperan, sin observar que esto es pecado de envidia ante Tus ojos. Pido también, me libres de codiciar los bienes ajenos y guardes mi mente de planificar triquiñuelas por tal de beneficiarme en lo que sea del prójimo, cuando en realidad no me hace falta.
Amado Padre Celestial, séame dada la sabiduría necesaria en cuanto a la administración de los bienes, para que los aportes sean dados a donde realmente se necesitan, para Tu gloria y honra, sin que vaya a generar una situación de aprieto o tensión en el hogar privando de lo necesario a la familia.
En el nombre de Tu precioso Hijo y mi Señor y Salvador, Jesús. Amén.
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