EL VALOR DE LA PALABRA, Deuteronomio 23:21-23
Cuando haces voto a Jehová tu Dios, no tardes en pagarlo; porque ciertamente lo demandará Jehová tu Dios de ti, y sería pecado en ti. Mas cuando te abstengas de prometer, no habrá en ti pecado. Pero lo que hubiere salido de tus labios, lo guardarás y lo cumplirás, conforme lo prometiste a Jehová tu Dios, pagando la ofrenda voluntaria que prometiste con tu boca.
Deuteronomio 23:21-23
REFLEXIÓN:
(Cuando la mente humana empieza a planificar desde su limitada perspectiva, pronto se dará cuenta de que nada ha acontecido según su plan establecido por ese conjunto de ideas que plasmaron sus pensamientos.)
A Salomón debió venirle en mente este mandamiento, mientras escribía en el Libro del Predicador. Quizá para volverlo a plasmar como recordatorio, o más bien porque sintiera confrontación al recordarlo, observando su recorrido vivencial, con respecto aquellos consejos que recibió de su padre, el rey David y de Dios por medio de Su sabiduría. Y su parafraseo quedó plasmado de este modo:
"Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas. No dejes que tu boca te haga pecar, ni digas delante del ángel, que fue ignorancia. ¿Por qué harás que Dios se enoje a causa de tu voz, y que destruya la obra de tus manos? Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras; mas tú, teme a Dios."
Eclesiastés 5:4-7
Posiblemente, en la divagación de mi pensamiento, pudiera imaginarme a Salomón suspirar, recordando el momento en que su padre lo mandara ungir como rey, desde el lecho en que descansaran sus huesos. Un ungido, el cual recibe trono, pero que a su vez, con su nombramiento está dando voto a Jehová de que cumplirá con Su palabra mientras dure su vida de rey en Israel.
Y más de un suspiro debió escaparse de su boca, por cada palabra recordada sobre este mandamiento. Letras que debieron pesar en su conciencia, hasta el arrepentimiento, mientras las iba soltando en su último rollo de sabiduría.
Y es que jurar por Dios y hacerle voto es lo mismo, igual que el resultado, si este voto no se cumple, el cual es que el nombre de Dios se vé profanado, por cuanto hubo mentira, y no verdad, en el juramento.
"Y no juraréis falsamente por mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo Jehová."
Levítico 19:12
APLICACIÓN:
El Señor Jesucristo tuvo que recordar este mandamiento durante su sermón del monte, ya que el pueblo se había vuelto muy asiduo a jurar cualquier cosa y poniendo a cualquier otra cosa por testigo. Lo peor, que en su mayoría terminaba no cumpliendo el juramento o que ya de inicio no había intención de hacerlo.
"Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera;ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede."
Mateo 5:34-37
Vemos como el Señor Jesucristo última esta corrección con un imperativo hacia la claridad en la declaración de intenciones, sin comprometer otro nombre que no fuera el del mismo que asintiera o negara.
Ahora bien, el sistema del compromiso por palabra de un cristiano se complica desde el momento en que el creyente dejó de tener identidad propia, pues en la experiencia de su conversión a Cristo, su vida pasó a ser del Señor, siendo que desde entonces, sus andares llevan todos el nombre de Cristo.
Esto viene a ser que cada día que vivimos en Cristo es un voto en Su nombre. Cada cosa que hacemos en el mundo, cada actitud nuestra, cada palabra que sale de nuestra boca... Ya no solo compromete a nuestra propia persona, sino a la del Hijo, que nos rescató de la muerte y nos llevó a la vida y a la esperanza de la eternidad en Él.
Se puede decir que la palabra que ha de regir en un cristiano ya no es la suya propia, sino la palabra de Dios en él, conformándole en el carácter de Cristo según la acción del Espíritu Santo en su vida.
ACCIÓN:
Con esta lectura y reflexión comprendo que no ha de ser mi palabra la que rige mi vida. Igualmente, mis pensamientos, si van en consonancia con mi naturaleza humana, ya están comprometiendo el Santo nombre del Señor en mi vida, por cuanto se dió a Sí mismo por mí y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.
Mi meditación me hace preguntar hasta qué punto estoy dejando que la Palabra de Dios impregne mi vida, de tal manera que mi pensamiento y mis palabras exhalen Su verdad, y no sólo eso. Sino que hasta qué punto estoy actuando de acuerdo a ella.
A veces dejo de pensar en Salomón como de aquél rey más poderoso y sabio sobre la tierra y llego a su lado más personal y humano, al de sus errores, sus debilidades, su peor caída y su arrepentimiento... Y mi conclusión me lleva a alabar a Dios por Su gran amor y misericordia para con él y para con todos los hombres, incluída mi persona, la cual reconozco que habría besado la perdición tantas veces como tántas acude en mi rescate. Sea por consejo, advertencia o sea ya con disciplina, siempre me devuelve a Su presencia a pesar de mis contínuas faltas a Su santa y perfecta palabra.
Sírvanme, estos versos, de oración:
"Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta el fin. Dame entendimiento, y guardaré tu ley, y la cumpliré de todo corazón. Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad. Inclina mi corazón a tus testimonios, y no a la avaricia."
"No quites de mi boca en ningún tiempo la palabra de verdad, porque en tus juicios espero."
Salmos 119: 33-36 y 43.
Amén.
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