TODOS SOMOS PECADORES, Nehemías 1: 5-7.
Y dije: Te ruego, oh Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo.
Nehemías 1:5-7
REFLEXIÓN:
Porque toda obra restauradora de Dios se ha llevado a cabo a raíz de una oración salida de un corazón genuinamente arrepentido y dispuesto a ser usado.
Dios en Su voluntad se hará uso de Nehemías, su nombre el cual viene a significar "consuelo de Yahvé" o "Yahvé ha consolado", para enviar la última tandada de aliento y ayuda en la restauración de Jerusalén de entre los retornos de los exiliados a Babilonia.
Porque Nehemías dispuso su corazón y, asumiendo el pecado de su nación y compatriotas, entonó un genuino arrepentimiento y el humilde clamor de ser escuchado.
Así que un "yo y la casa de mi padre hemos pecado", le sirve de reconocimiento de que no hay nadie, sino Dios, que sea perfectamente Santo y nunca peque, y de aceptación de su dependencia a Dios.
APLICACIÓN:
Lo primero que hizo Jesús para dar inicio a Su ministerio fue bautizarse.
Ojo, no porque tuviera algún pecado de qué arrepentirse, puesto que Jesús nunca pecó, pues no había en su simiente nada corrupto que lo empujara a ello, sino que era Dios mismo hecho carne, totalmente impecable. Sino que, como le dijo a Juan, el que lo había de bautizar, para cumplir con toda justicia, era necesario que lo hiciera.
Porque Él vino para hacer justicia, y en justicia se iba a entregar en pago por el pecado del hombre. Así pues, Su ministerio se iniciaría en el bautismo con el que asumiera el pecado de Su pueblo y el de toda la humanidad.
Una vez emergido de las aguas vino a descender a Él el Espíritu Santo y, el Padre en voz de amor diciendo: "Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia", daría la confirmación de Su inicio ministerial sobre la tierra, asumido el objetivo por el cual vino a nacer como hombre entre los hombres.
Una vez muerto, resucitado al tercer día y subido a la diestra del Padre, nació la iglesia, formada por todo hombre de toda raza, lengua y nación, que cree en Jesús y lo reconoce como Señor y Salvador en su vida.
Una iglesia formada por pecadores que han recibido la salvación de sus almas por pura gracia de Dios, en el Señor Jesucristo, no por obra alguna, sino por la vida de Cristo cubriendo las vidas de todos y cada uno de los que creen en Él.
El mismo apóstol a los gentiles, Pablo, el autor de trece de las veintiuna epístolas neotestamentarias, se coloca en primer lugar, no en cuanto a honor y santidad, sino en lo tocante a lo indigno, pecaminoso, y sostenido por pura gracia y misericordia de Dios.
"Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén."
1 Timoteo 1:12-17
Hubo un tiempo en que yo me encontraba, por ignorancia y falta de comprensión en la Palabra de Dios, entre los que creen que una vez redimidos en Cristo, la salvación se podía perder. De modo que, al entenderme salva, estaba jactándome como de no pecar nunca, (pues si pecara perdería "mi" salvación), hasta el día que comprendí el verdadero evangelio de Jesucristo, el cual uno es salvo por gracia y no por obras, no siendo ninguno de los hombres merecedores del regalo de la vida eterna.
Pero la Palabra es muy clara en este aspecto, y así lo dice Juan:
"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros."
1 Juan 1:8-10
Y allí residía mi mayor pecado, que no sintiéndome parte con los pecadores, pecaba directamente contra Dios y contra el Hijo, al no creer en Su perfecta obra redentora. Por consiguiente, pecaba también contra todo aquel que habiendo caído, necesitaba ayuda para su restauración. Pues yo le echaba aún la mano al cuello poniendo sobre su conciencia más peso de culpa, más vergüenza, y entorpeciéndolo en vez de animarlo a acercarse de nuevo al Padre en confianza.
Porque la salvación no reside en obra alguna del hombre, pues hasta su propio pensamiento lo hace reo de muerte. Sino que es por gracia de Dios en Cristo Jesús, quien revierte esa acción poniendo Su vida en lugar de la del pecador, santificándola y siendo puesta por justa delante de Dios, sin mérito nuestro alguno.
ACCIÓN:
Como Nehemías, hoy toca ejercitarme el ponerme en el lugar de los demás, recordar que todos somos pecadores y retirar de mi retina la mirada juiciosa, para cambiarla por el amor de Cristo, el cual no viene a buscar a hombres perfectos, sino que a lo vil y menospreciado, al más sabido pecador que se conoce no merecedor del perdón de Dios, a ese viene a rescatar.
¿Había algún mérito en mí para que viniera el Señor a rescatarme?
Señor, Dios Todopoderoso y Padre Amado.
Por cuanto mi vida estaba hundida en el lodazal de mis pecados y aún así Tú me atrajiste hacia Tu perfecta Palabra, sanándome, dándoteme a conocer y presentando a Tu perfecto Hijo en mi rescate. Ahora Él es mi Señor y mi Salvador, por el cual te pido que me sea aumentado el amor por las almas que no Te conocen y que tanto necesitan del Señor Jesucristo igual que lo necesito yo todos los días. Para Tu gloria y honra, por los siglos de los siglos. Amén.
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