viernes, 13 de agosto de 2021

DERRAMAR LA VIDA, Deut. 12:23-25.


DERRAMAR LA VIDA, Deut. 12:23-25.

Solamente que te mantengas firme en no comer sangre; porque la sangre es la vida, y no comerás la vida juntamente con su carne. No la comerás; en tierra la derramarás como agua. No comerás de ella, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, cuando hicieres lo recto ante los ojos de Jehová.
Deuteronomio 12:23-25

REFLEXIÓN:

Entre la instrucción de cómo y dónde comer la carne surge un aviso muy concreto, que definirá la eficacia en la obediencia del resto del mandato.

Y es que la sangre ha de ser derramada, de toda carne que coman, ninguna de ella habrán de ingerir.

Derramar la vida en tierra, de ahora en adelante, marcará el beneplácito de Dios sobre ellos.

APLICACIÓN:

En la historia de la humanidad hubo una primera sangre inocente derramada en tierra, la cual ha quedado grabada para siempre en la Palabra de Dios, que es la sangre de Abel.

Una sangre que clamaba desde la tierra, su vida derramada a causa de la maldad ajena, guardó su clamor generación tras generación, y ahí la mantenían en la memoria, nunca se olvidó.

Pero Dios no les hacía derramar esta sangre por la vida de Abel ni por regar la tierra con vida meramente. Sino que en sombra de lo que había de venir, estaban siendo los primeros derramadores de la vida del Cristo en la cruz del calvario, caída en tierra como agua. Único requisito que validaba el sacrificio, derramar por completo toda la vida inocente, en pago por el pecado del mundo.

Gracias a Dios, ya no nos regimos por el cumplimiento de las leyes y preceptos Mosáicas, específicamente dadas al pueblo de Israel, sino que es la sangre del Señor Jesucristo la que nos justifica delante del Padre.

Por tanto, como tierra empapada en la sangre de Cristo, mayor testimonio es éste que el de la sangre de Abel, quien quedó en la memoria.

Mas Jesús no queda solo en el recuerdo, sino que deposita Su vida en cada uno de quienes creemos en Su nombre y en Su perfecta obra redentora, consumada en la cruz del calvario. Y no solamente por eso, sino por Su resurrección de los muertos, para no sólo satisfacer el pago del pecado, sino además anular la acción de la muerte en nosotros, dándonos vida eterna.

A partir de la cruz en la que la vida fue dada por nosotros, surgimos los privilegiados, no solamente partícipes de esta sangre derramada, sino también receptores de ella, una sangre que pone en nosotros la identidad de Cristo.

"Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel."
Hebreos 12:18-24

ACCIÓN:

La sublime gracia de Dios se evidencia cuando, siendo derramadores de la vida del Señor Jesucristo por cuanto, por nuestros pecados, su sangre fue derramada, aún a su vez nos beneficiamos de ella recibiéndola en cada uno de los que creemos en Cristo y reconocemos que solamente en Él y por Él hallamos justificación delante de Dios.

"Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro."
Romanos 5:20-21

Señor, Dios Todopoderoso y Padre Amado, es hermoso ver cómo has ido revelándote ante la humanidad de manera que podamos asimilar en nuestra mente limitada un poquito de Tu gloria y de tu inconmensurable amor. Cómo a través de la ley de Moisés no buscaste opresión del hombre, sino que a libertad lo ibas encaminando, hasta que lo perfecto de ella se hizo presente en la persona del Señor Jesucristo, Dios mismo humanado, para la total y perfecta libertad en Cristo y vida eterna en Él. Agradecido, pero también humillado, presento mi corazón, pidiéndote perdón por olvidar a veces que esa preciosa sangre de Cristo que me justifica, fue previamente derramada por mis pecados. Ayúdame a desechar mi arrogancia y a acrecentar cada vez más en mí, el carácter manso y humilde de Cristo.
En el nombre de Jesús. Amén. 





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