martes, 10 de agosto de 2021

CORTAR POR LO SANO, Deut. 12:2-3.


CORTAR POR LO SANO, Deuteronomio 12:2-3.

Destruiréis enteramente todos los lugares donde las naciones que vosotros heredaréis sirvieron a sus dioses, sobre los montes altos, y sobre los collados, y debajo de todo árbol frondoso. Derribaréis sus altares, y quebraréis sus estatuas, y sus imágenes de Asera consumiréis con fuego; y destruiréis las esculturas de sus dioses, y raeréis su nombre de aquel lugar.
Deuteronomio 12:2-3

REFLEXIÓN:

La instrucción es detallada, para que no quede lugar a duda.
La tierra que van a poseer ya es suya por decreto eterno, pero a efectos prácticos, está siendo ocupada por quien no debe  estar ahí, mancillándola con su idolatría y sus costumbres paganas.

Dios manda a cortar por lo sano con respecto a todo vestigio de lo anterior sobre esa tierra.

Solamente de esta manera se asegura una completa santificación del pueblo, no dejando restos de idolatría y costumbres que no tienen que ver con ellos, ya que la identidad que pone Dios sobre Su pueblo no tiene nada que ver con el pecado.

APLICACIÓN:

El ser humano fue creado limpio, acepto a ojos de Dios, por cuanto a Su imagen y semejanza lo creó. De manera que les diferenciaba la esencia, pero en todo lo demás, Adán mostraba una fidedigna expresión de Dios.

La esencia Divina es totalmente Pura, Santa, no hay cabida de nada malo en Dios, ni la posibilidad de haberla, ya que Su misma esencia lo repele.

Pero la esencia humana ya es diferente, pues un ser creado no puede ser igual que su Creador. Entre otros atributos, carece de impecabilidad, únicamente atribuible a Dios, por ende, Adán podría llegar a verse corrompido por el pecado.

Así que la santidad en el hombre debía estar ligada, sí o sí, a un parámetro de conducta marcado por Dios, a modo de mandamiento, que lo mantuviera dentro de lo Divinamente aceptable.

El parámetro estaba marcado por dos sencillas instrucciones: Cumplir con el propósito por el que fue creado y obedecer al mandamiento de no tomar del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal.

Y como la santidad en la esencia humana estaba directamente ligada a su obediencia a Dios, Adán se vió inevitablemente repelido de Su presencia, por la transgresión del mandato. Desterrado del emplazamiento de santidad y pureza para caer en zona de pecado, dolor, enfermedad y muerte.

Desde entonces la maldad del hombre va in cresciendo, pareciendo que el pecado de Adán fuera algo inocente, aunque nada más lejos de la realidad, puesto que el mínimo desliz humano supone una abominación grande a ojos de Dios. Aún así, el ser humano no se conforma con desobedecer un mandato, sino que ha de sumarle mentira, lujuria, homicidio, y todo condimento que agrave el mal, hasta llegar a escandalizarse a sí mismo.

El pecado actúa en el corazón del hombre como un endurecedor, de manera que pueda escandalizar una primera vez, pero en sucesivas ocasiones va siendo cada vez más acepto a sus ojos y a su percepción del bien y del mal, que está cada vez más alterado conforme se acrecenta el número de transgresiones.

Esto nos imposibilita el tener una viva conciencia, además de estar destituidos de la presencia de Dios tras el pecado de Adán.

Pero Dios no ha abandonado al hombre a su suerte, sino que nos ha provisto de rescate a través de Su hijo, quien siendo Dios, se despojó de Su gloria para pagar como hombre por todo el pecado del mundo.

Siendo que Dios es impecable, se hizo maldición por causa del hombre, sufriendo en Sí mismo la ira del Padre y proveyéndonos así de el único modo que tenemos de revertir el efecto del pecado, pasándonos de muerte a vida, a través de la obra redentora en la cruz del Calvario, consumada por el Señor Jesucristo.

Y es en el anuncio del evangelio de Cristo donde Dios actúa en nuestras conciencias por medio del Espíritu Santo, despertándolas para arrepentimiento, para que nosotros podamos decidir en pos de la vida, creyendo en el perdón por medio de Jesús y aceptándolo como Señor y Salvador nuestro.

En el mismo momento en que hemos creído en Cristo, Dios nos saca del estado de muerte en el que se encontraban nuestras almas y nos traslada de nuevo al emplazamiento de vida santa y pura de Dios, de donde nunca debimos de haber caído, poniendo sobre nosotros la identidad de Cristo, que es la que nos justifica delante de Él.

Pero nosotros los humanos seguimos careciendo de impecabilidad, por cuanto somos criaturas sin esencia de Dios, sino de hombre, a pesar de haber sido hechos morada del Espíritu Santo tras la conversión a Cristo.

Así que en mantenimiento de la santidad y en el perfeccionamiento hacia una cada vez más fidedigna imagen de Cristo, Dios nos propone un parámetro de conducta con dos sencillas instrucciones: cumplir con el propósito para el que hemos sido creados y obedecer a sus mandamientos descritos en su Palabra dada a nosotros en la Biblia.

Cierto es que quien ha creído en el Hijo tiene la vida, por tanto, ya no puede perecer en la condena del pecado. Pero tan cierto es, como que nuestra nueva vida en Cristo ha de reflejar Su Santa identidad, y esto conlleva cortar por lo sano, con toda nuestra pecaminosa pasada manera de vivir, y encaminarnos a un cada vez más marcado carácter de Cristo en nuestros pasos diarios.

Y Dios en Su palabra, a través de la carta de Pablo a los Efesios, nos muestra una serie de indicaciones muy precisas y prácticas que nos ayudan a ir desechando todo vestigio del pasado hombre pecaminoso que ha quedado en nosotros tras nuestro rescate de muerte a vida.

"En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad."
Efesios 4:22-24

ACCIÓN:

La lectura y meditación de hoy me confrontan llevándome a preguntar cuántos son los altares que pertenecen a mi vieja identidad pecaminosa, aún por derrivar, dentro de mi corazón.
Me pregunto si estoy pretendiendo llevar una vida cristiana conforme a mi pasada manera de vivir. Y si me parece que es suficiente con haber recibido, por gracia, una nueva identidad en Cristo y que no hace falta cambiar nada de las costumbres que habitaban en mi mente y mi corazón.

Mientras me respondo a mí misma, concluyo la reflexión con estas palabras del Señor Jesucristo:


"Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; de otra manera, el mismo remiendo nuevo tira de lo viejo, y se hace peor la rotura. Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar."
Marcos 2:21-22

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