DON INMERECIDO, Deuteronomio 7: 7-8.
No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto.
Deuteronomio 7:7-8
REFLEXIÓN:
A Moisés le pareció necesario abrir este paréntesis, para que quede claro que no hay nada de qué gloriarse en ellos mismos sino en Dios.
Así que en prevención de que no vayan a jactarse luego de sus logros, como si de ellos hubiera dependido todo y por sus propios méritos, no solamente les va a restar importancia, sino que aún habla de ellos como lo irrisorio de entre la sociedad.
Para constatar la afirmación no hay más que, en mirada retrospectiva, reconocer que su permanencia y crecimiento se deben única y exclusivamente al favor de Dios y porque Él lo quiso así en Su soberana voluntad.
APLICACIÓN:
(En el plano terrenal hacemos uso de nuestras capacidades físicas e intelectuales para lograr objetivos concretos, ya sean a nivel académico, social o profesional. Cuando logramos uno de estos objetivos nos jactamos por el esfuerzo aplicado o por la mayor o menor dificultad que nos ha supuesto obtenerlo.)
En el plano espiritual andamos muertos, sin un objetivo establecido, deambulando en el lodazal del pecado y dejándonos caer por gravedad hacia el despeñadero de la muerte. Pero a Dios le ha placido mandar a Su Hijo para dar pago por todo el pecado del mundo a través de su sacrificio en la cruz del calvario y habiendo resucitado al tercer día, liberarnos también de las garras de la muerte.
Dios ha establecido que, como no hay nada que el hombre pueda hacer por sus propios medios para zafarse de la acción del pecado y de la muerte, pueda acceder al perdón y a la vida eterna a través del Señor Jesucristo, con tan sólo creer en Él y aceptar este don inmerecido.
Por tanto, a quienes hemos creído, se nos ha insuflado la vida por el Espíritu Santo y sumergiéndonos en la identidad de Cristo, somos hechos nuevas criaturas en Él.
Ahora bien, a pesar de haber sido liberados del pecado y de la muerte en el plano espiritual, nuestra naturaleza carnal aún se ve afectada por estos dos factores. De modo que no es de extrañar que nuestro viejo hombre, es decir, nuestra naturaleza carnal, se quiera jactar de ser o de jugar un papel más importante delante de Dios que el resto de los hombres.
Y como Dios aborrece al corazón altivo mas al humilde lo tiene en su cuidado, nos advierte y nos recuerda en Su palabra:
Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.
Efesios 2:8-9
Y aún, por si acaso este don inmerecido aún nos lleva a jactarnos de ser especiales por haberlo recibido, también nos da esta Palabra:
Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
1 Corintios 1:25-31
ACCIÓN:
Tras la lectura y meditación de hoy, mi corazón se compunge y en confrontación por la Palabra recibida, sólo me queda mantener la cabeza gacha, a causa de la vergüenza por mi desfachatez, al haberme pensado mejor que aquel transeúnte malhablado o que aquella timadora del mercado... Siendo que ni mejor ni peor, sino que me encuentro siendo lo vil y lo menospreciado y aún así, por Su inconmensurable amor, Dios tuvo a bien pagar por mis pecados en la persona del Señor Jesucristo, igual que por los de aquellos a quien me he atrevido a mirar por encima del hombro, jactándome de santidad como si por mérito propio la hubiera logrado.
Y sólo me queda orar:
Señor, Dios Todopoderoso y Padre Amado, en agradecimiento por Tu perfecta palabra que me confronta, me corrige y endereza, presento mi corazón grandemente avergonzado y arrepentido de mis jactancias. Te doy gracias, una vez más por este don inmerecido de la vida en Cristo y te pido que me ayudes a mostrar Tu infinito amor a los demás tal y cual me lo has mostrado a mí para que puedan disfrutar también de Tu gracia. Mi Eterno Padre celestial, a Ti sea siempre toda la gloria la honra y la alabanza. En el nombre de Tu amado Hijo y mi Señor Jesucristo. Amén.
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