viernes, 9 de julio de 2021

CIUDAD DE REFUGIO, Deuteronomio 4: 41-43

CIUDAD DE REFUGIO, Deuteronomio 4: 41-43

Entonces apartó Moisés tres ciudades a este lado del Jordán al nacimiento del sol, para que huyese allí el homicida que matase a su prójimo sin intención, sin haber tenido enemistad con él nunca antes; y que huyendo a una de estas ciudades salvase su vida: Beser en el desierto, en tierra de la llanura, para los rubenitas; Ramot en Galaad para los gaditas, y Golán en Basán para los de Manasés.
Deuteronomio 4:41-43

REFLEXIÓN:

Vida por vida era la ley contra el homicida, mas si éste lo era por accidente, habiendo derramado sangre de quien no tenía pleito ni enemistad con él sino que por acto fortuito y accidental, muriera, podía huir a una ciudad de refugio para librarse de tener que pagar con su vida en manos de su vengador.

Eran puntos accesibles desde cualquier localización en la heredad, de manera que el homicida involuntario pudiera llegar a su punto de amparo sin ser alcanzado por quien le perseguía en venganza.

Eso sí, él debía huir sólo y a la prisa, por lo que en su huída dejaba atrás su familia y  sus pertenencias.

Una vida completamente diferente le esperaba, pues, habiéndolo perdido todo, su identidad ahora ya no reposaba en su familia y en su oficio, sino que era escondida tras las paredes del refugio...

Pero una vez a salvo habiendo alcanzado la ciudad, éste ya no podía salir más de ella, pues en cualquier momento que lo encontraran fuera de sus límites, el peso de la ley volvería sobre él y debía morir.

Un refugio sujeto a la vida del sacerdote vigente, de manera que cuando éste fallecía y era sucedido por otro, el homicida involuntario quedaba libre para volverse a su tierra. Pero eso no le aseguraría que la sed de venganza hubiera cesado en la familia de la víctima.

Mas si el homicida saliere fuera de los límites de su ciudad de refugio, en la cual se refugió, y el vengador de la sangre le hallare fuera del límite de la ciudad de su refugio, y el vengador de la sangre matare al homicida, no se le culpará por ello; pues en su ciudad de refugio deberá aquél habitar hasta que muera el sumo sacerdote; y después que haya muerto el sumo sacerdote, el homicida volverá a la tierra de su posesión.
Números 35:26-28

APLICACIÓN:

Todos los hombres somos derramadores de sangre de manera involuntaria y por naturaleza, por cuanto nuestra carne desciende de Adán y está atada al pecado y a la muerte. De este modo, y habiendo sido el pecado, el motivo por el que se dió el derramamiento de la sangre más valiosa que jamás existirá, que es la sangre del Señor Jesucristo derramada en la cruz, nos hallamos reos de muerte y con todo el peso de la ley.
Pero así mismo, a través de Él hallamos el refugio, puesto que pagó con su vida lo que nosotros no podemos pagar.

En Cristo Dios nos ha provisto de un lugar de refugio, no temporal sino que sujeto a la vida del Eterno sumo sacerdote, nuestra vida queda escondida con Él desde el primer momento en que en Cristo hemos creído y hemos huído hacia Él dejándolo todo atrás, tocante a nuestra pasada  forma de vivir, adquiriendo Su identidad por cuanto nuestra vida es guardada en Él.

Y de este modo lo expresa Pablo a los Gálatas:

Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Gálatas 2:19-20

ACCIÓN:

Valorando la estancia en mi Lugar de refugio, que es Cristo, me pregunto si estoy asimilando mi situación en Él o si por el contrario, ando saliendo de las limítrofes de Su amparo.

Hoy es día de desechar todo aquello que me vuelve a identificar con mi pasada vida pecaminosa, ya sean recuerdos que me despierten añoranza o experiencias pasadas que me marcaron en su momento, dejando que me vuelvan a dañar y refugiarme en Cristo.

Señor, Dios Todopoderoso y Padre Amado, tras la lectura de Tu palabra de hoy, solo me queda darte gracias. Gracias por guardarme en Cristo, mi lugar de refugio.
Amado Padre celestial, te pido perdón por las veces que he pretendido adquirir mi vieja identidad, recordando experiencias pasadas como si aún me pertenecieran, siendo que me guardas en Ti y ya no hay nada que me pueda dañar. Señor, sea mi vida forjada en el carácter de Cristo, para que otros puedan acceder igual que yo a este perfecto y eterno lugar de refugio. En el nombre de Jesús. 
Amén.

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