Y oré a Jehová en aquel tiempo, diciendo: Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga obras y proezas como las tuyas? Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano. Pero Jehová se había enojado contra mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo Jehová: Basta, no me hables más de este asunto. Sube a la cumbre del Pisga y alza tus ojos al oeste, y al norte, y al sur, y al este, y mira con tus propios ojos; porque no pasarás el Jordán.
Deuteronomio 3:23-27
REFLEXIÓN:
Causa y efecto, aquella ley que nos lleva a entender que toda acción tiene su consecuencia, ahora estaba cayendo con todo su peso sobre Moisés.
Y ni siquiera una oración tan bien planteada como la que inicia el pasaje, va a hacer cambiar a Dios la decisión de no dejarle entrar a la tierra prometida.
Y es que no hay consecuencia sin causa, aunque él no la especifica mucho, sino que pretende que el pueblo cargue el peso de ser causante de su castigo, en lugar de su propia desobediencia.
Pues fue por su desobediencia, que ahora Moisés se encuentra en la tesitura de tener que conformarse con ver solamente las tierras a lo lejos, y aún gracias por este favor que Dios le concede.
Todo se remonta a la primera vez que el pueblo se encuentra ante la peña de Horeb, que entre nurmuración y queja, Dios manda a Moisés golpear la roca para que de ésta brote agua. Moisés obedece, golpea la peña y el agua sale.
He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel.
Éxodo 17:6
Años después, en el año en que murió María la hermana de Moisés, el pueblo se vuelve a encontrar ante la peña y la situación vuelve a ser la misma: Peña, pueblo murmurando y Moisés intercediendo. Pero esta vez Dios le da instrucciones nuevas.
Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias.
Números 20:8
Sucede que Moisés no escucha la instrucción sino que, dejándose llevar por su razonamiento y el ánimo encendido del pueblo, decide actuar como la primera vez, golpeando la roca. Y no solo una, sino dos son las veces que la golpea. En consecuencia, Dios se enoja con él y determina que no pasará el Jordán para pisar la heredad.
Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.
Números 20:10-12
APLICACIÓN:
La incredulidad y el razonamiento humano son la causa, y la muerte su efecto. Por cuanto a Adán, apoyándose en su razonamiento no le pareció mal tomar un solo bocado del fruto que le ofreció Eva... Y desde entonces todo el mundo sufre la consecuencia, no solo el hombre, sino toda criatura que hay sobre la tierra y en los mares, a todos nos llega la muerte.
Pero a Dios le ha placido que, aun llegando la muerte a nuestros cuerpos carnales, nuestra alma pueda hallar reposo de vida eterna en Su presencia y en el disfrute de Su gloria. Así que enviando a su unigénito Hijo al mundo, se encarnó y vivió como hombre, despojándose de Su gloria Divina, se sometió como siervo al Padre y obedeció al plan eterno de salvación, determinado desde antes de la fundación del mundo. De este modo, y aunque nuestro cuerpo de carne sigue sufriendo la consecuencia del pecado, que son los dolores las enfermedades y la muerte, Dios ha apreciado salvar nuestras almas y nos envía el perfecto sacrificio en remisión de nuestros pecados, permitiéndonos presentarnos justificados en Cristo delante de Él.
ACCIÓN:
Igual que la causa del pecado trae en consecuencia la muerte. El cristiano tampoco está libre de sufrir las consecuencias de sus desobediencias. Estas consecuencias se darán ante el tribunal de Cristo. Un tribunal dirigido en exclusiva a Su iglesia después de que esta haya sido arrebatada y donde cada uno de los miembros vamos a tener que echar cuentas de toda obra nuestra realizada en la tierra como cristianos, mientras anduvimos en el cuerpo de carne. Esto quiere decir que, aunque nadie nos puede arrebatar la salvación que es en Cristo Jesús y por decreto Divino, sí que vamos a sufrir la consecuencia de nuestros actos, sean buenos o malos, en la eternidad.
Y en mi meditación, me pregunto si yo estoy viviendo conforme a la vida que Cristo ha depositado en mi, sirviendo de candelero de Su luz al mundo o si por el contrario, mis actos de desobediencia o mi dejadez espiritual están dando un mensaje incierto sobre mi identidad Cristiana.
Sírvame el siguiente pasaje para culminar mis meditaciones:
Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.
2 Corintios 5:5-10
Hoy es día de hacer repaso, arrepentirme de mis desobediencias, mis actos acometidos por incredulidad o por dejarme llevar a través de mi propio razonamiento. Volver a la voluntad de Dios y someterme a Él con fe, por tal de iluminar al mundo mostrando en mi persona el carácter de Cristo.
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