sábado, 12 de febrero de 2022

UNA FIEL PROMESA, Nehemías 9:36-38

UNA FIEL PROMESA, Nehemías 9:38

He aquí que hoy somos siervos; henos aquí, siervos en la tierra que diste a nuestros padres para que comiesen su fruto y su bien. Y se multiplica su fruto para los reyes que has puesto sobre nosotros por nuestros pecados, quienes se enseñorean sobre nuestros cuerpos, y sobre nuestros ganados, conforme a su voluntad, y estamos en grande angustia. A causa, pues, de todo esto, nosotros hacemos fiel promesa, y la escribimos, firmada por nuestros príncipes, por nuestros levitas y por nuestros sacerdotes.
Nehemías 9:36-38

Cuando Dios creó al hombre, a Adán no le faltaba nada para vivir una vida plena de bondades, sino que le fue dado todo el dominio sobre la tierra, pudiendo beneficiarse de todo lo que esta producía.

Adán lo tenía todo pero codició tener algo más, y decidió alcanzar aquello único a lo  que Dios le dijo: "Del fruto de este árbol no comerás, porque el día que de él comieres  ciertamente morirás".  Esto le hizo caer en total miseria, quedando apartado de la presencia de Dios y condenado a muerte él y, en consecuencia, el total de la humanidad.

Pero Dios que es amor, en su misericordia, trazó un plan para su rescate.

Profirió así la promesa de un Redentor que vendría para entregarse en  salvación al hombre y volvería por segunda vez para restaurar el reino de Dios sobre la tierra, poner fin al pecado y a la muerte y destruir para siempre a su perpetrador inicial, Satanás.

Una promesa pactada y anunciada desde Adán, con el anuncio de la simiente de la mujer, y a lo largo de todas las generaciones descendientes de Abraham, y registrada escrituralmente en la ley, los salmos y los profetas.

Ahora, al pueblo retornado de la deportación a Babilonia, le fue abierto el entendimiento por la acción de la palabra de Dios. Entonces pudieron reconocer la magnitud de su pobreza y su inminente necesidad de Dios para el sustento de la vida.

En este reconocimiento procedieron a declarar una fiel promesa de temerosa lealtad y obediencia a Dios.

Las firmas de los principales, los sacerdotes y los levitas quedarán plasmados en los anales de la historia de Israel, no así su cumplimiento, como hemos podido comprobar con el paso de los siglos.

Y es que desde que pecara Adán no ha existido jamás un hombre que no transgrediera en ningún punto su compromiso de obediencia a Dios, y así lo comprobamos en las Escrituras, desde Noé y hasta Juan el Bautista, el que daría paso al ministerio de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, sin pecado y entregado a Sí mismo para nuestra redención por amor y en cumplimiento de Su promesa.

Porque desde la primera mención de la promesa inició también su cumplimiento, procurando un hombre, una descendencia, una nación y una tierra, desde donde expandirla a toda la humanidad.

Por cuanto la salvación viene de los judíos por linaje según la promesa de Dios, y de Dios hacia todas las naciones por medio del Hijo, el Señor Jesucristo.

Tenemos pues, este principio: que el hombre es infiel pero Dios permanece fiel, para cumplir Su promesa en todos los que creemos en el Hijo, conforme Su voluntad.

Y así lo recuerda Pablo a Timoteo, en un ánimo a esforzarle y mantenerse en el ministerio que le queda por cumplir:

"Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; El no puede negarse a sí mismo."
2 Timoteo 2:11-13

Porque ya conocemos nuestras limitaciones humanas, no nos conformemos con ellas, sabiendo que el Espíritu Santo que mora en nosotros nos encamina a un cada vez más marcado carácter de Cristo, quien nos perfecciona.

No dejemos de esforzarnos y, para cuando decaiga el ánimo mirando cuánto nos queda por desechar para ser perfeccionados, recordemos esto:

"Fiel es el que os llama, el cual también lo hará."
1 Tesalonicenses 5:24


















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