martes, 22 de febrero de 2022

ALTIVEZ E IRREVERENCIA, Malaquías 1:6-10

ALTIVEZ E IRREVERENCIA, Malaquías 1:6-10

El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre? En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado? En que pensáis que la mesa de Jehová es despreciable. Y cuando ofrecéis el animal ciego para el sacrificio,¿no es malo? Asimismo cuando ofrecéis el cojo o el enfermo, ¿no es malo? Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso se agradará de ti, o le serás acepto? dice Jehová de los ejércitos. Ahora, pues, orad por el favor de Dios, para que tenga piedad de nosotros. Pero ¿cómo podéis agradarle, si hacéis estas cosas? dice Jehová de los ejércitos. ¿Quién también hay de vosotros que cierre las puertas o alumbre mi altar de balde? Yo no tengo complacencia en vosotros, dice Jehová de los ejércitos, ni de vuestra mano aceptaré ofrenda.
Malaquías 1:6-10

Abierto el mensaje de Dios por medio de Malaquías, de una pregunta se abren todas.

Y es que el discurso trata de una serie de cuestiones en respuesta a las desafiantes preguntas expulsadas por la boca de un pueblo endurecido, lleno de altanería e irreverencia, tratando de ridiculizar al mensajero.

Porque no quisieron despojarse de lo que Dios le puso de antemano para que fuese dado al servicio del templo y para Su gloria y honra. Sino más bien se envilecieron tentados por la codicia y el egoísmo, y se limitaban a ofrecer lo peor en el altar. Tampoco es que lo ofrecieran con gusto, sino atados por sus costumbres, salvaguardando su buena apariencia entre ellos.

Los sacerdotes, por su consagración y servicio al templo, eran los que estaban capacitados para decidir qué era lícito y qué no en cuanto a las ofrendas y sacrificios a Dios. No obstante ellos fueron los primeros en aceptar pan seco o echado a perder, animales con defectos físicos o enfermedades y lo que nadie querría para sí.

Pues si los sacerdotes eran los primeros en aceptar estas condiciones, cuánto menos se iban a animar los demás en llevar a Dios las sobras, lo defectuoso  y lo echado a perder.

El sacerdocio se había envanecido de tal manera que el servicio le era una carga para nada agradable, sino un motivo de queja diaria. Así que se limitaban a estar ahí, presentar lo que les traían, en el estado que fuese, y terminar el servicio en la monotonía de sus costumbres religiosas.

En cuanto al versículo diez de Malaquías, según la traducción de Reina Valera 1960, se formula la última reprensión a modo de pregunta. Mas en otras traducciones se ha determinado que la expresión más cercana a la del idioma original sería ésta:

"¡Oh si hubiera entre vosotros quien os cerrara las puertas para que no encendierais en vano mi altar! ¡No tengo complacencia en vosotros, dice YHVH Sebaot, ni aceptaré ofrenda de vuestras manos!"
(Malaquías 1:10 según BTX4)

En estas letras entendemos a un Malaquías confrontándoles con la palabra de Dios en un tono irónico, según la contrariedad de los corazones de aquellos que supuestamente eran los más aptos y dispuestos para el servicio de Dios y Su templo.

Pasó el tiempo y el sistema de ofrecimiento de sacrificios a Dios en el templo, por mediación de sacerdotes, dejó de ser necesario. Dios envió a Su Hijo, el Señor Jesucristo, quien vivió entre los hombres y como tal, pero sin pecado. Y así, sin pecado, se entregó en sacrificio por amor a nosotros y dando su vida en pago por nuestros pecados.

Un "consumado es" salió de su boca y entregó al Padre su espíritu. El momento en que Jesús murió se rasgó el velo del templo que separaba el Lugar Santo del Lugar Santísimo.

En el Lugar Santísimo nadie podía entrar, sino el sumo sacerdote y en días contados, en unas condiciones especiales de santificación para no morir a causa de la Santa presencia de Dios.

Salvaguardando este Lugar, un velo, no como nosotros lo conocemos, así como si se tratase de una tela suave de tejidos finos, sino un gran manto que, según el modelo descrito en Éxodo 26:31-33 y por lo detallado por el historiador judío del primer siglo, Flavio Josefo, tenía un grosor de diez centímetros con veinte metros de altura y diez de ancho, en su embergadura.

Pues este velo se partió abriéndose el acceso a la presencia de Dios y expandiéndose por medio de Jesucristo, a todo aquel que lo reconoce como Señor y Salvador.

Porque Jesús murió, pero también resucitó al tercer día y ascendió a la diestra del Padre dejándonos el Espíritu Santo para que, por medio de la fe y por la gracia de Dios, seamos hechos hijos suyos y con acceso directo a Su presencia como real sacerdocio.

"Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia."
1 Pedro 2:9-10

Con ánimo de extraer una aplicación práctica actual a este pasaje, habiendo sido hechos sacerdotes, todo aquel que cree en Cristo, y se nos da acceso directo a Su Lugar Santísimo por cuanto el Espíritu Santo mora en nosotros, el texto viene a ser una confrontación directa para todo creyente:

¿Qué estamos ofrendando a Dios? ¿Cuál es la calidad de nuestros sacrificios presentados ante Su altar? ¿Merecemos recibir favor de Dios por nuestro buen hacer, o es Su gracia y Su misericordia las que nos sostienen? ¿Servimos de buena gana a nuestro Padre celestial o es para nosotros un motivo de queja el tener que ocuparnos de las cosas de Dios?

Posiblemente no hallemos unas respuestas muy favorables a estas preguntas introspectivas. Es hora de recordar que todo lo que tenemos es porque Dios ha permitido que lo tengamos, en lo material.

Ni nuestra propia vida ya no es nuestra sino comprada con la sangre de Cristo, derramada en la cruz del Calvario y dada a nosotros, la vida eterna en Él.

Y según como se  cierra el discurso del predicador, en el libro de Eclesiastés:

"El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala."
Eclesiastés 12:13-14
























No hay comentarios:

Publicar un comentario

ACTITUD VICTORIOSA, 2 Crónicas 20:15-17

ACTITUD VICTORIOSA, 2 Crónicas 20:15-17 Y dijo: Oid, Judá todo, y vosotros moradores de Jerusalén , y tú, rey Josafat. Jehová os dice así: N...