lunes, 21 de febrero de 2022

CUESTIONANDO A DIOS, Malaquías 1:2-5

CUESTIONANDO A DIOS, Malaquías 1:2-5

Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? dice Jehová. Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí, y convertí sus montes en desolación, y abandoné su heredad para los chacales del desierto. Cuando Edom dijere: Nos hemos empobrecido, pero volveremos a edificar lo arruinado; así ha dicho Jehová de los ejércitos: Ellos edificarán, y yo destruiré; y les llamarán territorio de impiedad, y pueblo contra el cual Jehová está indignado para siempre. Y vuestros ojos lo verán, y diréis: Sea Jehová engrandecido más allá de los límites de Israel.
Malaquías 1:2-5

Un pueblo rescatado de Egipto por mano de Dios y hecho de él una nación con una ley propia muy especial, que apuntaba al cumplimiento de la promesa del Redentor.

Varias fueron las transgresiones de Israel aún después de la toma de las tierras que Dios prometió a Abraham para que ellos las habitaran perpetuamente. Una de ellas fue el colmo que provocó a Dios a permitir que Babilonia destruyera Jerusalén, se llevara deportados a Judá y Benjamín y el resto de tribus se desvanecieran desperdigadas por tierra extrangera o mezcladas con los cananeos. 

Si bien, Dios guardó un remanente que tuvo Su favor y el privilegio de volver a la santa ciudad para reconstruirla y morar de nuevo en ella.

A pesar de que los retornados asumieron la ley y se volvieron a ella en firme promesa, firmada y guardada en las memorias de Israel, pronto se relajaron de nuevo, olvidando su pacto y pormenorizando el compromiso y el motivo de una vida consagrada a Dios, por el que llegaron a ser Su pueblo escogido y los herederos de Su promesa.

Y aún se permitieron el lujo, después de ésto, de responder a Dios con un provocador: "¿En qué nos amaste?".

Y es que a este pueblo sólo le quedaban quejas más que motivos de agradecimiento, porque no llegaban a saborear las bendiciones de Dios.

Pero, ¿puede el desobediente recibir bendición? Porque ellos dejaron de obedecer la ley, mirando sus propios intereses, y cuando les llegaba la consecuencia de sus actos ya no la querían asumir, sino recurrir a lo fácil, que era quejarse a Dios por su falta de amor.

Y en respuesta es enviado el mensajero de Dios, dando inicio a una intensa confrontación, no sin antes compararlo con Edom, con quien es Su indignación.

Malaquías vendrá usando una forma de expresarse muy acorde al pensamiento de quien ha de recibir el mensaje.

Pues ya que en el pensamiento del pueblo se encontraba la irreverente cuestión sobre Su amor, él dará las contestaciones de Dios en el tono que la audiencia sabe usar, cuestionando retóricamente para abrir paso a la suerte de los que no tienen el favor de Dios, usando a Esaú como contraste.

Porque dos eran los hermanos, Jacob y Esaú. Y siendo el último el mayor de los dos, vendió el derecho de su primogenitura al pequeño, con su decisión perdió también el derecho de hacer de él a la nación heredera de la promesa de Dios por la que vendría el Mesías.

Y el favor de Dios se centró en Jacob, no porque éste lo mereciera, pues si hacemos memoria vemos cómo engañó a su propio padre en su lecho de muerte para hacerse pasar por su hermano.

Pero Dios prometió a Abraham una descendencia y una gran nación de donde expandirse Su gracia a los confines de la tierra, y el primogénito rechazó su derecho por un plato de estofado.

De Jacob nacieron doce, y cambiándole Dios el nombre a Israel, Su providencia salvaguardando a sus hijos los hizo aumentar en el desierto, de setenta y cinco a dos millones, contra todo pronóstico humano, bajo la opresión de Egipto.

Pero aunque a Israel le sobraban las razones para agradecer a Dios, echando memoria de Su inconmensurable amor y misericordia para consigo, prefería mirar a otras naciones. Usó, así, Dios a Edom, ya que partía del mismo padre, para desmontar su queja.

Siglos más tarde, con la llegada del Señor Jesucristo, vino después a nacer su iglesia, la receptora de la gracia de Dios, por cuanto Israel lo rechazó como Mesías.

Vino entonces a parecerse a Esaú, y rechazando su derecho de primogenitura al no querer reconocer al Señor, Su misericordia no iba a centrarse ya más sólo en Israel, sino en todo aquel que en Él cree, de toda tribu, lengua y nación.

Igual que Malaquías recurrió al: "A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí", ahora Pablo lo citaba delante de los hermanos de la iglesia en Roma:

"Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia."
Romanos 9:13-16

Quizá los hermanos Romanos no tuvieron el atrevimiento de cuestionar directamente a Dios con una pregunta tal que: "¿En qué nos amaste?", pero sí que con su crisis congregacional hacían saltar la duda.

Y es que esta iglesia se trataba de una congregación mixta, de creyentes judíos y gentiles, en la que se disputaban quién de ellos tenía más derecho a la salvación, si los judíos por ser hijos de Abraham por linaje de sangre, o los gentiles por haber sido injertados en lugar de los judíos que rechazaron al Señor.

Citando también a otros profetas, Pablo fue convirtiendo esos motivos carnales de rivalidad en acercamientos por la contundente verdad que los unía: El único motivo por el que eran salvos era la gracia de Dios en Cristo Jesús y su privilegio era unirse en adoración a Él en un mismo sentir con gratitud de corazón.

Dios ha hecho pagar la preciosa sangre de Su unigénito Hijo por cada una de nuestras vidas. Y el que se entregó a Sí mismo para salvarnos, ¿va a entregarnos a la perdición después de haber creído y sido hechos parte en Su iglesia por el Espíritu Santo? No, el amor de Dios sobrepasa todo entendimiento, Él nos sostendrá hasta el fin de los días.

Y por si nos sobreviene el día malo en que nuestra fe flaquea y vemos las dudas tocar a la puerta de nuestros pensamientos, recordemos:

"Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna."
Tito 3:3-7













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