miércoles, 9 de febrero de 2022

CONVICCIÓN DE PECADO, Nehemías 9:1-2

CONVICCIÓN DE PECADO, Nehemías 9:1-2

"El día veinticuatro del mismo mes se reunieron los hijos de Israel en ayuno, y con cilicio y tierra sobre sí. Y ya se había apartado la descendencia de Israel de todos los extranjeros; y estando en pie, confesaron sus pecados, y las iniquidades de sus padres."
Nehemías 9:1-2

Después de setenta años en el exilio y otros tantos hasta que los retornados concluyeron la restauración del muro, aunque habían mantenido su cultura, su nombre y su celo por volver a su tierra, permanecieron todo ese tiempo en total ignorancia en cuanto a la ley que Dios les dio en el Sinaí.

El tiempo de la ignorancia acabó cuando los libros de la ley fueron abiertos por Esdras delante de todo el pueblo.

Las primeras palabras de la ley se recibieron con mucho gozo y, conforme fueron organizándose más lecturas, las Escrituras iban ahondando más y más en cada ser, despertando a las conciencias en convicción de pecado.

Se convocó, pues, un ayuno y un llamado colectivo de confesión, por los pecados de cada uno y por los de sus antecesores, por el conocimiento de los mandamientos de Dios y por cuanto su desobediencia alcanzaba a la descendencia.

"No te inclinarás a ellas ni las servirás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y que hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos."
Deuteronomio 5:9-10

Así que cada uno tenía doble peso en su corazón. El primero, por su propio pecado y el segundo, por todas las veces en que el pueblo se apartó de Dios hasta la deportación.

Tradicionalmente se creía que los pecados se heredaban de padres a hijos y, por tanto, así también la maldición.

Lo cierto es que el concepto de maldición generacional jamás ha sido como tal, como si Dios hiciese pagar a hijos, nietos y bisnietos lo que su antecesor hizo. Sino que se refiere a la consecuencia que puede afectar a los descendientes de aquellos que se apartan, por el mero hecho de no crecer instruídos en justicia sino en la ignorancia.

Pues al ignorar el proceder, inevitablemente los hijos harán lo que aprendieron de los padres, por ende, acabarán cayendo en las mismas transgresiones.

Pero esto no indica que Dios decida soberanamente sobre la condenación de los hijos a causa de los padres. Ya que si el padre pecare pero el hijo se arrepintiere de sus malos caminos y se volviere a la ley, no ha lugar a maldición alguna, sino más bien al perdón, por cuanto Dios es lento para la ira y amplio en misericordia.

Y la misericordia de Dios se mostró en el mayor acto de amor acontecido en toda la historia de la creación: Que siendo el hombre pecador y merecedor de ser hecho reo de muerte, Dios entrega a Su propio Hijo en pago por sus pecados, poniéndose en el lugar del hombre y pasándolo de muerte a vida por su muerte y resurrección al tercer día.

Y mientras Dios Hijo se entregaba por toda la humanidad, Su palabra se hacía vida en cada uno de Sus discípulos por medio del Espíritu Santo, y fue extendida en el pasar de los siglos por el evangelio de Jesucristo.

Conforme se presenta el evangelio de la salvación en Cristo, el Espíritu Santo lo hace penetrar en las conciencias de todo aquel que lo escucha, ofreciéndole al oyente la oportunidad de arrepentirse y hallar la salvación.

Y a esta convicción de pecado despertada a través del evangelio es lo que Pablo llama el poder del evangelio:

"Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego."
Romanos 1:16

Evangelio de una salvación que no distingue razas, culturas, nacionalidades ni aún entre pecados. Porque la salvación de Dios proviene de los judíos pero reposa en todo aquel que en Él cree, de entre toda la humanidad.

Ahora, recibida la redención en Cristo Jesús, la iglesia ha de mantener una estrecha comunión con Dios para su edificación en Cristo y para su productividad como portadora de Su luz al mundo.

Esta relación puede verse afectada por la presencia de pecados ocultos, estos son, los no confesados, los que uno no quiere asumir aún en la responsabilidad de sus actos.

Estos pecados separan al creyente de Dios. Pues, aunque haya recibido la salvación en Cristo, la santidad y pureza de Dios provoca que inevitablemente se vea repelido todo atisbo de pecaminosidad de Su presencia.

Pero esta ruptura relacional puede ser restaurada de una manera tan fácil como complicada se la quiera hacer el hombre: mostrando el arrepentimiento por medio de la confesión.

Y la iglesia no se relaciona únicamente con Dios, en cuanto a cuerpo de Cristo se refiere, sino que se deberá de trabajar y fortalecer la comunicación entre los hermanos.

Porque una iglesia que no se comunica internamente es una iglesia estancada en el crecimiento y en la producción de frutos de salvación.

Actualmente, desde que la comunicación entre creyentes puede darse a través de  redes sociales y demás plataformas electrónicas, se han fomentado la impaciencia, la hipocresía y el juicio rápido, pudiendo incluso bloquear a aquel que nos hirió el orgullo.

Y como Dios conoce nuestras debilidades, nos deja instrucciones de cómo restaurar nuestras relaciones fraternales:

"Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda."

"Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho."
Mateo 5:23-24 y Santiago 5:16

















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