martes, 15 de febrero de 2022

MORADA EN LA CUIDAD SANTA, Nehemías 11:1-2

MORADA EN LA CIUDAD SANTA , Nehemías 11:1-2

Habitaron los jefes del pueblo en Jerusalén; mas el resto del pueblo echó suertes para traer uno de cada diez para que morase en Jerusalén, ciudad santa, y las otras nueve partes en las otras ciudades. Y bendijo el pueblo a todos los varones que voluntariamente se ofrecieron para morar en Jerusalén.
Nehemías 11:1-2

Con los muros terminados ya estaba la ciudad completa, porque muchos de los retornados con Zorobabel se dedicaron a levantar sus casas durante el tiempo en que estuvieron paradas las obras en el templo.

Hasta el momento la totalidad de los repatriados convivieron en Jerusalén, pero eso suponía superar el aforo de sus casas y levantar tiendas en las calles para los que no tenían cabida bajo un techo.

Llegó el momento, pues, de ubicarse cada uno en su sitio, se quedarían a vivir en Jerusalén los jefes del pueblo y del resto, uno de cada diez lo harían por sorteo, de entre los que se ofrecieron voluntarios.

Porque en la capital debían morar los jefes, pero cada cual entre los judíos tenía su heredad en otras ciudades, aquella que recibieron en su día una vez pasado el Jordán y tomadas las tierras de la promesa.

Por lo que al que se ofrecía a vivir en Jerusalén le suponía prescindir del terreno y del hogar que perteneció a sus padres para empezar una nueva etapa en la capital.

De ahí vendrían los elogios de sus compatriotas, además de saberse la peligrosidad de que Jerusalén era el punto en la diana de todos sus enemigos, ya que tomando la capital se tomaba también a toda la nación.

A lo largo de la historia de Israel se han registrado hombres que protagonizaron grandes muestras del poder de Dios y de Su misericordia.

Algunos fueron llamados por su nombre, como Noé, Abram y Moisés. Otros se dieron voluntariamente a su servicio, como Samuel, el consagrado para el Señor desde que fue engendrado en respuesta a los ruegos de Ana, su madre.

El voluntariado de Daniel y Nehemías en la obra de Dios fueron determinantes para la subsistencia de Israel, de igual manera la disposición de Ester y su fe contribuyeron en ello.

También hay quienes tuvieron parte pero no una sincera disposición, como el caso de Jonás, que prefirió responder al llamado huyendo de la presencia de Dios y el desenlace de esa historia ya lo conocemos.

Del mismo modo que a los voluntarios para residir en Jerusalén les supuso sacrificar la herencia de sus padres a cambio de un lugar en la ciudad santa, a los que siguieron a Jesús en Su ministerio les debía suponer un nuevo comienzo, una mirada puesta en el reino de Dios, donde no hay cabida a las cosas de este mundo.

Porque no vino un hombre a hablar de una utopía, sino que Dios mismo, el Hijo, se hizo carne y habitó entre los hombres, acercando Su reino a ellos, primeramente con el anuncio a los judíos y expandiéndolo a toda la humanidad por Su obra redentora en la cruz del Calvario, su resurrección al tercer día y su ascensión a la diestra del Padre, de donde ha de volver para establecer Su reino sobre la tierra y destruir por completo toda la maldad.

Durante el ministerio de Jesús hubieron muchos que lo seguían allá donde fuera. De esta multitud, una parte se acercaba a Él por sus milagros, otra parte por mera curiosidad, luego estaban los fariseos y todo el equipo de investigación que se despertó en el Sanedrín cuando saltó el anuncio de que Él era el Mesías prometido por las señales que realizaba y por último estaban sus discípulos, aquellos que lo seguían y lo tenían por Señor y Maestro, tomando parte en la anunciación del reino a los judíos.

De tanto en cuando se animaban otros a seguirle en calidad de discípulos pero, al sopesar el sacrificio que ello comportaba, acababan demostrando que su fe no era tal como el entusiasmo que expresaban.

"Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. Y dijo a otro: Sígueme. El le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios."
Lucas 9:57-62

Porque ellos no consiguieron reconocer a Dios en la persona de Jesucristo sino que lo entendían como a un hombre ungido por Dios como David, guerrero y pronto para reclamar su trono a los romanos a base de artes bélicas, a la usanza humana y no Divina.

Pero Dios tiene unos planes más elevados que el más excelso de los pensamientos del hombre, donde la milicia es obrada en piedad y misericordia y Su trono eterno es establecido en el amor, dando adopción al hombre por medio del Hijo, el Señor Jesucristo, poniendo Su vida por todo aquel que en Él cree.

Y el Dios y Padre Eterno, pudiéndonos haber hecho desaparecer por completo con mucho menos que un simple pensamiento, lo ha entregado todo por la salvación de nuestras almas, para que seamos reconciliados con Él por medio de Su Hijo, el que entregó Su espíritu clavado en una cruz y nos da la vida eterna en su Resurrección.

También nos tiene un hogar preparado en Su reino, dándonos el privilegio de hacernos partícipes de Su heredad.

Para ello es necesario reconocer a Jesús como Señor y Salvador en arrepentimiento y fe en Su obra redentora por la que somos justificados delante de Dios.

Por medio de la fe somos hechos salvos y sellados por el Espíritu Santo que hace morada e nosotros.

Una vez pasados de muerte a vida está en cada cual desprenderse de su pasada forma de vivir y de aquellos males heredados por los pecaminosos actos de nuestro viejo hombre.

En este punto veremos cuán comprometidos estamos con el reino de Dios y con la obra de nuestro Señor Jesucristo.

Sigamos el ejemplo de Pablo.

"Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe;"

"Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús."
Filipenses 3:8, 9, 13 y 14.












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