jueves, 24 de junio de 2021

UN SELAH DE SÚPLICA, Salmos 89:46-48.

UN SELAH DE SÚPLICA

¿Hasta cuándo, oh Jehová? ¿Te esconderás para siempre? ¿Arderá tu ira como el fuego? Recuerda cuán breve es mi tiempo; ¿Por qué habrás creado en vano a todo hijo de hombre? ¿Qué hombre vivirá y no verá muerte?¿Librará su vida del poder del Seol? Selah
Salmos 89:46-48


REFLEXIÓN:

Selah... Y un despliegue de preguntas se amontonan alrededor del paréntesis del efímero vivir de la carne. Parecen enmarcar la sabiduría de quien conoce el fin de sus días.

Selah... Y una súplica a la desesperada, que no parece saberse expresar de otro modo que no sea entre interrogantes, denota el apelmazante silencio de Dios para con el que escribe. Un aparente abandono que lo hace divagar en el por qué de la muerte en el hombre y en su suerte postrera, si es que, según el salmista, pudiera haberla.

APLICACIÓN:

El pueblo de Dios ha sufrido largos periodos de silencio a lo largo de su historia, donde han llegado a olvidarlo por completo a Él y a Sus promesas dadas a Abraham para con ellos.

El primer gran periodo de silencio parte de Egipto, con un clamor unánime bajo una intensa esclavitud... Y les fue enviado a Moisés.

El segundo periodo, tras Josué, las generaciones se diluyeron en lo supérfluo del mundo distrayendo su memoria de tal manera que cada cual hacía lo que bien le parecía, sin pauta ni ley. En este espacio de tiempo Dios fue enviando a jueces que mantuviesen a raya al pueblo, lo zafase de los ataques y lo atrayese de nuevo a la Ley.

Pero el pueblo se cansó de jueces y pidió tener rey conforme a su agrado y en sintonía con las naciones paganas. Y por cada rey se dió un profeta pues, hasta el más acorde en conformidad a Dios, requirió de sus exhortaciones para mantenerse fiel.

Mas los reyes y profetas dejan de sucederse cuando entran en el gran periodo de silencio histórico en Israel, con más de cuatrocientos años de ausencia de enviados de Dios, que da paso al cumplimiento de lo que plasmara Isaías:

Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de Jehová por todos sus pecados. Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado.
Isaías 40:1-5

Y Dios envía al que cierra con broche de oro la época de los profetas: Juan el Bautista, en anuncio de la inminente llegada del prometido Mesías que viene a establecer su reino sobre la tierra.

Pero aún no contentos con ello, rechazan al Mesías, enviándolo a la cruz. Quien murió y resucitó al tercer día, dejando en largo silencio de nuevo a Su pueblo para empezar a tratar con el extranjero y hacer de él a su iglesia. Este punto marca el último y mayor periodo de alejamiento y mutismo de Dios para con su pueblo, que concluirá con la segunda venida del Mesías, no ya para ser rechazado, sino en toda Su gloria reinando con vara de hierro sobre las naciones, tras el arrebatamiento de Su iglesia.

Y ahí es cuando dejarán de existir las dudas conforme a las promesas de Dios para con lo suyo.

ACCIÓN:

Dios es amor, pero también es Santo y Justo. Dios ama a Su creación, pero también rechaza tajantemente la maldad que se posa sobre ella.

De esta manera, Dios en Su gran despliegue de amor, nos ha redimido con la sangre del Señor Jesucristo derramada en la cruz, para librarnos del pecado y de la muerte, limpiarnos y hacernos partícipes junto con Cristo de toda Su heredad.
Pero aunque mora en nosotros el Santo Espíritu de Dios, esto es, en cada uno de los que hemos creído en el anuncio de la salvación por gracia mediante la fe en Cristo Jesús, en el caso de encontrarnos ocultando un pecado a Dios, con la intención de continuar en Él, El Señor va a hacer silencio a nuestras oraciones. De manera que nos sentiremos como en un desierto o en una deportación de sus favores al frío mundo, para que clamemos ahora sí, con corazón sincero, nos arrepintamos y volvamos a los pies de Cristo.

Señor, Dios Todopoderoso y Padre Amado, en agradecimiento por tu Palabra que me confronta e instruye, me  inclino ante Ti, en la vergüenza de mis pecados, ya que he comprendido que este silencio tuyo no se trata de un proceso, sino de la consecuencia de mi situación de rebeldía. Perdóname, aliéntame y fortaléceme en Cristo, para liberarme al fin de esto que causa mi dejadez, y pueda continuar amoldándome a la persona del Señor Jesucristo de manera que pueda verse reflejado en mi vida. 

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