¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?
Malaquías 2:10
Está claro que la pregunta que espeta va dirigida exclusivamente al pueblo de Dios y, aunque hasta ahora la confrontación se está dando en concreto a los sacerdotes, Malaquías se incluye en esta cuestión introspectiva en confesión del pecado, asumiéndolo, conforme es parte del pueblo y por ende, le afecta por igual.
Y es que no todos los hombres son hijos de Dios, sino los que Dios tiene por hijos en Su voluntad, y en este caso se refiere a Israel.
Pues perteneciendo todos al mismo pueblo, teniendo al mismo Dios, dejaron de respetarse unos a otros mirando, en su propia individualidad, cada cual sus intereses.
Así que de la boca de Malaquías se emiten tres preguntas a modo introspectivo:
"¿No tenemos todos un mismo Padre?"
Esta primera pregunta nos delata que el destinatario principal del mensaje es el pueblo de Dios, los que se entienden como sus hijos.
Porque aunque existe el pensamiento popular de que todos los hombres somos hijos de Dios, el tal es erróneo, por cuanto no se sostiene a la luz de la palabra de Dios.
Porque, si contestamos a la segunda pregunta, la cual cuestiona: "¿No nos ha creado un mismo Dios?", si que es sostenible por la Palabra que todos los seres vivientes, y no solo la humanidad, hemos sido creados por Dios. Por lo que todos somos criaturas del mismo Dios Creador.
Pero en cuanto a la paternidad del Creador con respecto a Sus hijos, ésta se da mediante un requisito que los consagran diferenciándolos del resto de los hombres, el cual está sujeto a la voluntad de Dios que, en Su soberanía, estimó no tratar una relación familiar para con todos los hombres, por cuanto, desde Adán, toda la creación quedó manchada por el pecado. Y la existencia de pecado en el hombre provoca que inevitablemente se vea repelido de la presencia de Dios, ya que Él es Santo y en Él no hay cabida al más mínimo pecado.
Por tanto Dios estimó tratar con un sólo hombre y, a partir de él ir encaminándolo conforme a su eterno plan, de salvación y reino, trazado desde antes de la fundación del mundo.
Pues durante la primera gran decadencia de la humanidad, después de que Adán pecara, Dios mostró Su gracia para con Noé y su familia, destruyendo el resto de los hombres enviando un diluvio sin precedentes y el cual no lo volverá a haber jamás.
Tiempo después, Dios sacó a Abram de Ur de los Caldeos para hacer de él una nación santa, Israel, de la que nacería el Mesías, Dios Hijo, hecho hombre para extender por Él la salvación a toda la humanidad.
Y es por Él que somos hechos hijos de Dios, los que creemos que Jesús es el Señor y lo tenemos como Salvador personal nuestro.
"Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios."
Juan 1:12-13
Y he aquí el requisito, que solamente en Cristo uno puede ser hecho hijo de Dios. Puesto que durante el antiguo pacto Dios determinó que la consagración de Su pueblo se diera mediante la obediencia a la ley, una vez llegado el cumplimiento de la misma, el cual es Cristo, somos adoptados en Cristo, y recibidos como hijos de Dios en Él.
Sus hijos conformamos la iglesia de Cristo y también representamos el cuerpo de Cristo, siendo cada uno un miembro y miembros los unos de los otros en el Espíritu Santo.
Pues la tercera pregunta que presentó Dios a su pueblo, en concreto a los sacerdotes, viene a convertirse en una cuestión aplicable a la iglesia a modo de autoconfrontación:
"¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro, profanando el pacto de nuestros padres?"
La deslealtad del uno contra el otro es la falta de consideración entre los hermanos en Cristo con respecto a sus necesidades naturales y espirituales, así como el privarle del conocimiento de la Palabra para su crecimiento en Cristo, cuando está de nuestra mano edificarle o corregirle en lo que no ande correctamente.
Con "profanar el pacto de nuestros padres" Malaquías se estaba refiriendo al quebrantamiento de la ley en sus desobediencias y en la torcedura de las Escrituras en sus interpretaciones y enseñanzas para con el pueblo.
Pareciera que sólo miraran por su propio interés sin importarles la santificación del pueblo.
Tamaña falta de amor nos puede escandalizar, ahora que lo vemos desde las lentes del siglo XXI d.C.
Lo cierto es que tenemos mucho de qué avergonzarnos en la iglesia contemporánea si, tomando esta misma pregunta y nos la aplicamos a nosotros mismos, comenzamos a tirar de autoexamen.
Porque vivimos en una sociedad que nos demanda prácticamente todo el tiempo que ocupa nuestro día a día, entre trabajo, tareas del hogar, familia...
No será la primera vez que ignoramos al hermano que nos requiere para alguna consulta o necesita de nuestro apoyo moral o espiritual por cualquier motivo, por tal de que "no nos haga perder el tiempo, que tanto necesitamos" para ocuparnos en lo terrenal y pasajero que limita nuestra labor principal como portadores de la luz de Cristo al mundo.
El Señor Jesucristo expresó un nuevo mandamiento a sus discípulos y a la iglesia, que está basado en el amor:
"Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros."
Juan 13:34
Porque el amor de Jesús es tal que se dió por completo a Sí mismo para que por Su vida seamos librados del pecado y de la muerte. Ahora el Señor nos demanda que amemos tal como Él nos amó.
Nos debemos preguntar, pues, ¿estamos obedeciendo a este mandamiento, o haremos como los sacerdotes en tiempos de Malaquías, profanando el pacto de sus padres?
"En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad."
1 Juan 3:16-18