Este Selomit y sus hermanos tenían a su cargo todos los tesoros de todas las cosas santificadas que había consagrado el rey David, y los jefes de las casas paternas, los capitanes de millares y de centenas, y los jefes del ejército; de lo que habían consagrado de las guerras y de los botines, para reparar la casa de Jehová. Asimismo todas las cosas que había consagrado el vidente Samuel, y Saúl hijo de Cis, Abner hijo de Ner y Joab hijo de Sarvia, y todo lo que cualquiera consagraba, estaba a cargo de Selomit y de sus hermanos.
1 Crónicas 26:26-28
Continuando con la lectura llegamos al recuento de los tesoreros que custodian lo recaudado y consagrado desde Samuel y hasta el rey David, en cada una de sus batallas.
Frutos resultantes de las guerras en las que obtuvieron la victoria contra sus enemigos por gracia de Dios. Así pues, en gratitud, consagraban lo obtenido para su uso exclusivo para la casa de Dios y para su servicio.
Bastante tiempo transcurrido desde Samuel hasta David, y ahora le sucedía Salomón. Sin embargo ahí estaban, se mantuvieron los tesoros recaudados por todos y cada uno de sus receptores, los cuales entendieron que el beneficio de esperar y dedicarlo a Dios era mejor que el de haber hecho uso de ello para cualquier otro asunto.
(Habrá a quien le gusten las guerras, lo cierto es que a todos nos gustaría disponer de todo y no codiciar lo que tiene el vecino. Así no habría necesidad de tener conflictos con nadie.)
Adán lo tenía todo y aún así codició el fruto del árbol del cual Dios le ordenó explícitamente que no comiera, bajo condena de muerte. El desenlace ya lo conocemos y por eso todos nacemos contaminados y separados de Dios, encaminados a muerte desde el día que salimos del vientre de nuestra madre.
"Ley de vida", se dice, y Dios en Su misericordia nos proveyó de Cordero que nos redimiera. Mientras el plan de Dios era revelado al hombre, para su rescate, la ley que fue dada a Moisés señalaba directamente al Redentor que había de venir, el verdadero Dador de la vida, el cual es la vida misma, el Señor Jesucristo.
El pueblo de Dios se vio envuelto en guerras, no porque este quisiera, sino a causa del enemigo. Y es que desde que Adán pecara no hubo un lugar para su reposo, hasta Abraham, a quien Dios prometió una tierra y una gran descendencia, y de ella, la bendición a todas las naciones por medio del Redentor.
A Abraham no le habría hecho falta enfrascarse en ninguna guerra, pero su sobrino Lot se vio involucrado en un conflicto en el que él y su familia acabaron prisioneros. Abraham, que entonces aún se llamaba Abram, salió victorioso del rescate, llevándose un botín, parte del cual entregó a Melquisedec como ofrenda a Dios.
"Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de todo."
Génesis 14:18-20
Ahora desde Samuel y hasta el rey David habían consagrado sus tesoros a Dios, para Su gloria y honra.
Y como Dios permitió que el reinado de Salomón se diera en un tiempo de paz y bonanza en todo Israel, he aquí el momento en que Dios dispuso que se construyera el templo en el que sería usado lo atesorado hasta la fecha.
Redundando en la idea de que todos quisiésemos tener paz y no guerra, aún mayor es ese deseo en los hijos de Dios, aquellos que por la fe en el Señor Jesucristo hemos sido perdonados y pasados a una nueva vida en Él, recibiendo de Su paz y Su gozo con el Espíritu Santo.
Y como aún arrastramos nuestro viejo hombre el cual es en nuestra carne, sujeta a la ley del pecado y de la muerte, muchas son las veces que no queriéndolo acabamos metidos en guerra.
No es que debamos batallar para alcanzar victoria alguna, puesto que en Cristo somos más que vencedores, ya que Él venció por nosotros a la acción del pecado y de la muerte.
Pero el conflicto se va a dar irremediablemente mientras el deseo de la carne y el del Espíritu sean opuestos entre sí, conflictos que irán aminorando conforme el carácter de Cristo sea cada vez más marcado en nuestro sino, de manera que nuestra carne se someta a la voluntad del Padre tal como Jesús , en forma de siervo.
¿Cuántas veces hemos lamentado atravesar varias dificultades en nuestro diario vivir? Situaciones a las que cedemos amilanados, sin llevar la mira a lo Eterno, donde el fruto de la victoria está dispuesto, y no la derrota.
Quizá nuestra queja o desánimo se basen en adversidades derivadas de la economía, la salud o del ámbito socio-cultural que se opone a nuestra fe. Pero en el primer siglo hubo unos hermanos que necesitaron que se le escribiera a causa, entre otras cosas, de las gaves amenazas de muerte y persecuciones que sufrían por parte de los romanos, y del contundente rechazo y omisión de socorro por parte de los practicantes del judaísmo.
Así que mientras que unos los buscaban para matarlos, no sin antes infligirles dolorosas torturas, los otros echaban la vista a un lado proporcionando la ayuda solamente a aquel que decidiera negar públicamente a Cristo y volverse a la ley.
¿Será mayor esta adversidad que la que podamos estar experimentando la mayoría en el cristianismo actual?
Con todo y eso, los hermanos Hebreos fueron alentados con las siguientes palabras:
"Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado."
Hebreos 12:11-13
Además, Santiago también emitió una carta a los hermanos de la dispersión, coincidiendo en idiosincrasia con los destinatarios de la carta anterior:
"Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna."
Santiago 1:2-4
Constituyen, pues, el fruto apacible de justicia, del cual habla el emisor a los Hebreos, y la paciencia, la perfección y la cabalidad, que nombra Santiago, lo que viene a ser lo atesorado en vistas a la eternidad, para que no nos falte cosa alguna, así como a Adán antes de salir del huerto de Edén, pero aún mejor, por cuanto en Cristo somos libres del pecado, para no volver a caer jamás.
Y si por si no nos estamos hallando entre conflictos, hoy viene siendo el día en que meditemos en qué estamos atesorando y en cuál es su finalidad.
Hagámonos receptores de estas palabra del Señor, diciéndonos:
"No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón."
Mateo 6:19-21
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