Mas Dios me dijo: Tú no edificarás casa a mi nombre, porque eres hombre de guerra, y has derramado mucha sangre.
1 Crónicas 28:3
Llegando a la conclusión del primer libro de Crónicas, David se encuentra reuniendo a todos los principales de Israel para presentar a su hijo al trono.
El rey inicia su discurso compartiendo su deseo de edificar una casa a Dios donde posar el arca del pacto.
Su plan no pudo llevarlo a cabo porque sus designios lo llevaron a la guerra.
¿Qué habría acontecido si el rey David hubiera desoído el impedimento de Dios de levantar el templo? No habría podido atender en la batalla, de manera que las propias invasiones enemigas se habrían encargado de frustrar su obra.
Fue necesario derramar sangre en esas guerras para que su sucesor quedara libre de ellas. Para edificar el templo en paz, reinando en bonanza y poder en medio de todas las naciones.
No es voluntad de Dios que existan las guerras en el mundo. A causa del pecado es que existen los conflictos entre los hombres, que son inevitables mientras exista maldad en su corazón.
Las primeras manos que derramaron sangre humana fueron las de Caín, quien gobernado por la envidia y los celos, mató a Abel, su hermano.
En el caso del rey David, sus manos derramadoras de sangre fueron así de manera totalmente circunstancial, a excepción de la vida sesgada a Urías, a quien mandó a muerte segura por tal de casarse con su mujer.
Y las circunstancias requerían que el rey al mando se encargara de defender su territorio y de reclamar lo suyo de manos enemigas.
En la actualidad tenemos como plato diario una bandeja llena de noticias de muerte y destrucción, como manifiesto del aumento de la maldad en el corazón del hombre, maldad que un día no muy lejano colmará del todo la copa de la ira de Dios, para derramarla sobre la tierra.
Mientras tanto, y por Su pura misericordia, Dios nos dió a Su Hijo para que Su preciosa sangre sin mácula fuera derramada en su totalidad por todos los hombres, para su redención y reconciliación con Dios por medio de Él.
"Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros."
"Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida."
Romanos 5: 8 y 18
Ésta es la única y preciosa sangre derramada válida para levantar el templo en todos y cada uno de los que, por gracia de Dios y por medio de la fe en el Señor Jesucristo, recibimos el perdón y la vida eterna por la acción del Espíritu Santo.
Del mismo modo que David no pudo edificar el templo a causa de sus manos derramadoras de sangre, nosotros no podemos pretender ser constituídos templo del Espíritu Santo por otro medio que no sea la sangre derramada de nuestro Señor Jesucristo.
A veces podemos pensar que por nuestras obras nos vemos con más derecho de ser justificados delante de Dios. Pero el Señor
dejó bien claras estas palabras a aquellos que creían poder salvarse por sus propios medios:
"Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación."
Lucas 16:15
Hoy es día de hacer una pausa en nuestras ocupaciones diarias y entonar una alabanza en gratitud por esta nueva vida que tenemos en Cristo Jesús sin nosotros merecerlo. Cantaremos:
"Te alabo hoy, te alabo hoy.
Te doy las gracias por la nueva vida en Ti.
Porque has perdonado mis pecados,
por la vida que me das.
Te alabo hoy, te alabo hoy, te alabo hoy. "
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