Y juntó Salomón carros y gente de a caballo; y tuvo mil cuatrocientos carros y doce mil jinetes, los cuales puso en las ciudades de los carros y con el rey en Jerusalén. Y acumuló el rey plata y oro en Jerusalén como piedras, y cedro como cabrahigos de la Sefela en abundancia. Y los mercaderes del rey compraban por contrato caballos y lienzos finos de Egipto para Salomón. Y subían y compraban en Egipto un carro por seiscientas piezas de plata, y un caballo por ciento cincuenta; y así compraban por medio de ellos, para todos los reyes de los heteos, y para los reyes de Siria.
2 Crónicas 1:14-17
Salomón reinó en Israel conforme a la voluntad de Dios. No obstante, Dios inspiró al cronista a recordar al lector que, a lo largo de su vida, el rey había estado practicando unas conductas muy arriesgadas. Tanto así, que acabaron provocando que, en la etapa final de su vida, desviara su corazón a la idolatría.
Así que, en estos últimos versos del primer capítulo del segundo libro de Crónicas, leemos cómo Salomón hizo caso omiso a la prohibición explícita de Dios, en Sus instrucciones de cómo debía conducirse el rey de Israel:
"Pero él no aumentará para sí caballos, ni hará volver al pueblo a Egipto con el fin de aumentar caballos; porque Jehová os ha dicho: No volváis nunca por este camino. Ni tomará para sí muchas mujeres, para que su corazón no se desvíe; ni plata ni oro amontonará para sí en abundancia."
Deuteronomio 17:16-17
Pudiera ser que, a pesar de la tanta sabiduría y de tamaña inspiración de Dios para escribir Salmos y Libros que formarán parte de las Sagradas Escrituras, descuidara un mandamiento especial, que dictó Dios a Moisés, para con los reyes de Israel:
"Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra; a fin de que prolongue sus días en su reino, él y sus hijos, en medio de Israel."
Deuteronomio 17:18-20
Y es que la palabra de Dios transforma el alma y Su ley endereza los pasos de quien la guarda.
¿Habrá sido capaz, Salomón, de desobedecer deliberadamente y de forma recurrente estos mandamientos tan claramente dirigidos a él y a todos los reyes de Israel?
Es algo que desconocemos, aunque preferible es pensar que este desacato lo ocasionó su descuido con respecto a la lectura y a la reflexión de la ley.
El hecho es que toda conducta que realizó durante los inicios de su reinado le repercutió en el final de este.
A lo largo del Salmo ciento diecinueve observamos la vital importancia de la acción de la palabra de Dios en todo aquel que la considera en su modo de vida y en la práctica de su fe.
Y como el trayecto de la vida de cualquier persona se ve irremediablemente influenciado por cuáles sean sus primeros pasos en la etapa de su juventud, he aquí el consejo para evitar que su camino se tuerza:
"¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra."
Salmos 119:9
En el más extenso de los Salmos todo gira en torno a la vital importancia de la Palabra y a su acción preventiva, sustentadora y protectora en los pasos de quien medita en ella y la guarda.
En nuestra mente limitada pensamos que sólo los que rechazan a Dios son capaces de transgredir Su ley.
Lo cierto es que este desvío se encuentra por defecto en el corazón de todos los seres humanos, incluyendo a los creyentes, por cuanto su naturaleza viene corrompida desde que pecara Adán.
Por la mancha del pecado, el hombre vive apartado de Dios, espiritualmente muerto, y dando bandazos de acá para allá según su corta y nula visión de la vida.
Pero Dios, en Su gran acto de amor y misericordia, no solamente nos dejó Su palabra transformadora para que anduviésemos en ella, sino que nos la mostró en el súmmun de la revelación de Dios para con el hombre, en la persona del Hijo, el Señor Jesucristo.
Porque el Hijo, siendo Dios y el Verbo de vida de toda la creación, se hizo hombre para darse en sacrificio por el pago de nuestro pecado.
Cumpliendo así con toda justicia a través de Su muerte, sepultura y resurrección al tercer día, Jesús constituye la vida de todo aquel que en Él cree, una nueva vida limpia por el poder y la acción del Espíritu Santo, quien nos dirige a Cristo a través de Su palabra.
El reconocimiento de Jesús como Señor y Salvador personal implica una vida conforme a Su voluntad, en obediencia a Dios y a Su palabra.
"Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió."
Juan 14:23-24
Para guardar la palabra del Señor primero es requisito haberla leído y, si no estudiado, haberla meditado, y aplicarla en la vida personal de cada creyente.
Tenemos, pues, a Cristo como ejemplo y a Su santa y perfecta Palabra que de Él testifica.
Hoy es día de examinar nuestra práctica de vida y si en el proceso nos podemos hallar más cercanos a actuar como Salomón, despreocupándose de las fatales consecuencias que le acarrearán sus conductas arriesgadas, o si por el contrario estamos dejando que la Palabra de Dios penetre en nuestro ser para que, por medio del Espíritu Santo, seamos forjados a un cada vez mayor carácter de Cristo.
Sea este nuestro anhelo, igual que Cristo se deleitaba en la Palabra de Dios, con los siguientes versos:
"Tú encargaste que sean muy guardados tus mandamientos. ¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos! Entonces no sería yo avergonzado, cuando atendiese a todos tus mandamientos."
Salmos 119:4-6
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