Después de estas cosas aconteció que murió Nahas rey de los hijos de Amón, y reinó en su lugar su hijo. Y dijo David: Manifestaré misericordia con Hanún hijo de Nahas, porque también su padre me mostró misericordia. Así David envió embajadores que lo consolasen de la muerte de su padre. Pero cuando llegaron los siervos de David a la tierra de los hijos de Amón a Hanún, para consolarle, los príncipes de los hijos de Amón dijeron a Hanún: ¿A tu parecer honra David a tu padre, que te ha enviado consoladores? ¿No vienen más bien sus siervos a ti para espiar, e inquirir, y reconocer la tierra?
1 Crónicas 19:1-3
Después de un capítulo lleno de victorias contra los enemigos, iniciamos el capítulo diecinueve hacia una amistad que forjó David con un rey amonita durante el tiempo en que se encontraba huyendo del rey Saúl.
Y es que Nahas, siendo acérrimo enemigo de Israel y, por ende, de su rey Saúl, recibió y amparó a David entre los suyos, ya que en ese entonces él era un prófugo de Israel, perserguido por su mismísimo rey.
Luego la relación cambió cuando David subió al trono para reinar sobre todo Israel, y ya la amistad dejó de ser lo que era, ya que reinaban naciones enemigas.
Pero ahora el cronista relata como David se entera de la muerte de Nahas, y la compasión lo lleva a actuar amistosamente, con la naturalidad en que lo habría hecho en los tiempos de su anonimato.
El mundo solamente ofrece favores a cambio de otros favores, por eso los consejeros de Hanún no fueron capaces de entender la buena intención de David, sino que a la fuerza debía haber un interés oculto contra ellos.
Pues aunque el rey Nahas en su día le mostró misericordia a David, ésta no era gratuita, sino más bien incentivada por el hecho de que David conocía muy bien a Saúl y de ahí podría hallar la estrategia para derrotarle.
Mas la misericordia de David era genuina, salida de un corazón sincero, tanto así, como del agrado de Dios.
Y como la maldad ciega al hombre de tal manera que le hace privarse a sí mismo de las bondades que se le presenten delante de sus narices, los príncipes de Amón rechazaron lo bueno interpretándolo como malo.
Esta es una característica muy propia de quien no tiene a Dios, que su tendencia al pecado le lleva a tomar lo bueno como si fuera malo y lo malo como si fuera bueno, de manera que el hombre no es capaz por sí solo de encaminarse hacia la salvación.
(Es por eso que sólo podemos ser salvos por la gracia de Dios, por medio de la fe en el Señor Jesucristo.)
A veces sucede que queremos complacer a alguien a quien apreciamos pero que no es creyente y nuestra actitud amistosa le es sospechosa, de manera que en lugar de sentirse complacido se puede llegar hasta a ofender.
Y es que el mundo piensa muy diferente a Dios, de modo que nosotros los cristianos, siendo hijos de Dios, vamos adquiriendo la forma de pensar y de proceder de nuestro Padre celestial, conforme vamos creciendo en el carácter de Cristo.
Tenemos consejo de Pablo a los Corintios, en cuanto a cómo gestionar nuestra relación con los incrédulos, la cual llama "yugo desigual":
"No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo."
2 Corintios 6:14-16
No es que nos impida hablar con ellos y mantener una cordialidad, sino que seamos especialmente cuidadosos a la hora de forjar una amistad con ellos porque, si nuestra luz no les hace venir a Cristo, puede ser que nos dejemos apagar por mantener conversaciones a la altura del estado de perdición de este amigo que no cree, arrastrándonos hacia su forma de vida pecaminosa.
También pudiera suceder que por nuestra propia actitud nos constituyamos blanco de sospecha, ya que jamás un incrédulo va a entender que alguien le ofrezca un amor limpio y desinteresado, porque no se equivoca el refrán que dice: "Se cree el ladrón que todos son de su condición".
Aún así, esto no implica que debamos cortar toda relación con el mundo, porque entonces ¿cómo haremos para hacer llegar el evangelio a los perdidos? Sea que se conviertan a Cristo y ahora sí podamos, no sólo tener una muy buena amistad con ellos sino, además, como hermanos en Cristo Jesús.
Hoy es día de tomar conciencia de cuál está siendo nuestra actitud y forma de acercarnos al mundo, si acorde a la voluntad de Dios o conforme a lo que harían los que no conocen a Cristo.
Para tomar ejemplo nos asiremos de estos consejos de Pedro y de Pablo:
"Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios."
"Y vosotros, hermanos, no os canséis de hacer bien."
1 Pedro 2:15-16 y 2 Tesalonicenses 3:13
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