Aclamad a Jehová, porque él es bueno; Porque su misericordia es eterna. Y decid: Sálvanos, oh Dios, salvación nuestra; Recógenos, y líbranos de las naciones, Para que confesemos tu santo nombre, Y nos gloriemos en tus alabanzas. Bendito sea Jehová Dios de Israel, De eternidad a eternidad. Y dijo todo el pueblo, Amén, y alabó a Jehová.
1 Crónicas 16:34-36
Seguimos leyendo hasta finalizar el recital de David, junto con Asaf y los músicos, levantando un Aleluya con una pequeña alusión al Salmo ciento seis.
También de autoría desconocida, el Salmo ciento seis inicia invitando a dar la gloria a Dios, y resalta Sus maravillas y Su amor y misericordia para con Su pueblo rebelde, donde el salmista hace un reconocimiento de la constante desobediencia de Israel, desde su salida en el desierto y hasta donde parece estar clamando por otra nueva liberación, a saber si en la época de los jueces o se trate de un clamor en el exilio.
Sea por anacronismo o porque el Salmo se ciñera a los tiempos de David, el cronista omite por completo todo el alarde de transgresiones de Israel, atribuyéndole a él, en este canto, nada más que la doxología.
Desde que Adán pecara toda la humanidad quedó por defecto desterrada de la santa y gloriosa presencia de Dios, por la corrupción de aquel primer hombre.
Solamente diez generaciones después de Adán, la maldad fue tal sobre la tierra que Dios hizo destruir a todos sus habitantes bajo las aguas de un diluvio que lo cubrió todo, excepto a Noé y su familia.
"Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal."
Génesis 6:5
Desaparecidos todos esos hacedores de maldad, Dios hizo pacto con Noé y con toda la humanidad para no volver a enviar ya nunca más otro diluvio de tal magnitud que desaloje la tierra, aún con todo el merecimiento del hombre a causa de su pecado.
"Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes. Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne."
Génesis 9:13-15
Y es que una simiente corrompida por el pecado se tuerce instintivamente hacia lo malo, pues sólo tres generaciones bastaron a partir de Noé para que se fundara la mayor cuna de idolatría en el mundo que aún permanece en la actualidad bajo otros nombres, y que bien podemos atribuirle espiritualmente el apodo de Babilonia.
Se puede decir pues que, desde Nimrod y hasta nuestros tiempos, la existencia del hombre permanece por pura misericordia de Dios.
No es que sea el hombre tal alarde de magnificencia que su propio Creador se resista a destruirlo, sino que siendo que Dios lo creó para Su gloria y honra, y nada ni nadie va a evitar que esa gloria le sea dada a Su nombre.
Y el mismo Salmo ciento seis lo indica:
"Pero él los salvó por amor de su nombre, para hacer notorio su poder."
Salmos 106:8
Consta entonces que el hombre sólo adquiere valor cuando tiene la posibilidad de dar la gloria a Aquel quien lo creó, y no por sí mismo.
El profeta Isaías ratifica lo dicho, donde el Señor le hace decir a Israel:
"Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará."
"Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados."
Isaías 43:21 y 25
Así que, puesto que el hombre ha sido creado con el principal propósito de glorificar a su Creador y no hay nada que pueda impedir que así se haga, Dios trazó un plan para redimirlo antes incluso de que éste fuera creado, tal como indica Pablo a Timoteo:
"quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos,"
2 Timoteo 1:9
En el Señor Jesucristo se cumple el plan de salvación al hombre donde, en Él es reconciliado con Dios y vuelto al lugar de donde nunca debió de haber caído, Su santa y gloriosa presencia, para ocupar la labor que nunca debió de haber descuidado, glorificar por siempre Su santo nombre.
Y no es que Dios haya enlistado, como hizo a Moisés, una serie de requisitos y obras que el hombre deba hacer por sí mismo para ser salvo. Porque la ley a Moisés no le fue dada para salvación sino para evidencia de condena, por cuanto al hombre le es imposible no transgredir la ley en algún punto.
Cristo es, pues, la finalidad de la ley, por cuanto ésta evidenciaba la imperiosa necesidad de un perfecto hombre que viniera en calidad de Redentor, como ayo hacia la libertad.
"De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe."
Gálatas 3:24
Porque el proceso de salvación es tan sencillo como complicado se lo quiera hacer el hombre, ya que lo difícil y doloroso lo sufrió Cristo para que nosotros no tengamos nada más que hacer que creer y arrepentirnos, ¿cómo no glorificar a Dios por tan precioso, perfecto y eterno regalo de la vida en Él?
Y tal como el carcelero de Pablo y Silas recibió una muy sencilla indicación, esta misma se aplica a todos los hombres: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa."
Ninguna otra acción que se haga fuera de esta directriz va a hacer que el hombre tenga mayor mérito de salvación, sino más bien lo contrario, por la incredulidad de quien no ha confiado en el poder de Dios y en Su misericordia, habiendo tomado toda la gravedad del asunto del pecado y, por medio del Señor Jesucristo, reducirla a la mínima expresión en favor del hombre: la fe.
"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe."
Efesios 2:8-9
Por haber gustado de la salvación en Cristo, por medio de la fe y sin nosotros merecerlo, hoy es día de reconsiderar con qué ánimo concluímos los pasos de nuestro diario vivir en este mundo, si con queja o pena, o como cual David delante del pueblo, i un aleluya, por el inconmensurable amor y misericordia de Dios para con nosotros.
Bendito sea Jehová Dios de Israel, de eternidad a eternidad. Amén.
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