Entonces Hanún tomó los siervos de David y los rapó, y les cortó los vestidos por la mitad, hasta las nalgas, y los despachó. Se fueron luego, y cuando llegó a David la noticia sobre aquellos varones, él envió a recibirlos, porque estaban muy afrentados. El rey mandó que les dijeran: Estaos en Jericó hasta que os crezca la barba, y entonces volveréis.
1 Crónicas 19:4-5
Esta fue la forma en que Hanún trató a los hombres que David le envió para consolarlo por la reciente pérdida de su padre Nahas.
Porque sus consejeros todos le instigaron diciendo: "¿En serio piensas que David va a enviarte consuelo, o más bien está aprovechando tu duelo para enviar a espías para arrebatarte el reino?"
El trato, pues, fue tan humillante que los siervos de David ni siquiera pudieron volver a Jerusalén, sino que tuvieron que permanecer en Jericó hasta que desapareciera la vergüenza.
Cuando el cronista dice que les rapó, debemos entender que para un judío era una afrenta muy grande que el varón se afeitara su barba y se rasurara la cabeza.
A los siervos de David les tocó experimentar esta humillación por parte de aquel a quien ellos iban a consolar.
El autor de las Crónicas también comenta que les cortó los vestidos por la mitad, hasta las nalgas. En otra versión dice explicitamente que los dejó desnudos de cintura para abajo, ¿qué puede haber más humillante que eso?
Así se veían, completamente rapados y sin tela con qué taparse.
El hecho no pasó para nada desapercibido ya que, aunque ellos ni se dignaron a volver a la ciudad de David con esa gran afrenta, la noticia llegó a sus oídos.
Así que fue David mismo a visitarles a Jericó y a reconfortarles, en la medida de lo posible, en la espera de que sus barbas les devolvieran la honra.
Pero David, como relata el cronista, no respondió en ninguna manera a Hanún, cosa que bien pudiera haber hecho, dada tamaña provocación de los amonitas.
Hay tres situaciones especiales en las que recordamos de leer en la Biblia cómo un varón de Dios se rapa o le es rapado el cabello, y los tres sugieren un estado de humillación.
Primeramente leemos a Job, que después de haberlo perdido todo, hasta su salud, se rapó, rasgó sus vestidos y se postró en tierra echando ceniza sobre su cabeza.
Luego recordamos a Sansón, el cual no se rapó, sino más bien lo raparon los filisteos, y fue una humillación que Dios permitió a causa de su continua rebeldía.
Y por último tenemos a Pablo, el apostol de Jesucristo a los gentiles quien, siendo judío, mostró en Cencrea esta señal de humillación, a cabeza rapada, para testimonio a los judíos cristianos.
Pero con toda la humillación que cualquier hombre sobre la faz de la tierra haya podido experimentar, sólo hay Uno que los ha superado a todos, el Señor Jesucristo.
Pues Jesús, siendo Dios, se despojó de Su gloria viviendo como hombre, pero sin pecado, para entregar Su santa y perfecta vida en pago por nuestros pecados en la cruz del Calvario.
Este escenario supuso la humillación de las humillaciones, por cuanto hasta el Padre lo desamparó mientras Su ira caía en pleno sobre Su amado Hijo, para librarnos a nosotros de este mal.
"Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu."
Gálatas 3:13-14
Y es así, como dice Pablo a los de Galacia, cómo recibimos la salvación, todos los que creemos en el Señor Jesucristo, la cual es por gracia por medio de la fe en Cristo y por la que, recibiendo el Espíritu Santo, somos pasados de la perdición a la vida eterna.
Y en esta nueva vida en Él, vamos siendo formados en Su carácter, como miembros de Su cuerpo y Cristo por cabeza, para testimonio de salvación al mundo.
Porque Jesús es la cabeza de todo creyente, a la que se ha de sujetar como se sujetan nuestros miembros a los impulsos neuronales que emite nuestro cerebro, así como a nuestro sino.
Y en esta sujección somos llevados a ser tal como Él, el hombre que siendo Dios ha mostrado la mayor mansedumbre jamás contada, que habiendo sido entregado a la peor de las muertes donde toda la ira de Dios caería sobre el Hijo, no mostró signo alguno de resistencia.
"Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca."
Isaías 53:6-7
David no respondió ante la provocación de los amonitas, Jesus no abrió su boca, ¿y nosotros nos vemos en el derecho de actuar a la defensiva a cada vez que nos golpean el orgullo?
Siendo, pues, Jesús, nuestro ejemplo a seguir, por cuanto es nuestro Señor y Salvador personal, va siendo el momento en que pongamos en práctica Su palabra y no nos dejemos llevar por este orgullo personal que nos impide seguir formándonos en Su perfecto carácter.
"Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga."
Mateo 11:29-30
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