Aconteció a la vuelta del año, en el tiempo que suelen los reyes salir a la guerra, que Joab sacó las fuerzas del ejército, y destruyó la tierra de los hijos de Amón, y vino y sitió a Rabá. Mas David estaba en Jerusalén; y Joab batió a Rabá, y la destruyó. Y tomó David la corona de encima de la cabeza del rey de Rabá, y la halló de peso de un talento de oro, y había en ella piedras preciosas; y fue puesta sobre la cabeza de David. Además de esto sacó de la ciudad muy grande botín.
1 Crónicas 20:1-2
Puede parecer algo raro el título de la reflexión devocional de hoy, pero en sí esto es lo que nos refleja el cronista en este capítulo, no sólo por lo que relata, sino por lo que omite.
Se trata de una omisión deliberada y por inspiración Divina, para que el lector se centre única y exclusivamente en lo importante, que es lo que atañe al reino de Dios y al carácter de todo aquel que de este aspira a formar parte.
Aunque igualmente fue inspirado el resto de la composición Bíblica, ya que el autor omite o registra los hechos según el propósito de Dios en cada libro.
Así que en este libro el cronista es inspirado para reproducir lo contenido en los libros de Samuel y de los Reyes saliéndose de lo que sería un registro histórico para enfocarlo hacia un punto de vista más espiritual, según Dios escoge resaltar de lo referente a Israel y de su genealogía desde Adán.
Y concretamente, el pasaje que escogemos para nuestro devocional de hoy relata un escenario en la vida del rey David que todos los cristianos conocemos más por sus errores que por sus aciertos.
Porque todos conocemos qué sucedió el día en que David no salió a la guerra y se quedó paseando sobre el terrado de palacio, pero ¿quién piensa en el gran logro que supuso vencer a Rabá, corona de cuyo rey acabó luciendo David en su cabeza, y en el gran botín para el reino?
Pero no, de la serie de malas decisiones desencadenadas por David, a raíz de quedarse en su casa real en lugar de salir a la guerra, Dios no inspira al cronista a hacer mención alguna.
Sin embargo podemos leer sobre la victoria contra Rabá, que proporcionó más poder y riquezas a Israel, además de la impresionante corona de oro y piedras preciosas, y de su grandísimo valor, al juzgar por su peso.
Dios es Omnisciente, esto significa que todo lo sabe, lo habido, lo que es y lo que hay por haber. A Él nunca se le olvida nada ni hay detalle que se escape sin que Él lo sepa.
Pero Dios es amplio en perdonar al que se arrepiente de veras de sus pecados.
Esto lo conocía David, y escribió sobre ello en sus Salmos, de los cuales, he aquí un verso:
"Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador,Y grande en misericordia para con todos los que te invocan."
Salmos 86:5
Cuando Dios perdona, pone en olvido el motivo de la transgresión y jamás lo volverá a sacar a la luz como tal, sino que el propio redimido lo recuerda, ya no para su condenación, sino para testimonio de salvación.
Y así dijo Dios a Su pueblo, por medio de Isaías:
"Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados."
Isaías 43:25
Para que esto acontezca hay que saber que no hay nada que el hombre pueda hacer por sus propios medios para obtener el perdón de sus pecados.
En conocimiento de esto e incluso antes de la creación del mundo, Dios trazó un plan de salvación Perfecto y Eterno, que le implicaba directamente en la persona del Hijo. Él, siendo Dios, se hizo hombre y entregó su vida en pago por todos nuestros pecados. Luego resucitó al tercer día y ascendió a la diestra del Padre, desde donde aguarda el día en que ha de volver para reinar eternamente sobre toda la creación.
De modo que todo aquel que cree en el Señor Jesucristo y lo acepta como Salvador personal es perdonado, y llevado todo su pecado al olvido.
Aún así, de tanto en cuando, acontece en todo creyente que nos sobreviene el recuerdo de nuestra pasada forma de vivir y, a pesar de sabernos libres de ese yugo de perdición, podemos acabar desanimados si no estamos llevando una vida devocional activa.
Pero la palabra de Dios nos recuerda que, desde el día de nuestra redención, fuimos posicionados para siempre en victoria, en Cristo Jesús.
Ya basta, entonces, de autocondenarnos por nuestro pasado y por esos pecados que ya fueron perdonados por medio de la fe en el Señor Jesucristo, por Su perfecto sacrificio en la cruz del Calvario y por Su resurrección al tercer día.
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu."
Romanos 8:1
Así que ahora, habiendo sido pasados de muerte a vida, en Cristo Jesús, celebremos nuestra victoria y dirijamos la mirada, ya no a esa horrenda vida pecaminosa que nos llevaba a muerte, sino a la preciosa corona de vida eterna que nos espera cuando estemos en Su presencia.
"De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas."
2 Corintios 5:17
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