lunes, 27 de junio de 2022

LOS DAÑOS COLATERALES, 1 Crónicas 21:17

LOS DAÑOS COLATERALES, 1 Crónicas 21:17

Y dijo David a Dios: ¿No soy yo el que hizo contar el pueblo? Yo mismo soy el que pequé, y ciertamente he hecho mal; pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Jehová Dios mío, sea ahora tu mano contra mi, y contra la casa de mi padre, y no venga la peste sobre tu pueblo.
1 Crónicas 21:17

En lo que llevamos de capítulo, David censa a Israel, por lo que Dios hiere a Su pueblo. Seguidamente David se arrepiente y Dios le hace llegar, por medio del profeta Gad, tres opciones a escoger sobre cómo desea ser disciplinado.

De las tres opciones, David escoge la que, a su parecer, sería el mal menor y dice así:

"Entonces David dijo a Gad: Estoy en grande angustia. Ruego que yo caiga en la mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas en extremo; pero que no caiga en manos de hombres."
1 Crónicas 21:13

Por lo que Dios manda al ángel de Jehová para que hiera a toda la tierra de Israel con la peste.

En el transcurrir de los días setenta mil personas murieron y, siendo enviado el ángel a Jerusalén para destruirlo, Dios lo detiene, por lo que el ángel se encuentra allá suspendido, entre cielo y tierra, sobre la era de Ornán el jebuseo, a la espera.

Ornán tenía su era en el monte Moriah, aquel donde Abraham en su día levantó un altar para ofrecer a su hijo según Dios ordenó que hiciese. (Los que conocemos esta historia sabemos que sólo se trató de una prueba de amor y fe, y que Dios le mandó un carnero, evitando así que su hijo fuera sacrificado.)

Al ver David al ángel de Jehová ahí, con su espada, a punto de destruir Jerusalén, es cuando se postran él y los ancianos, en cilicio, y claman por el gran daño que ha causado su pecado, reclamando que el peso de la responsabilidad caiga única y exclusivamente sobre él.

Eran tres días de castigo en los que Dios ha dañado todo Israel antes de llegar a la santa ciudad de Jerusalén, pero no es hasta este momento, en que David ha visto con sus propios ojos al ángel que Dios ha enviado, que ha sido consciente del mal que ha causado a todo el pueblo por su pecado.

Sufrieron, pues, los Israelitas, los daños colaterales.

El mayor ejemplo de daño colateral, en toda la historia de la humanidad, viene de mano de Adán, el primer hombre, que por su pecado fuimos todos contaminados. De modo que el hombre que Dios creó, bueno en gran manera, a Su imagen y semejanza, acabó manchado de pecado y encaminado a la muerte y con él, toda la humanidad.

Y aunque el hombre en su carne sigue atado a envejecer, enfermar y morir, Dios nos ha provisto de Su Hijo como medio de salvación del alma, para que en Él hallemos el perdón y la vida eterna.

Pues, por Su obra salvífica en la cruz del Calvario y en Su resurrección al tercer día, Jesús nos abre el acceso en reconciliación con Dios por medio de la fe en Él.

Cuando una persona se arrepiente de su pasada forma de vivir y acepta a Cristo como Señor y Salvador personal, ésta es perdonada y llevada de muerte a vida.  Liberada del yugo que le ataba al pecado y obrando el Espíritu Santo en su interior, para su santificación y formación en el carácter de Cristo. 

Pero aunque en algunos casos la conversión a Cristo trae consigo la sanación física total, lo habitual suele ser que el cuerpo vaya a sufrir los achaques de los excesos y la mala vida que llevara hasta la fecha, sin contar con el irremediable paso del tiempo y con la ley a la que está atado el cuerpo físico desde Adán, por los cuales es inevitable envejecer y enfermar hasta que el cuerpo exhale su último aliento en este mundo.

Podemos recordar a Pablo hablando a los Corintios, sobre el contraste que hay entre la eternidad del espíritu de un hijo de Dios y lo temporal de su carne.

"Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día."
2 Corintios 4:16

Pero este daño colateral en la carne de todo creyente dejará de tener acción cuando nos sea dado nuestro cuerpo glorificado en la resurrección, por cuanto Jesús resucitó siendo primicia de todos los que resucitaremos con Él.

No obstante y mientras estamos en nuestro débil cuerpo de carne, hay un error muy común que cometemos los cristianos aunque nuestro ideal sea vivir en la voluntad de Dios. Y es que son muchas las veces que actuamos por nuestra cuenta, como dando por hecho que Dios está de acuerdo con ella.

Y cuando decidimos hacer las cosas por nuestra cuenta, a veces parece que no sucede nada, pero por lo general las consecuencias suelen ser muy graves a nuestro alrededor.

Quizá no las sepamos ver, pues afecten al ámbito espiritual, a causa de un mal testimonio al haber pecado, o que el efecto se esté notando lejos de nuestro entorno más cercano y por eso no lo podamos apreciar.

El caso es que, en lo terrenal, toda acción tiene su reacción, esto es lo que popularmente conocemos como la ley de causa y efecto, lo cual no se puede revertir aunque exista un arrepentimiento y un perdón.

Hoy nos toca observar y reconocer los daños colaterales que causaron nuestras desobediencias, para no volver a caer en ellas, sino que busquemos y nos encaminemos en la voluntad de Dios.

"No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta."
Romanos 12:2























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