"Y Jabes fue más ilustre que sus hermanos, al cual su madre llamó Jabes, diciendo: Por cuanto lo di a luz en dolor. E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió."
1 Crónicas 4:9-10
Prosiguiendo con la descendencia de Judá desde Fares hasta Sobal, y a las diferentes familias que se fueron formando a partir de él.
Curiosamente, el cronista abre un paréntesis en el registro genealógico para plantar esta enseñanza: La oración ejemplar.
Y es que, sin siquiera plasmar el nombre de sus progenitores, planta en escena a Jabes, diciendo de él que fué el más ilustre de sus hermanos, de los cuales desconocemos cuántos eran y cómo se llamaban.
Hay una pequeña alusión a su madre, de la que el cronista también omite su nombre. Y como le dolió tanto al darle a luz, le puso por nombre ese dolor, que es lo que viene a significar Jabes.
Ningún otro detalle más se sabrá sobre su vida y linaje, ya que toda la historia que le alude abarca tan sólo estos dos versículos, en toda la Biblia.
Y estos versos narran, a modo de anécdota, una muy rica enseñanza de cómo ha de acercarse uno a Dios en oración para que esta sea respondida favorablemente.
Primeramente, Jabes conoce a quien se dirige en oración, concretamente al Dios de Israel. No dice "al Dios de Jacob, de Isaac y de Abraham", sino que directamente lo nombra como "el Dios de Israel", Aquel que ha hecho de su pueblo una nación, con un nombre, unas leyes y estatutos, y le ha dado unas tierras por heredad.
Seguidamente clama en busca de Su bendición, en reconocimiento de que sólo Dios es el Dador de los bienes.
Luego se centra en su petición principal, la cual es el motivo de esta oración, la ampliación de su territorio.
Después reconoce que de nada le serviría obtener ésto, si no va a tener el amparo Divino, por tanto, pide de Su favor, de Su protección y de Su aliento.
Y finaliza el resumen con la concesión de Dios de todas estas peticiones.
Y he aquí toda la enseñanza. Pero como a los humanos nos cuesta tanto entender, por muy sintético sea el ejemplo, el Señor la desarrolla ante sus discípulos en una forma más extendida, mostrándoles la oración ejemplar, que conocemos como el Padre Nuestro.
"Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén."
Mateo 6:9-13
Pero no se trata de repetir esta oración como un mantra automatizado, puesto que previamente ya lo indicó Cristo:
"Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis."
Mateo 6:7-8
Sirve pues, la oración del Padre Nuestro, de ejemplo de cómo uno debe acercarse a Dios.
Existen muchas citas bíblicas aplicables a la enseñanza de la oración. En unas se incide en la importancia de orar con fe, en otras se expresa necesario hacerlo en conocimiento de Dios, a quien se ora, en humildad y acción de gracias, con alabanza y pidiendo, sobre todo, siempre, lo que se ajuste a Su voluntad.
Porque si el mismo Señor Jesucristo se sometió a la voluntad del Padre hasta en su petición más angustiosa en el Getsemaní, no vayamos nosotros a pretendernos más que Dios. Pues no va Dios a transgredir Su voluntad por complacer la nuestra.
"Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú."
Mateo 26:39
Luego, de nada sirve orar a quien no se cree, porque la incredulidad es un muro que separa al hombre de la presencia de Dios, y donde hay dudas no hay confianza. ¿De qué serviría si oramos a quien no creemos o si dudamos de que vayamos a ser escuchados?
"Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan."
"Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor."
Hebreos 11:6 y Santiago 1:6-7
Quizá, habiendo leído sobre Jabes, se nos despierte el celo de pensar que Dios le concedió a Jabes lo que él quería, mientras que muchas de nuestras oraciones parecen ser desestimadas.
Pues sí, sí que es cierto que Jabes pidió lo que él quiso, pero tan cierto como que lo que él pidió estaba ajustado a la propia voluntad de Dios, de extender el territorio bajo los pies de quienes invocan Su nombre.
Deberíamos preguntarnos, pues, si es que nuestras peticiones se ajustan también al propósito de Dios para con nosotros o para aquel a quien vaya dirigido el premio de nuestra solicitud.
Porque no somos los únicos, sino que ya a Santiago le tocó exponer este tema en su carta, porque se extendía entre los hermanos la queja de que sus oraciones no eran contestadas, exhortándoles lo siguiente:
"Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites."
Santiago 4:3
Va siendo hora de centrar nuestra atención a la santa y perfecta voluntad de Dios para con nosotros, para que, asimilándola y en ejercicio de la fe, llegue el momento en que las peticiones de nuestro corazón se ajusten a ella.
Confiemos también en esta afirmación:
"Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho."
1 Juan 5:14-15
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