domingo, 17 de abril de 2022

DESALOJO Y NUEVA MORADA, 1 Crónicas 5:21-22

DESALOJO Y NUEVA MORADA, 1 Crónicas 5:21-22

Y tomaron sus ganados, cincuenta mil camellos, doscientas cincuenta mil ovejas y dos mil asnos; y cien mil personas. Y cayeron muchos muertos, porque la guerra era de Dios; y habitaron en sus lugares hasta el cautiverio.
1 Crónicas 5:21-22

Continuando la lectura sobre las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés, el cronista aprovecha para dar la gloria a Dios por el desalojo de las tierras de Galaad y la toma en posesión de las tres tribus.

Porque Dios dispuso de antemano estas tierras para ellos y, por Su voluntad, fueron tomadas.

Desalojado el territorio, el lugar fue inmediatamente ocupado por las mujeres, niños y ancianos Rubenitas, Gaditas y de Manasés, junto con todo su ganado, mientras que los varones apoyaban en la conquista del resto que quedaba por poseer, al otro lado del Jordán.

Hasta el cautiverio, indica el cronista, es que habitaron estas tierras.

La disolución del reino del Norte y su cautiverio se dió poco más de un siglo antes de la primera deportación que sufrió el reino del Sur, el cual es Judá.

Pero aunque ambos reinos fueron derrotados en manos enemigas y deportados sus habitantes, el reino de Judá no sufre una desaparición total sino que, setenta años después del exilio, el remanente volverá a reconstruir la ciudad y el templo.

Sin embargo el reino del Norte, aunque gustó del favor de Dios en la conquista de sus tierras en tiempos de Josué, cuando aún no tenían rey, desde que se consolidaron como reino, encabezado por Jeroboam y hasta que acabaron cautivos por los Asirios, no dejaron nunca de hacer el mal y provocar de continuo la ira de Dios.

Debemos dar gracias a Dios por Su misericordia porque a pesar de este desplante, ha mantenido, de entre ellos, un remanente fiel, que lo sustentará hasta el final de los tiempos.

En el principio de los tiempos Dios creó la tierra y todo lo que en ella habita, poniendo por colofón al hombre, a Su imagen y semejanza. Lo llamó Adán y vivía en la plenitud de un huerto especialmente diseñado para él, con todas sus necesidades cubiertas y en total comunión con Dios.

No tenía restricción alguna, excepto el único mandamiento de no tomar del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero aún con esas, Adán no tuvo reparos en desobedecer, comiendo del fruto cuando Eva fue llevada a tentación y engañada por la serpiente.

Desde aquel momento en que cayó Adán su naturaleza se contaminó de pecado y muerte y con él, toda la humanidad.

No pudiendo hacer nada el hombre para salvarse a sí mismo, puesto que todos heredamos esta naturaleza caída, Dios llevó a cabo Su perfecto plan de salvación, el cual fue trazado desde antes de la fundación del mundo, entregando a Su Único y perfecto Hijo en rescate por nuestras almas.

Nació Jesús, Dios Hijo hecho hombre y, entregándose a muerte, resucitó al tercer día, abriéndonos el acceso al perdón y a la vida eterna, en reconciliación con Dios en Cristo.

Desde entonces, toda persona que cree en Jesús y lo reconoce como Señor y Salvador personal, es limpiado del pecado y es hecho una nueva criatura en Cristo, viniendo a habitar en él el Espíritu Santo.

Es por eso que se dice que Cristo rompe las cadenas y nos da Su libertad.

Mientras el Señor Jesucristo anduvo en este mundo predicando el evangelio del reino a Su pueblo, se hizo habitual que se le presentaran personas poseídas por demonios o espíritus inmundos, a los cuales sanaba expulsando de su interior el mal que les dominaba.

Aún así la posesión maligna estaba sujeta a la disposición que tuviera el liberado de continuar pecando en aquello que lo mantuvo atado.

En este sentido vendría el Señor a explicar lo siguiente:

"Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero."
Lucas 11:24-26

Lo mismo en cuanto a las enfermedades, en lo que podemos ver que le dijo Jesús al hombre del estanque de Betesda:

"Después le halló Jesús en el templo, y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor."
Juan 5:14

Pero cuando ya el Señor consumó Su obra salvífica en la cruz del Calvario, validando el nuevo pacto de Dios para con los hombres y con el nacimiento de la iglesia, la acción liberadora en Cristo adquirió un efecto permanente, por cuanto tras la liberación viene a morar en cada cual que recibe a Cristo, el Espíritu Santo dentro de él.

Y siendo que el Espíritu Santo es Dios, no hay tinieblas que puedan ocupar Su espacio, es imposible que el nacido de nuevo en Cristo pueda volver a ser poseído por aquello de que Cristo lo liberó, dándole una nueva vida en Él.

Cierto es que los creyentes continuamos cayendo en diversos pecados, no por la voluntad de querer vivir de forma pecaminosa, sino porque nuestro cuerpo de carne sigue sujeto a la ley del pecado.

Pero es imperiosamente necesario ejercitar nuestra nueva identidad espiritual en Cristo Jesús, la cual si sometemos la voluntad de nuestra carne a la del Espíritu, será cada vez menor la posibilidad de caer en las tentaciones, por cuanto iremos adquiriendo, en nosotros,cada vez un más marcado carácter de Cristo.

Para nuestra tranquilidad, para los que creemos en Cristo, sabemos que somos como las tierras de Canaán, desalojadas de lo antiguo y puestas por heredad eterna a Israel. E igualmente como Dios dio las tierras de Galaad para ser habitadas por Su pueblo, nosotros hemos sido dados a Cristo para ser habitados por el Espíritu Santo.

No puede venir nada ni nadie a poseer lo que es de Dios.

Hoy es día de recordar y agradecer a Dios que, habiendo obtenido la libertad en Cristo en Su perfecto sacrificio, no hay más espíritu inmundo de que se nos tenga que liberar.

"Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios; y no para ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado."
Hebreos 9:24-26


























































































































































































































































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