Hijo de Salomón fue Roboam, cuyo hijo fue Abías, del cual fue hijo Asa, cuyo hijo fue Josafat, de quien fue hijo Joram, cuyo hijo fue Ocozías, hijo del cual fue Joás, del cual fue hijo Amasías, cuyo hijo fue Azarías, e hijo de éste, Jotam. Hijo de éste fue Acaz, del que fue hijo Ezequías, cuyo hijo fue Manasés, del cual fue hijo Amón, cuyo hijo fue Josías.
1 Crónicas 3:10-14
Después de haber nombrado los hijos de David, el cronista se centrará en la línea genealógica de Salomón, el sucesor de David.
A partir de él, se van a ir nombrando, uno detrás de otro, solamente a la primogenitura o al sucesor en el trono, de entre los hijos, por cada generación.
Los años de reinado de Salomón fueron los más gloriosos que pudo disfrutar Israel hasta la fecha.
La sabiduría de Dios sostuvo su trono, pero él se dejó embaucar por sus tantas esposas y concubinas, acabando en su vejez rindiendo culto a sus baales.
Dios condenó muy duramente su desvío dividiendo a Israel en dos reinos. Pero por amor a David, su padre, no permitió que esto aconteciera hasta después de que Salomón fuera sucedido en el trono.
Desde entonces el reino de Israel se dividió en dos, de modo que la descendencia de Salomón no reinó en toda la nación, sino solamente gobernaba sobre Judá, Benjamín y gran parte de los de Leví, pasándose a llamar el reino de Judá, mientras que el reino de Israel abarcaba el resto de las tribus.
En contrapunto tenemos la restauración en Israel por parte del rey Josías, el cual mandó a destruir todos los lugares altos e ídolos que habían ido levantando los reyes anteriores, no solamente en el reino de Judá, sino también en el de Israel, dado que éste ya había sido destruído por los asirios.
Esta restauración volvió a unir a los Israelitas en un mismo reino por cuanto, los que escaparon de la destrucción en el reino del norte y se mantuvieron fieles a la ley, hallaron asilo en el reino del sur el cual es el de Judá. Desde entonces a los Hebreos o Israelitas en general se les empezó a conocer bajo el gentilicio de Judíos, independientemente de cual fuera su tribu de origen, además de que la mayoría de los dispersos de las diez tribus del norte habrían perdido, a causa de la destrucción y el exilio, los registros que acreditaran su linaje.
Vemos, pues, que por la transgresión de uno vino la división en el reino y por la fidelidad de otro vino su restauración.
Muchos de los reyes anteriores a Josías habían pecado tanto contra la ley de Dios, concretamente y el que colmó el vaso de la ira de Dios contra Su pueblo fue Manasés, por lo tanto, Judá no se libró del castigo, aunque por la fidelidad de Josías, Dios retuvo Su ira mientras éste reinaba y vivía. Y así mandó el Señor decir:
"Mas al rey de Judá que os ha enviado para que preguntaseis a Jehová, diréis así: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel: Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová, cuando oíste lo que yo he pronunciado contra este lugar y contra sus moradores, que vendrán a ser asolados y malditos, y rasgaste tus vestidos, y lloraste en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová. Por tanto, he aquí yo te recogeré con tus padres, y serás llevado a tu sepulcro en paz, y no verán tus ojos todo el mal que yo traigo sobre este lugar. Y ellos dieron al rey la respuesta."
2 Reyes 22:18-20
Bajo las premisas de que lo anterior ha servido de figura y sombra de lo que había de venir y de que las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, se halla una pequeña analogía de lo acontecido entre Salomón y Josías con el plan de salvación y de reconciliación de Dios para con los hombres en Cristo Jesús.
Y es que desde que Adán pecara, toda la humanidad se ha visto inevitablemente repelida de la presencia de Dios a causa de la contaminación por el pecado.
Dios en Su profundo amor y misericordia se hizo una nación por la que traer al Mesías Redentor en rescate y para abrir la puerta a la reconciliación por medio del Hijo.
Esta nación se distinguió del resto de las naciones por ser la única sostenida por Dios a lo largo de los tiempos, de manera que a día de hoy aún subsiste y así continuará hasta el fin de los tiempos.
Pero el Señor Jesucristo vino en rescate, no solo de los suyos, sino de toda la humanidad. Haciendo suyo a todo aquel que cree en Él, independientemente de su lengua, tribu o nación, para darles el mismo nombre, como hijo de Dios y el mismo sello en el Espíritu Santo.
Y es en Jesús que el hombre es restaurado de aquello que perdió por el pecado de Adán: la presencia de Dios de la cual nunca debió haberse separado.
Sobre esto escribe Pablo a los Romanos:
"Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia."
Romanos 5:17
Así es que, por la fe en el Señor Jesucristo, recibimos la gracia de Dios para ser hallados justos delante de Su presencia, en Cristo, por quien de dos pueblos hizo uno, aboliendo la enemistad entre el gentil y el judío, haciéndoles parte de un nuevo hombre: Jesús.
A los cristianos nos cuesta mucho mantener largas conversaciones o estadías entre incrédulos, pues al existir una total contrariedad entre el Espíritu y la carne, por mucho que intentemos sobrellevarlo, la lucha interna está ahí, buscando el mantenernos sobrios y no perder el testimonio a causa de las distracciones.
Ahora bien, si Dios nos quisiera totalmente aislados del mundo, sencillamente nos hubiera llevado con Él en el mismo momento en que creímos en Jesús y recibimos Su Santo Espíritu. Pero el Señor nos delegó como iglesia tarea concreta, esencial y que solamente es posible que la cumplamos mientras estamos en este mundo, que es extender el evangelio a los hombres por medio de la Palabra y de nuestro testimonio de vida en Cristo, como portadores de Su luz en medio de las tinieblas.
Porque nosotros también éramos incrédulos y vivíamos errantes en continuo pecado, alejados de Dios y destinados al infierno. Si esto fuimos a causa de Adán y de nuestro cúmulo de pecado, y si en Cristo fuimos libres de esta carga recibiendo en Él la vida eterna.
Momento es de retomar el sino como hijos de Dios, para dar fruto con nuestro testimonio de salvación.
"Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero."
1 Timoteo 1:12-15
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