Estos son los que David puso sobre el servicio de canto en la casa de Jehová, después que el arca tuvo reposo, los cuales servían delante de la tienda del tabernáculo de reunión en el canto, hasta que Salomón edificó la casa de Jehová en Jerusalén; después estuvieron en su ministerio según su costumbre.
1 Crónicas 6:31-32
El cronista menciona a los levitas a quienes les fue dada la labor de llevar las alabanzas y los cánticos delante del tabernáculo de David, la tienda que levantó para que reposara el arca una vez fue recuperada y vuelta a Jerusalén.
El gozo era grande, pues después de tanto tiempo, desde que los filisteos la arrebataran de las manos de Ofni y Finees, los hijos de Elí, David pudo traer de nuevo el arca y reanudar el servicio sacerdotal, el cual estuvo inactivo durante el reinado de Saúl. Tanto así, que David tuvo que mandar construir una nueva tienda para ello.
Se ocuparon pues, en su labor encomendada, en dedicación y obediencia, haciendo suyas las normas establecidas para llevar a cabo su función. De tal manera que aún después de que Salomón edificara el templo, continuaron con el ministerio conforme les fue asignado por David.
Es probable que en la novedad de los primeros días les costara hacerse a la pauta de su nuevo cometido, pero al tiempo se volvió en su estilo de vida, de modo que ya no se podía asimilar un servicio sacerdotal sin cantores, que expresaran la gratitud y la alabanza a Dios.
Será a partir del reinado de David que, con la reanudación de los servicios sacerdotales y en añadidura de la nueva función de los cantores, la nación comenzará a funcionar como un engranaje bien engrasado en el que la adoración a Dios se va a traducir en Su favor sobre los tronos de David y Salomón.
Entendiéndose que la época en que ellos reinaron supuso la más gloriosa en la historia de sus reyes, en la que imperaron las victorias contra los enemigos por parte de David y una vida de bienestar, poder y riqueza por parte de Salomón. Siempre, claro está, por la gracia de Dios.
Y es por la gracia de Dios que tiempos después nos fue dado el Mesías, el Señor Jesucristo, que entregándose a Sí mismo a muerte y resucitando al tercer día, nos abrió el acceso al perdón y a la vida eterna en Él, a todos aquellos que creemos en Jesús, reconociendo en Él a nuestro Señor y Salvador personal, y el Único medio de reconciliación con Dios.
Así es que, mediante la fe en Cristo, nos hacemos receptores de Su gracia y el Espíritu Santo nos bautiza como hijos de Dios, viniendo a hacer morada permanente en cada creyente.
Esta nueva identidad implica un cambio en nuestra forma de vivir. De modo que, mientras antes vivíamos en esclavitud del pecado, hoy vivimos como siervos de Dios en Cristo Jesús, según Él nos vino a dar ejemplo.
Y ahora Dios, en Su inconmensurable amor y misericordia, nos delega una labor específica en el cuerpo de Cristo para que, a través del servicio, desarrollemos su carácter, en obediencia y humildad, provocando así que mengüen nuestras concupiscencias y crezcamos en santidad.
Recibamos con gozo la oportunidad que nos da el Padre de servirle para Su gloria y honra, sabiendo que Él nos ha hecho, en Cristo, portadores de Su gracia.
"Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo. Reconoced que Jehová es Dios; El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; Alabadle, bendecid su nombre. Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones."
Salmos 100:1-5
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