jueves, 14 de abril de 2022

CONSECUENCIAS Y RECOMPENSAS, 1 Crónicas 5:1-2

CONSECUENCIAS Y RECOMPENSAS, 1 Crónicas 5:1-2

Los hijos de Rubén primogénito de Israel (porque él era el primogénito, mas como violó el lecho de su padre, sus derechos de primogenitura fueron dados a los hijos de José, hijo de Israel, y no fue contado por primogénito; bien que Judá llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y el príncipe de ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José);
1 Crónicas 5:1-2

Iniciamos el capítulo cinco del primer libro de Crónicas con una pequeña presentación de Rubén, antes de comenzar a exponer su descendencia.


Y aquí está el cronista haciendo alusión a la primogenitura perdida de Rubén. Pero no sólo a eso, sino que aprovecha para plasmar, en un pequeño párrafo, el recordatorio de las consecuencias o las recompensas de los hijos de Israel, en virtud de su obediencia.

Rubén fue el hijo primogénito de Jacob según el orden de nacimiento. Tras él nacieron Simeón y Leví, siendo Judá el cuarto en nacer.

Luego, José fue el penúltimo de los hijos de Israel, el preferido de su padre y el que despertó el celo y la envidia de todos sus hermanos mayores, mientras su hermano menor, Benjamín, a quien no vió nacer, no le conoció hasta que fuera gobernador en Egipto.

De Rubén se recuerda que le fue quitado el derecho a la primogenitura. Porque Rubén sobrepasó la autoridad de su padre acostándose con Bilha, una de sus concubinas y madre de sus hermanos Dan y Neftalí.

"Aconteció que cuando moraba Israel en aquella tierra, fue Rubén y durmió con Bilha la concubina de su padre; lo cual llegó a saber Israel. (...)"
Génesis 35:22

Automáticamente se nombra a Judá, haciendo constar a éste como al mayor de entre sus hermanos, aunque no primogénito.

No es que el cronista se despistara y se olvidara de sus dos hermanos mayores, Simeón y Leví, sino que en su omisión apela a recordar que ellos dos también sobrepasaron gravemente la autoridad de su padre.

Pues, tomándose la justicia por su mano para vengar a su hermana Dina, y totalmente en contra de lo acordado entre Jacob y el príncipe de Siquem, estos dos hijos aprovecharon el momento de mayor debilidad de los hombres de Siquem para perpetrar una gran matanza, afectando muy negativamente a Israel a partir de ese momento, para con sus relaciones diplomáticas.

"Entonces dijo Jacob a Simeón y a Leví: Me habéis turbado con hacerme abominable a los moradores de esta tierra, el cananeo y el ferezeo; y teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa."
Génesis 34:30

Judá podría haberse beneficiado del derecho de la primogenitura, al igual que el resto de los hermanos, de no haber sobrepasado también la autoridad de su padre, permitiendo la venta de José como esclavo y engañando a su propio padre haciéndole creer que estaba muerto.

Es por eso que la primogenitura acaba recayendo sobre José, por ser éste el mayor de entre los dos hijos que sí respetaron a su padre, José y Benjamín.

Porque, aunque de buen principio Jacob mostró clara preferencia en su hijo José, por ser el hijo nacido de su amada Raquel, Israel no cometería la injusticia de privar a nadie de sus derechos por una mera predilección entre sus hijos.

Pero en cuanto todos ellos, excepto Benjamín, que aún no había nacido,  se dejaron llevar por sus celos contra José, cometiendo tamaño agravio contra él y contra su padre, ellos mismos se privaron de la bendición. Quedando así, por justicia el derecho de la primogenitura sobre el predilecto de Israel.

Predilecto que fue desechado de los suyos, como fue también así Cristo Jesús, que presentándose a Su pueblo, éste lo desechó, no quiso reconocer que era el Mesías y lo mandaron a crucificar.

Gracias a Dios, esta cruz ya estaba trazada en su plan desde antes de la fundación del mundo. Porque era necesario que el Señor fuera entregado, muriera y resucitara al tercer día, para consumar la obra salvífica de Dios para con el hombre, por medio del Hijo.

Y ahora por el Hijo somos pasados de muerte a vida, tomados por justos, en Cristo, delante del Padre y adoptados como hijos de Dios por el sello del Espíritu Santo, viniendo a morar permanentemente en cada uno de nosotros.

Somos hechos coherederos en Cristo, y así nuestra autoridad es en Él, por cuanto es nuestra cabeza. Estamos, por el Espíritu Santo, nosotros en Él y Él en el Padre.

Dios es fiel, y si nos ha dado una nueva identidad en Cristo, esta no nos la va a quitar. Pero nosotros somos, por nuestra vieja naturaleza, infieles, y si no nos cuidamos en nuestro día a día en sometimiento a la autoridad del Padre, puede suceder que, por nuestras propias actitudes, nos estemos privando a nosotros mismos de las bendiciones de Dios.

¡Quién sabe qué consecuencias nos acarreará, pues, nuestra desobediencia, ante el Tribunal de Cristo!

Si aspiramos a ser como Cristo, dejemos que Cristo señoree en nosotros.

"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad."
Filipenses 2:5-13



















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