sábado, 23 de abril de 2022

EL MAL TESTIMONIO, 1 Crónicas 6:28

EL MAL TESTIMONIO, 1 Crónicas 6:28

Los hijos de Samuel: el primogénito Vasni, y Abías.
1 Crónicas 6:28

Prosiguiendo por la descendencia de Leví a través de Coat llegamos a Samuel y a sus dos hijos, el primogénito Vasni y Abías.

La historia de Samuel supone un ejemplo de consagración, incluso desde antes de su nacimiento.

Pues no pudiendo Ana, su madre, tener hijos, rogó a Dios en una de sus subidas anuales a Silo, para la ofrenda de sacrificios.

Dios la escuchó y le concedió el poder concebir un niño, el cual fue llamado Samuel, que significa "Dios ha escuchado"  y, en gratitud por este regalo de Dios, Ana lo consagró a Él.

Así que, a la corta edad de un niño recién destetado, Samuel fue presentado como discípulo y ayudante del sacerdote Elí, en el Tabernáculo, que en ese entonces se encontraba en Silo.

Por esta muestra de gratitud, Ana fue recompensada con cinco hijos más y Samuel fue grandemente usado por Dios, no sólo en el servicio sacerdotal, sino en todo lo concerniente a la dirección de Israel.

Destacó pues, Samuel, por ser el único varón en sustentar, simultáneamente y de forma eficaz, tres cargos de considerable peso ministerial en Israel, los cuales fueron el de sacerdote, el de profeta y el de juez.

La fidelidad y la dedicación a Dios de Samuel, lo situaron como un gran ejemplo a seguir en Israel, de tal modo que se tiene como varón de gran importancia entre los judíos, después de Moisés y Aarón, e incluso llegándolo a poner a la altura de ellos.

Samuel tuvo dos hijos. El primogénito es llamado Vasni por el cronista, aunque en el primer libro de Samuel figura su nombre como Joel. Luego su segundo hijo, que se llamaba Abías. Ambos eran jueces en Beerseba.

Ellos dos no siguieron los pasos de su padre, sino más bien eran corruptos, que se dejaban sobornar.

Cuando Samuel llegó a anciano y se acercaba el día en que sólo quedaran sus hijos para juzgar a Israel, el pueblo de Dios se negó a que tal cosa aconteciera. Pidieron, en su lugar, que les fuera puesto un rey que les gobernara.

"Entonces todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones. Pero no agradó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos un rey que nos juzgue. Y Samuel oró a Jehová. Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos."
1 Samuel 8:4-7

Vemos cómo influyó el mal testimonio de los hijos de Samuel en el pueblo para que éste no quisiera ser más dirigido por Dios, sino por un rey de carne y hueso, y con sus defectos como cualquier humano.

Les fueron concedidos los reyes, pues, desde Saúl y hasta la deportación a Babilonia.

Luego llegó el Rey prometido, en calidad de siervo, el Señor Jesucristo, quien murió, resucitó y fue ascendido a la diestra del Padre, dando nacimiento a Su iglesia con la morada del Espíritu Santo en todo aquel que creyere y reconociere a Jesús como su Señor y su Salvador personal.

Y Dios ha delegado en la iglesia el ser portadora de la luz de Cristo al mundo. También será la iglesia que juzgará juntamente con el Señor, el día en que Él vuelva para juzgar a vivos y a muertos desde su gran trono blanco.

Esta gran responsabilidad requiere que la iglesia viva una vida en consonancia con la voluntad de Dios y el carácter de Cristo.

Cierto es que, aunque hemos adquirido una nueva identidad en Cristo y una nueva naturaleza que es espiritual, aún mantenemos nuestra naturaleza carnal y humana, durante nuestra estancia en el mundo.

Esta naturaleza carnal, aunque vencida en Cristo, sigue estando ahí, por lo que si el creyente no se fortalece espiritualmente nutriéndose de la Palabra y en comunión con Dios, es posible que mantenga un estilo de vida más propio de los inconversos que de los santos de Dios, y por su mal testimonio haya muchos incrédulos que se nieguen a escuchar una sola palabra del evangelio, por no querer tener nada que ver con éste.

Esto le estaba aconteciendo a los creyentes en Corinto, que su estilo de vida era tal que echaría para atrás a cualquiera.

Pues en su congregación había desde divisiones de pensamientos a graves errores doctrinales a causa de la falta de conocimiento Bíblico, pasando por conductas carnales y relaciones ilícitas entre ellos (y hasta con rameras), y por el desorden y el alboroto que formaban cada vez que se reunían, porque todos querían ser escuchados.

Así que Pablo tuvo que escribirles una muy contundente carta llena de exhortaciones apelando, entre otras cosas, a la unión, a la santidad, a la autoconfrontación, al orden e incluso al conocimiento del fundamento de la fe cristiana el cual reposa en la resurrección del Señor Jesucristo.

Porque, ¿Qué testimonio estarían dando a los incrédulos, si ellos mismos tenían pleitos entre sí y se denunciaban ante las autoridades seculares?¿A quién le iba a quedar ganas de seguir el ejemplo de ellos, los cuales se supone que seguían a Cristo?

Lo ideal es que nuestro testimonio de vida en Cristo sea tal, que nos haga poca falta abrir la boca para demostrar que somos cristianos, sino que nuestra propia forma de vivir delate al mundo que tenemos algo que ellos no tienen, que lo anhelan y, además, lo necesitan.

Pero hay que reconocer que del ideal a la realidad hay un enorme trecho creado por nuestra dejadez y por la ligereza a la hora de la puesta en práctica de nuestra vida de fe.

Y es que el siervo de Dios debe comportarse conforme a su Señor, a quien sirve. Por lo tanto, la iglesia debe reflejar el carácter de Cristo, conforme ha sido puesta por luminaria en el mundo.

Después de ésto, surge este pensamiento:
"Si nuestro testimonio de vida es malo, da igual el don de palabra que tengamos para evangelizar. Porque cuando el mundo se fija en nuestras malas conductas ya no quiere saber nada del evangelio."

Grabémonos hoy estas palabras de Juan, para ponerlas en práctica todos los días.

"El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo."
1 Juan 2:6





















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