Los hijos de Simei fueron dieciséis, y seis hijas; pero sus hermanos no tuvieron muchos hijos, ni multiplicaron toda su familia como los hijos de Judá. Y habitaron en Beerseba, Molada, Hazar-sual, Bilha, Ezem, Tolad, Betuel, Horma, Siclag, Bet-marcabot, Hazar-susim, Bet-birai y Saaraim. Estas fueron sus ciudades hasta el reinado de David.
1 Crónicas 4:27-31
Muchos hijos tuvo Simei, un total de veintidós, entre hijos e hijas. No han trascendido sus nombres en el registro del cronista.
Lo que sí que comenta es que sus hijos no fueron tan fértiles, lo que peligraba que su linaje se desvaneciese en el tiempo por el estancamiento de su labor reproductiva.
No es que la familia fuera a desaparecer de la noche a la mañana sino que, conforme se sucedían las generaciones, el clan iría experimentando el decrecimiento paulatino a causa del envejecimiento de la familia y su baja tasa de natalidad.
Con el tiempo sucederá lo esperable. Pues mientras Simei pobló con sus hijos varios terrenos en Beersheva y alrededores, estos sucumbirían ante el rey David al no poder mantenerse por sí solos en sus tierras y acabarán prácticamente absorvidos por la tribu de Judá.
Y es que en esos tiempos, en que aún no tenían en mente el concepto de la resurrección y la vida eterna, debieron ocupar más empeño en multiplicar su descendencia. Pero aún pensando que las bendiciones solamente se tenían en el plano terrenal y hasta la muerte, también desestimaron este pensamiento mirando quizá más por ocuparse de sí mismos y no por sacrificarse por criar a unos hijos que trajeran al mundo.
Porque en ese entonces aún se pensaba que tanto los justos como los impíos acababan ambos en el Seol una vez muertos, sin distinción entre unos y otros.
Pero Dios fue revelando progresivamente el misterio de la vida eterna y Su plan de salvación por medio del Hijo, de manera que en David ya se esbozaba la esperanza para aquellos que invocaban al Señor, pincelando en sus Salmos varias menciones al respecto:
"Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción."
Salmos 16:10
Y en este verso se profetizaba sobre el momento de la sepultura y de la resurrección del Señor Jesucristo, que rompería el yugo del pecado y de la muerte que, desde que Adán pecare, se cernía irremediablemente sobre toda la humanidad.
Pero Jesús vino a este mundo para liberar al hombre, pagando el precio de la condena y poniendo Su vida por la nuestra por toda la eternidad.
Jesús es la vida, y Él no puede morir, pero en el día en que exhaló el "consumado es" en la cruz del Calvario, Él entregó su espíritu al Padre experimentando la muerte por tres días, tiempo en el que fue sepultado en una tumba sellada y fuertemente custodiada por soldados romanos.
Porque los judíos lo habían acusado de alborotador y sedicioso, por lo que la custodia evitaría la profanación de su tumba.
Aún así nada ni nadie pudo impedir que la gran losa que sellaba la tumba se abriera para salir el Cristo resucitado, al tercer día.
Tras su resurrección anduvo por cuarenta días entre sus discípulos, quienes vendrían a ser los apóstoles para el fundamento de Su iglesia, la cual nació a los diez días de que el Señor ascendiera a la diestra del Padre y les fuese dado el Espíritu Santo en el aposento alto.
Y es por el Espíritu Santo que todo aquel que cree al evangelio y reconoce a Jesús como Señor y Salvador, es pasado de muerte a vida, posicionándolo en Cristo, como hijo de Dios.
Como a Simeón en su día se le dieron las tierras cobijadas en Judá, así está la vida de todo creyente, cobijada en Cristo Jesús desde el primer momento de su conversión y para siempre.
Pero Simeón pudo mantener mejor su territorio, de no ser que la descendencia de Simei se diluyera en su decrecimiento.
Igualmente la iglesia, que está formada por todos los santos en Cristo Jesús, debe mantenerse y multiplicarse, aún se sienta arropada en Cristo, para su crecimiento y desarrollo, en conocimiento y sometimiento a la voluntad de Dios.
Y por el conocimiento, adquirido a través de la palabra de Dios, conocemos Su voluntad y Su propósito para con la iglesia en el mundo. Los cuales son la evangelización, para su multiplicación y la edificación, para su madurez y crecimiento según la estatura de Cristo.
La labor evangelística fue la primera que delegó Jesús a Su iglesia incluso antes de que esta estuviera aún constituída:
"Y es necesario que el evangelio sea predicado antes a todas las naciones."
Marcos 13:10
Luego, cuando la iglesia vino a nacer, conociéndola también como el cuerpo de Cristo, ésta, como todo cuerpo, debe alimentarse y procurar un desarrollo homogéneo y conforme a su cabeza, en este caso, conforme al carácter y a la altura de Cristo.
"Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;"
Efesios 4:11-13
Ahora toca examinar si nuestra mirada está puesta en las alturas, fructificando para la vida eterna, o más bien estamos afanados en lo terrenal y pasajero, desatendiendo nuestro crecimiento y edificación en Cristo.
Hoy nos serviremos de este Salmo, para enriquecer nuestras peticiones al Padre:
"Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas."
Salmos 119:27
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