Estas son sus habitaciones, conforme a sus domicilios y sus términos, las de los hijos de Aarón por las familias de los coatitas, porque a ellos les tocó en suerte. Les dieron, pues, Hebrón en tierra de Judá, y sus ejidos alrededor de ella. Pero el territorio de la ciudad y sus aldeas se dieron a Caleb, hijo de Jefone.
1 Crónicas 6:54-56
Después de conocer a los levitas por sus familias y funciones, el cronista se dedica a mostrar las ciudades y campos que les fueron dados.
Pero entre el detalle abre un paréntesis para acordarse de Caleb, por cuanto el territorio de Hebrón y sus aldeas les fueron dados a él.
Caleb no era Levita, ni siquiera pertenecía a ninguna tribu de Israel por linaje de sangre, aunque fuera contado como jefe de Judá. Él era hijo de Jefone, cenezeo, descendiente de Edom, este es Esaú, el hermano de Jacob, conocido por haberle dado más importancia a un plato de estofado que a su derecho de primogenitura.
Caleb no era el único cenezeo en Israel, y como más reconocido tendríamos al suegro de Moisés, Jetro, quien también era llamado Reuel, descendiente de Esaú y sacerdote de Madián.
Pero mientras que Jetro fue parte de Israel por parentesco familiar, al haberse casado su hija Séfora con Moisés, de Caleb no se detalla cómo llegó a formar parte de entre los contados en la tribu de Judá.
Lo que sí se sabe es que superó con creces las expectativas de lo que significaba formar parte entre los hijos de Israel, por su obediencia, sujección y fe.
Caleb fue enviado junto con otros once exploradores a Canaán desde Cades-Barnea, para contemplar las tierras que Dios les daba para su uso y disfrute.
De los doce que fueron a la misión, solamente dos de ellos regresaron convencidos de tomar posesión de ellas, conforme Dios las ponía en sus manos.
El resto de los observadores se acobardaron al ver que los habitantes de esas tierras eran gigantes y guerreros, por lo que amedrentaron al pueblo de tal manera que maldijeron y rechazaron el regalo de Dios, prefiriendo aún volver a Egipto o morir en el desierto.
Enfrentados a éstos estaban Caleb y Josué, que se esforzaron por reconvenir al pueblo:
"Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis."
Números 14:8-9
Pero no los quisieron escuchar, así que Dios castigó a toda esa generación a morir en el desierto, tal y como habían deseado. Además, Dios recompensó la fidelidad de Caleb con la promesa de heredar el territorio que exploró, para su disfrute y para el de sus hijos.
Cuarenta años pasaron, y cinco más. El pueblo de Dios ya no era el mismo, por cuanto todos los rebeldes perecieron en el desierto, quedando sólo sus hijos juntamente con Josué y Caleb.
Pero Caleb no se había olvidado de la promesa, así que, estando Josué liderando la repartición de las tierras, Caleb reclamó su parte, conforme Dios le había prometido.
A pesar de los años, el territorio continuaba habitado por los mismos que lo ocupaban cuatro décadas atrás. Aún así Caleb estaba decidido a tomar posesión de ella, por cuanto Dios la había puesto para él y para su familia.
Esta fue la petición de Caleb a Josué a sus ochenta y cinco años:
"Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar. Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho."
Josué 14:11-12
Y tomó Caleb la ciudad de Hebrón, echando a los anaceos con esfuerzo y valentía, en plena convicción de que Dios le daría la victoria.
Es totalmente entendible que el cronista quisiera detenerse para nombrar a Caleb y las tierras de Hebrón que les fueron dadas, después de conocer su actitud ejemplar como hombre de fe, instruído y obediente, a quien no le afectó en lo más mínimo el paso del tiempo en el ánimo y en las ganas de continuar luchando a pesar de su avanzada edad.
Teniendo en cuenta que desde que se profirió la promesa y hasta que pudo verse el cumplimiento pasaron más de cuatro décadas, a cualquiera le hubiera menguado la fe o simplemente habría acabado desestimándola.
Aunque también, sabiéndose poseedor de las tierras por promesa de Dios, Caleb pudo haber decidido vivir relajadamente y dejar que fuesen sus hijos los que se ocupasen en la posesión de ellas, total, él ya estuvo cuarenta años al servicio de Moisés.
Pero Caleb mostró su fe con una vida de sujección a Moisés y a Josué, y con gran dedicación como jefe de Judá, con lo que atañía su cargo. Bien le valió la recompensa, dada por Dios y como fruto de su esfuerzo y obediencia.
Cuando el Señor Jesucristo anduvo entre los hombres anunciando el evangelio del reino, impartía enseñanzas y le daba el correcto sentido a los mandamientos, a cumplir por todo aquel que quisiera formar parte en el reino de Dios.
Pero además de eso, el Señor profirió varias promesas, unas que se verían cumplidas a corto plazo y otras que se irían cumpliendo más adelante, hasta las que han de cumplirse en el fin de los tiempos.
Así pues, prometió que resucitaría al tercer día de su sepultura tras la consumación de su obra salvífica en la cruz del Calvario, y resucitó. Después de esto, anduvo por cuarenta días con sus discípulos y antes de ascender a los cielos, les recordó la promesa del bautismo con el Espíritu Santo, el cual dió lugar al nacimiento de la iglesia.
A partir de este momento, otra promesa se va a ir cumpliendo en todo aquel que, recibiendo el evangelio, creyere en Jesús y lo reconociere como Señor y Salvador personal, la cual es la promesa de la vida eterna y de la seguridad de salvación en Él.
"Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano."
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."
Juan 10:27-28 y Juan 3:16
¡Qué maravilloso es poder disfrutar de esta promesa cumplida en nosotros por Cristo, por medio de la fe!
Creemos que Cristo murió, resucitó y ascendió a la diestra del Padre, abriéndonos el acceso a la reconciliación con Dios y a la vida eterna. Además que también creemos que el Señor volverá, ya no para pagar por nuestro rescate, pues eso ya lo hizo, sino para reinar en Su poder y Su gloria por toda la eternidad.
Y esta es la promesa de nuestra esperanza:
"Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; El no puede negarse a sí mismo."
2 Timoteo 2:11-13
Ahora, Caleb tuvo que esperar por más de cuarenta años hasta ver el cumplimiento de su promesa, viendo morir uno a uno a toda la generación que salió de Egipto, y además sufriendo el duelo por la muerte de Aarón y Moisés, que tampoco llegaron a pisar la tierra prometida.
Pero el desánimo no estaba con él, sino que perseveró aún viéndose envejecer.
Ahora nos queda a nosotros recordar el ímpetu del primer amor y de la fe genuina que inundaba nuestro ser en nuestra juventud y en los primeros pasos en Cristo, para mirarnos hoy y decir como Caleb: "Todavía estoy tan fuerte como el día en que el Señor me salvó, pasándome de muerte a vida."
Hoy es día de tomar la vida con valentía, sabiendo que contra las adversidades Dios ya nos dió la victoria, perseverando en la fe.