Y la casa que tengo que edificar, ha de ser grande; porque el Dios nuestro es grande sobre todos los dioses. Mas ¿quién será capaz de edificarle casa, siendo que los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerlo? ¿quién, pues, soy yo, para que le edifique casa, sino tan sólo para quemar incienso delante de él?
2 Crónicas 2:5-6
Nos encontramos leyendo sobre la determinación de Salomón de edificar el templo, el desarrollo de la petición al rey de Tiro, para que le aporte materiales y artesanos.
Aprovecha para mostrar la superioridad de Dios sobre todos los dioses, por lo que es el Único y Soberano Dios Vivo y Verdadero.
Inmediatamente después leemos a un Salomón sentándose en medio de dos cuestiones cuyas respuestas nos llevan directos a la omnipresencia de Dios.
La omnipresencia es un atributo exclusivo de Dios por el cual Su presencia trasciende todos los límites, de modo que puede estar en todas partes al mismo tiempo.
No habiendo nada que pueda contener Su presencia en un sólo lugar, las dos preguntas de Salomón dejan claro al destinatario que su intención no es encerrar a Dios en una casa, sino edificar el punto de acercamiento, del pueblo a Dios, a través de ofrendas y sacrificios.
La obra de Salomón fue nombrada por Esteban cuando éste, lleno del Espíritu Santo, responde ante el concilio que los fariseos convocaron en su contra, mientras cita a Isaías, diciendo:
"Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas?"
Hechos 7:47-50
Estas y otras palabras provocaron la muerte de Esteban en manos de los fariseos y la consiguiente persecución de los primeros cristianos en Judea.
Entre los judíos se pensaba que la acción de Dios se centraba en Su pueblo y Su presencia se concretaba en el Lugar Santísimo.
De modo que la acción de la presencia de Dios, según así se concebía, iba perdiendo fuerza conforme más alejado se encontrara uno del Tabernáculo, del Templo, o de la ciudad santa, y hasta los límites de Israel.
La lectura en el libro de Jonás nos muestra una pincelada del pensamiento de que la intervención y la presencia de Dios actuaban sólo en Israel de forma exclusiva y particular.
Este profeta tuvo el cometido de presentarse en Nínive para profetizar su inminente destrucción, pero no quiso obedecer. Así que reaccionó tratando de huir de la presencia de Dios.
"Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová."
Jonás 1:3
Pero sólo le sirvió para aprender que ni aún en las entrañas de la tierra hay lugar alguno que se escape de Su presencia.
"Descendí a los cimientos de los montes; La tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; Mas tú sacaste mi vida de la sepultura, oh Jehová Dios mío."
Jonás 2:6
Aunque Salomón tenía clara la omnipresencia de Dios, es comprensible que durante el Antiguo Pacto se pudiera pensar en una presencia de Dios localizada y contenible.
Pero lo antiguo pasó y se dio paso al Nuevo Pacto con la primera venida del Señor Jesucristo. Quien siendo Dios Hijo humanado, habitó entre nosotros y se dió a sí mismo en pago por nuestros pecados, muriendo y resucitando al tercer día para nuestra redención en Él y para vida eterna.
Ascendió a la diestra del Padre y volverá una segunda vez, ya no para entregar Su vida por nosotros, sino para reinar en justicia sobre la tierra, en todo Su poder y Su gloria.
Mientras tanto Cristo ha dejado en la tierra a Su iglesia, formada por todo aquel que en Él cree, pero no la ha dejado sola, sino que en todos y cada cual de los cristianos se nos ha dado el Espíritu Santo a morar en nosotros de forma permanente, para santificación y guía conforme al carácter de Cristo.
Así que la presencia de Dios ya no sólo trasciende toda la creación, sino que cada uno en Cristo somos hechos templo del Espíritu Santo. Esto es la inmanencia de Dios en cada creyente, por medio del Hijo, adoptándonos como hijos en Cristo Jesús, y haciéndonos coherederos de Dios juntamente con Él.
No obstante aún es posible que un cristiano pueda sentirse solo, dejado o alejado de la presencia de Dios.
Esto no se debe a que la propia presencia de Dios, en el Espíritu Santo, haya abandonado al creyente. Sino que el creyente no se está sometiendo a Él, sino que antepone las obras de la carne al fruto del Espíritu, conflicto que genera problemas en su estado anímico y espiritual.
También hay que reconocer que hasta a veces pudiéramos parecernos a Jonás, obrando secretamente, al disimulo o a la hipocresía, pensando que Dios no nos ve.
Pero si la presencia de Dios fuera tan visible a nuestros ojos como un padre parado delante, supervisando atentamente cada uno de nuestros pasos, seguramente abandonaríamos de inmediato muchos malos hábitos y nos centraríamos de pleno en la obra del Señor.
Y por si acaso estemos atravesando un momento difícil en sensación de soledad y desamparo, recordemos nuestra identidad en Cristo, y Su presencia en nosotros, la cual permanece haga sol o llueva, para siempre.
"¿A dónde me iré de tu Espíritu?¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra."
Salmos 139:7-10
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