EL LAVAMIENTO, 2 Crónicas 4:2
También hizo un mar de fundición, el cual tenía diez codos de un borde al otro, enteramente redondo: su altura era de cinco codos, y un cordón de treinta codos lo ceñía alrededor.
2 Crónicas 4:2
Pasado por el altar de bronce, el cronista nos presenta otro elemento protagonista que también preside la entrada en el atrio.
Un considerable mar de fundición que, aunque no tan grande como el altar, sus medidas y su extensión en el terreno hace asumir, al verlo, que también se trata de un elemento de vital importancia en el templo.
Y estas son las medidas, convertidas a metros, que podemos leer en la Nueva Versión Internacional:
"Hizo también una fuente circular de metal fundido, que medía cuatro metros y medio de diámetro y dos metros con veinticinco centímetros de alto. Su circunferencia, medida a cordel, era de trece metros y medio."
Era llamada mar una fuente llena de agua cuya finalidad era la del lavamiento de los sacerdotes en su preparación antes de entrar al templo.
No se trataba de una costumbre casual u opcional, sino que el hecho de lavarse bien o no hacerlo podía suponerle la muerte inmediata a aquel sacerdote que quisiera acceder al santo lugar.
Se dice que era enteramente redondo, sin aristas. También se nombra un cordón de algo más de trece metros de diámetro que enmarcaba este mar.
Poco se nombra en estudios bíblicos sobre la finalidad práctica de este cordón y su significado o sentido figurado.
Lo que podemos pensar es que en la práctica podía servir para evitar que se esparciera de más el agua derramada.
En cuanto a su significado y sentido figurado podría sugerir una sumisión, una unión o un sello.
Por otro lado, el agua contenida en este mar simboliza purificación y vida.
Así que podemos ver juntos estos dos elementos: el altar de bronce y el mar de fundición. El primero es para muerte y el segundo es para vida. Y en este atrio no puede existir el uno sin el otro.
El orden, pues, era el siguiente: El sacerdote se purificaba en el mar de fundición antes y después del sacrificio ofrecido en el altar de bronce.
La purificación previa aseguraba el máximo respeto hacia la ofrenda, de manera que el animal no fuese contaminado con las manos inmundas de los sacerdotes. El agua las purificaba.
El siguiente lavamiento, y posterior al sacrificio, era algo más completo y precedía a la entrada al templo.
La práctica de purificarse en agua era conocida en el judaísmo como ablución o bautismo. Este tenía como finalidad el limpiarse de cualquier impureza, ya fuese física o espiritual, como en el caso de los copistas cuando, al reproducir las Escrituras, escribían el nombre de Dios, Yahveh, cosa que ellos entendían que este hecho atentaba directamente al mandamiento que prohíbe tomar el nombre de Dios en vano.
"No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano."
Éxodo 20:7
Cuando el escriba entendía, en su conciencia, que el texto que había copiado suponía un pecado para él, una vez terminado de escribir la palabra conflictiva, dejaban su tarea, desechando el cálamo con su tinta o agua y yendo inmediatamente a purificarse en agua, generalmente por inmersión completa, aunque también podía darse el caso de la ablución, que constaba de dejarse caer por encima el agua por medio de un vaso o similar.
El bautismo era, pues, una práctica conocida y acostumbrada en el judaísmo que también servía para el testimonio de los prosélitos, estos eran los gentiles convertidos al judaísmo, que con el acto confirmaban su compromiso de cumplir la ley como cualquier judío.
Los cristianos no solemos asimilar el bautismo como un concepto proveniente del Antiguo Pacto, sino como si Juan el Bautista de repente inaugurara esta práctica, en manifestación y reconocimiento del pecado de Israel.
De hecho, el mismo Juan practicó la purificación por aguas en muchas ocasiones, según se sospecha, al pensarse que pudo tener mucho que ver con la comunidad del Qumrán, donde se reunía una secta especial de copistas y maestros de las Escrituras, donde además existían unas pequeñas piscinas que usaban de forma rutinaria para su lavamiento de índole religiosa.
Cuando Juan fue llamado a salir para allanar el camino del Señor, anunciando el acercamiento del reino, su invitación al bautismo de la audiencia tenía la intención de que, el que se sumergía en el agua, reconociera su pecado personal y el de su pueblo asumiendo su parte y arrepintiéndose de ello.
El bautismo también supuso para Jesús el inicio de Su ministerio, con el llamamiento del Padre y la confirmación del Espíritu Santo, delante de todos los presentes, ese día, a orillas del Jordán.
"Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia."
Mateo 3:16-17
Ministerio por el que no solamente mostró Su deidad, sino que también, viviendo como hombre, se sometía aún como siervo a la voluntad del Padre.
Y a partir de Jesús, tras Su muerte, resurrección y ascensión a la diestra del Padre, el bautismo pasó de ser una práctica material, es decir, sumergirse en agua, a adquirir una connotación espiritual por cuanto todo creyente es bautizado con el Espíritu Santo, y pasado, por Él, de muerte a vida.
Ya también dejaba de ser una práctica exclusiva de los judíos para pasar a extenderse a los gentiles, siendo Pedro el testigo de la conversión del primer gentil, redimido por la fe en la sangre de Jesucristo, hecho hijo de Dios y puesto en Su iglesia.
"Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo."
Hechos 11:15-16
Por el lavamiento del Espíritu Santo y sellados por Él, en Cristo Jesús, para vida eterna, hoy es día de levantar una alabanza en gratitud al Padre por esta nueva vida en Cristo, dejando que el Espíritu nos siga forjando en un cada vez más marcado carácter de Cristo.
"Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna."
Tito 3:3-7
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