domingo, 23 de octubre de 2022

LA UNIFICACIÓN DE LOS FIELES, 2 Crónicas 11:16-17

LA UNIFICACIÓN DE LOS FIELES, 2 Crónicas 11:16-17

Tras aquellos acudieron también de todas las tribus de Israel los que habían puesto su corazón en buscar a Jehová Dios de Israel; y vinieron a Jerusalén para ofrecer sacrificios a Jehová, el Dios de sus padres. Así fortalecieron el reino de Judá, y confirmaron a Roboam hijo de Salomón, por tres años; porque tres años anduvieron en el camino de David y de Salomón.
2 Crónicas 11:16-17

Durante el reinado de Roboam, de Judá, y en la adaptación de las tribus de Israel a la nueva división en dos reinos, las diez del norte fueron llevadas a la idolatría desde el mandato de Jeroboam y en adelante, y todos los reyes que le sucederán en el trono irán de mal en peor.

Los levitas sitos en el reino del Norte partieron al Sur, pero no fueron los únicos en salir. Otros que también pusieron los pies en polvorosa de ese lugar entregado a la idolatría, fueron todos los fieles de las diez tribus sometidas a Jeroboam.

Este éxodo supondrá la unificación de todos los fieles en un mismo reino, el de Judá. Cosa que hará, con el paso del tiempo, que a todo Israelita se le conozca como judío, aunque aún le tienen que acontecer más cosas a ambos reinos de Israel, hasta que esto suceda.

Bajo el estandarte de Judá subsistieron las doce tribus, dos de ellas claramente diferenciadas, que son Judá y Benjamín, luego los levitas y los fieles de las diez tribus que se dieron por perdidas al paso de las generaciones, con la total destrucción del reino del Norte.

Es de la tribu de Judá, del linaje de David, de donde nacerá el Mesías prometido, Jesús, Dios Hijo hecho carne y viniendo a morir según anunciaron los profetas, para librar del pecado y de la muerte a todo aquél que en Él cree.

Y a pesar de que el Mesías provenga en la carne (por cuanto se hizo hombre), de una nación, de un reino y de una tribu en concreto, la acción de Su obra salvífica consumada en la cruz del Calvario no se queda sólo ahí, sino que abarcará a toda lengua, tribu y nación, a todo hombre hasta los confines de la tierra.

Así dice el apostol Juan del Señor Jesucristo, con respecto a la universalidad de la promesa de salvación de Dios al hombre por medio del Hijo:

"Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo."
1 Juan 2:2

El tiempo en que Jesús fue llevado ante Pilato y puesto a morir en la cruz del Calvario coincidía con la celebración de la Pascua judía, precisamente aquella en la que sacrificaban un cordero limpio y sin tacha, en recordatorio de la liberación de Dios a Su pueblo, de la esclavitud en Egipto.

La noche en que Dios iba a mandar muerte a todos los primogénitos en Egipto como último juicio de Dios contra la dureza del corazón de faraón, los israelitas debían sacrificar un cordero y tomarlo en familia dentro de sus casas, bañando, con la sangre resultante de su sacrificio, el dintel y los postes de la puerta de entrada de todos los pertenecientes al pueblo de Dios.

El cordero Pascual vino a ser, de todo el Antiguo Testamento, el tipo de Cristo que más representaba el plan eterno de salvación de Dios y Su inconmensurable amor y misericordia, viniendo a derramar, como manso cordero, hasta la última gota de Su sangre, por tal de que Dios pase por alto la muerte en todo corazón que se aferra a la justificación en Cristo, en reconocimiento de Su Señorío y Majestad, y con corazón contrito y sincero.

Tras Su muerte, sepultura y resurrección al tercer día, anduvo por cuarenta días más entre Sus discípulos, ya en Su cuerpo resucitado y ascendió luego a la diestra del Padre.

A diez días más, el cumplimiento de la promesa del Espíritu a los discípulos vino a coincidir con la festividad del Pentecostés, motivo principal, junto con la Pascua, del peregrinaje de todos los judíos dispersos por tierras extranjeras, que se acercaban a celebrar la fiesta solemne al templo, según la instrucción Divina.

Y de estos fieles que, a pesar de la distancia y de las dificultades, se trasladaban a Judea para acampar allá desde antes de Pascua y hasta pasado el Pentecostés, muchos acudieron al aposento alto, atraídos por el estruendo provocado al descender el Espíritu Santo en los allá congregados y en toda la casa.

No pocos fueron los que atendieron y creyeron a la palabra y al testimonio de salvación, sino indican las Escrituras que se estimó un grosso modo de tres mil personas, añadidas al cuerpo de Cristo y a Su iglesia por el Espíritu Santo.

Cumplida la promesa del Espíritu, nacía la iglesia de Cristo, inicialmente formada por judíos venidos de distintos lugares de medio oriente que, en su conversión, permanecieron unidos en Judea, congregados en un mismo sentir, sin salir de la ciudad.

Pero esto no es lo que les anunció el Señor que acontecería, cuando viniera el Consolador. Sino más bien dijo esto:

"pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra."
Hechos 1:8

Un anuncio de la expansión del evangelio que acabó siendo posible tras la muerte de Esteban por manos judías y la consiguiente persecución a la iglesia, que esparció a los creyentes a otros pueblos y a sus lugares de origen.

También Dios dispuso que Saulo pasara de ser perseguidor de la iglesia a siervo suyo, presentándosele el Señor en persona y en Su gloria cegadora, para convertirlo en Pablo, el apostol a los gentiles.

En tres importantes viajes misioneros, e incluso se habla que pudo llegar a haber un cuarto en el que pisara España, el evangelio de Jesucristo alcanzó a personas de toda lengua y nación por las predicaciones de Pablo y su obra evangelística.

Una obra evangelística iniciada por Bernabé y Pablo, y que no se detendrá hasta que el Señor se lleve consigo a Su iglesia, en la que se evidencia el milagro del Espíritu Santo, uniendo en un mismo sentir y pensar a tan variopinto compuesto eclesial, que no distingue entre idiomas, razas o aspectos socio-culturales. 

Cristo, como en su día pudo significar Judá para los fieles que huyeron de la idolatría de cada una de sus tribus de procedencia, es el estandarte de la identidad común de todo creyente en Él, el que nos hace pensar, sentir y hablar a todos la misma cosa, por el mismo Espíritu morando en nosotros, que nos guía a toda verdad por el conocimiento de Su palabra, hacia un cada vez más marcado carácter de Cristo.

Gracias a Dios que, por Su inconmensurable amor y misericordia, permitió que todo aquel que huyó de la idolatría pudiera acogerse bajo el manto del reino del Sur.

Con los avances tecnológicos de las ultimas décadas hemos comenzado a asimilar la enorme diversidad entre los miembros de la iglesia alrededor del mundo y el milagro del estar unidos en un mismo sentir, en un sólo cuerpo.

¡Cuán impresionante será cuando nos encontremos todos ante la presencia de Dios, fundiéndonos en loores a nuestro Señor Jesucristo y a nuestro Padre celestial!

El evento más esperado de la iglesia, que es el día en que el Señor nos lleve con Él, está cada vez más cerca. Va siendo hora de desechar las diferencias que nos separan a causa de nuestro origen terrenal y fortalecer nuestra unión verdadera en Cristo Jesús, en gratitud y con gozo.

"¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!"
Salmos 133:1
























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