Y dijo al rey: Verdad es lo que había oído en mi tierra acerca de tus cosas y de tu sabiduría; Mas yo no creía las palabras de ellos, hasta que he venido, y mis ojos han visto: y he aquí que ni aun la mitad de la grandeza de tu sabiduría me había sido dicha; porque tú superas la fama que yo había oído. Bienaventurados tus hombres, y dichosos estos siervos tuyos, que están siempre delante de ti, y oyen tu sabiduría.
2 Crónicas 9:5-7
Continuando con la visita de la reina de Sabá a Salomón, el cronista la describe como sincerándose al rey sobre el escepticismo que la hizo comprobar, con sus propios ojos, si era realmente cierto lo que decían sobre él.
El escepticismo es un recelo personal del que alguien puede echar mano, en defensa de su razonamiento personal, según su entendimiento y en la lógica de su propia experiencia de vida.
La reina de Sabá recibió con escepticismo todo lo que oyó decir sobre ese rey en Israel que supuestamente era tan sabio y destacado de entre los reyes.
El escéptico es incrédulo hasta que se demuestra la veracidad de aquello que su razonamiento humano se negaba a asimilar. Si el acontecimiento el cual ha escuchado, una vez investigado y comprobado personalmente, acaba siendo falso, cerrará el oído al tema para no escucharlo más.
Pero si el escéptico consigue confirmar la veracidad en primera persona, automáticamente todas aquellas dudas que envolvían su mente, desaparecen, y difícilmente podrá debilitarse su fe en aquello que antes le costaba creer.
Cuando alguien nos pregunta sobre algún personaje escéptico en la Biblia, el primer nombre que nos viene a la cabeza es el de Tomás, discípulo de Jesús y uno de los escogidos entre sus doce apóstoles.
Él quedó tan sumamente impactado al ver morir a Jesús en la cruz del Calvario que no conseguía asimilar como cierto el testimonio de Su resurrección y de Su visita física al resto de Sus discípulos.
"Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré."
Juan 20:25
Pudiera ser que en Tomás influenciara el pensamiento propio de los saduceos, que no creían en la resurrección de los muertos. De modo que el haber visto morir a Jesús con sus propios ojos le embotara la fe en aquellas palabras que Jesús dejó en preaviso:
"Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día."
Lucas 9:22
Según la ley judía un testimonio es verídico siempre que haya dos o tres testigos que lo corroboren como tal.
Pero si del sólo testimonio de los hombres dependiera que Tomás creyera en Jesús resucitado, jamás hubiera creído. Los testigos vinieron a hacer una labor similar a la del profeta Juan, anunciar al pueblo lo que Jesús confirmaría en Su ministerio.
Y por supuesto que Tomás creería de ver al Señor resucitado cara a cara, en la próxima ocasión que se presentara entre Sus discípulos. Pero la compasión de Dios por el dolido corazón de Tomás, envuelto en su escepticismo, permitió a éste tocar con sus propias manos las marcas de Su sacrificio, eliminando todo lugar a duda y afianzando su fe para siempre.
Dios, que es Omnisciente, conoce que el corazón del hombre es escéptico de por sí, a causa de su pecado. Por eso, Jesús se hizo con tres testigos de entre sus doce escogidos, para confirmar Su señorío, Su poder y Su gloria.
Jacobo, Pedro y Juan fueron llevados con Él a un monte, el cual llamamos de la transfiguración, porque allá mismo Jesús les manifestó Su cuerpo glorificado, en el centro, entre Moisés y Elías.
Y por boca de estos tres testigos se anunciará la gloria Dios y la vida eterna en Cristo, ante los judíos, y más adelante, ante todo aquel que ha podido acceder y accederá a todo testimonio escrito que aparece en la Biblia y en documentos históricos sobre los inicios de la iglesia primitiva.
La Biblia es la palabra de Dios, viva y eficaz, a través de la que Él se manifiesta de una forma personal a todo aquel que accede a ella, aunque sea con escepticismo, mas con un corazón abierto al conocimiento de Dios y de Sus obras.
También la Biblia es una espada de doble filo, esto es, que tanto afirma la fe de aquel que en ella viene a buscar a Dios o a saldar y confirmar dudas, como endurece y cauteriza la conciencia de quien la utiliza mal, deliberadamente, para engañar y esclavizar a los hombres, así como hiciera Satanás, que es la serpiente antigua, con Eva y como pretendió hacer también con Jesús, tentándole, durante su estancia en el desierto, tergiversando la palabra de Dios.
Esas conciencias cauterizadas vienen a ser la herramienta de Satanás para insuflar el engaño entre la iglesia y hacia aquellos que creen estar cercanos a Dios sin haber accedido siquiera a un conocimiento mínimo de Su palabra y del evangelio de Jesucristo.
Ya desde el primer siglo de la iglesia se manifestó este problema. Que habiéndose infiltrado los falsos conversos entre los cristianos verdaderos, estos se ocupaban de torcer las Escrituras y desviar el mensaje del evangelio por tal de que los creyentes abandonaran la verdadera fe en pos del engaño.
También debemos recordar que, además de las persecuciones por parte de los romanos, la iglesia primitiva sufría del acoso de los judíos, los cuales tenían un altísimo conocimiento Escritural, mas velado por la religiosidad.
En tiempos de la iglesia primitiva la gran mayoría de cristianos vivían dispersos a causa de la fuerte persecución que se sufría en Judea y alrededores. Aunque estos expatriados pudieran llevar una vida algo más relajada lejos de allá, la presencia de sinagogas judías en cada ciudad ponía en peligro su fe, tentados por los religiosos a volver a la ley y a negar a Cristo a cambio de asilo y protección contra los perseguidores romanos.
Le fue necesario a Pedro escribirles una carta para que perseveraran fielmente en la fe, ante todo ese sufrimiento, instándoles a estar preparados para responder en todo momento en defensa del evangelio.
"Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo."
1 Pedro 3:14b-16
A partir de estos versos conocemos la palabra apología, que es la utilizada en griego por el autor original, cuando habla de presentar defensa de la fe. Esa defensa verbal es, pues, la apología, y la apologética cristiana es la ciencia que la estudia a través de la palabra de Dios y prepara a todo creyente contra el escepticismo y los ataques de quienes niegan a Dios.
Es necesario también tener en cuenta esto, que la apologética es un buen recurso para la presentación del evangelio, ya que apela directamente al razonamiento humano. Mas hay una única forma de que el corazón escéptico sea convencido de pecado, que es la obra del Espíritu Santo directamente en la persona.
Del modo en que la reina de Sabá creyó firmemente en la sabiduría de Salomón y en sus proezas, asimismo Tomás desechó toda duda al tocar la llaga del Señor resucitado, el Espíritu Santo conduce a la confirmación inequívoca del evangelio anunciado en todo aquel que lo atiende, despertando su conciencia para el arrepentimiento y la salvación de su alma.
Nosotros creímos por la palabra de Dios y atendimos al llamado del Espíritu Santo. Por tanto, fuimos rescatados y bautizados por Él en el cuerpo de Cristo.
Debemos recordar el milagro que experimentamos en su día, cuando la redención en Cristo nos fue confirmada en persona, aún sin verlo ni tocar siquiera sus llagas, por la acción del Espíritu Santo.
Y este es el testimonio que anunciamos para la salvación de muchos:
"Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero."
1 Timoteo 1:15
Hoy es día de poner nuestro pensamiento y oraciones en todo aquel corazón que recibe con escepticismo nuestro testimonio de vida en Cristo, para que puedan ser llamados bienaventurados por el mismo Señor Jesucristo, así como la reina de Sabá a los hombres de Salomón, y el Señor a todo aquel que en Él cree:
"Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron."
Juan 20:29
No hay comentarios:
Publicar un comentario