Y habitó Roboam en Jerusalén , y edificó ciudades para fortificar a Judá. Edificó a Belén, Etam, Tecoa, Bet-sur, Soco, Adulam, Gat, Maresa, Zif, Adoraim, Laquis, Azeca, Sora, Ajalón, y Hebrón, que eran ciudades fortificadas de Judá y Benjamín.
2 Crónicas 11:5-10
Iniciamos la lectura del capítulo once, donde continuamos sabiendo algo más sobre el reinado de Roboam, en el estreno de un Israel dividido en dos reinos.
El regusto amargo por el desplante de las tribus de Israel hacia Judá, con excepción de Benjamín, provocó en Roboam las ganas de pelear contra ellos, por tal de hacerles volver a unirse en un sólo reino.
Entre tanto ya tenía todo planificado, Dios le advirtió:
"Así ha dicho Jehová: No subáis ni peleéis contra vuestros hermanos; vuélvase cada uno a su casa, porque yo he hecho esto."
2 Crónicas 11:4a
Obedeciendo, Roboam se centró, pues, en fortificarse contra futuros ataques enemigos. No pensando en los del norte, como tales, por cuanto eran hermanos, sino fortificando las ciudades más sureñas de su reino.
Roboam conseguía desquitarse de su desavenencia con Jeroboam, centrando su atención en su verdadero enemigo, el cual era Egipto, y no el reino del Norte, que al fin y al cabo continuaba siendo parte del pueblo escogido por Dios, formado por los hijos de Israel, bajo la ley de Moisés y con Abraham por padre.
Ya lo dijo el Señor Jesucristo, cuando los fariseos lo acusaron de echar demonios por Beelzebú:
"Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá."
Mateo 12:25b
¡Cuán deseable sería para las naciones paganas de alrededor que Israel se atacase a sí misma!
Acabaría siendo un banquete en mesa de sus enemigos, comidos fácilmente por ellos a causa de su conflito interno.
A pesar de que la nación acabó dividida en dos reinos, ambas continuarían bajo el amparo del Dios de Israel, bajo la sujección de la ley de Moisés y bajo la misma identidad en Isaac, como hijos legítimos de Abraham.
Además, aunque esta separación acentuaría la consagración del linaje de Judá, escogido para enviar al Mesías prometido desde el tiempo en que Adán pecó, anunciándolo como la simiente de la mujer, el cumplimiento de la promesa alcanzará a todo Israel. Y no solamente a ellos sino que, por medio de ellos, será expandida la gracia de Dios por todas las naciones.
Al tiempo, Dios Hijo se humanó y habitó entre nosotros y, muriendo y resucitando al tercer día, según Su anuncio al pueblo, ascendió a la diestra del Padre y nos envió al Espíritu Santo, para la regeneración, la santificación y la morada en todo aquel que en Él cree, en virtud de nueva criatura y de receptáculo de vida eterna, en Cristo Jesús.
Nacía pues, tras Su ascensión, la iglesia de Cristo. Gran misterio que tomaba forma como el cuerpo místico del Señor, siendo Él la cabeza y cada creyente, sus miembros.
Miembros no solamente judíos, sino de toda lengua, tribu y nación, unidos en un mismo Espíritu, sintiendo y proclamando todos la misma cosa: el amor de Cristo y Su evangelio de salvación.
En los inicios de la iglesia, su diversidad de razas y culturas fue muy difícil de asimilar, sobretodo por los creyentes judíos, a quienes les tocaba derribar todo el rechazo contra los gentiles que heredaron de generación en generación y desde la confirmación de Israel como un pueblo consagrado a Dios.
A causa de esta desavenencia existía un conflicto interno en la iglesia sita en Roma, que hizo necesario que Pablo les escribiese una carta, por tal de apaciguar las antipatías entre los creyentes judíos y los gentiles.
"Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios."
Romanos 15:5-7
Un llamado a la unidad en un mismo sentir, por el bien del objetivo común, según la voluntad de Dios, de que Su gracia sea esparcida por todo el mundo y sea glorificado en Cristo desde todas las naciones de la tierra.
Porque así lo ordenó el Señor, primeramente a Sus discípulos:
"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén."
Mateo 28:19-20
Y confirmándolo después a Pablo:
"Porque así nos ha mandado el Señor, diciendo: Te he puesto para luz de los gentiles, A fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra."
Hechos 13:47
Desde el inicio de la iglesia Satanás busca sembrar discordia entre los hermanos, intentando crear un conflicto tal, que el cuerpo de Cristo acabe atacándose a sí mismo y, por ende, llevado a su autodestrucción.
Sabemos por medio de la Palabra que esto no va a acontecer. Pero también sabemos que, a lo largo de la historia y por las limitaciones de la comprensión humana, se han ido dando diferentes grupos denominacionales dentro del cristianismo. Que lejos de fortalecer las coyunturas del cuerpo de Cristo, las fisura. De modo que hay cristianos que tratan con mayor dureza y antipatía a sus propios hermanos en Cristo que a los no creyentes, por el tema denominacional.
Disputas contra las que Pablo también tuvo que lidiar, en este caso, en la iglesia de Corinto:
"Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo?"
1 Corintios 1:12-13a
Roboam veía que las diez tribus separadas del reino de Judá serían un problema a largo plazo, y quiso luchar por volver a ser de nuevo la nación unida que regentó su padre. Pero él consiguió vencer esa animadversión y ocuparse en la defensa contra el que era su verdadero enemigo: Egipto.
Del mismo modo nos toca pasar por alto las diferencias doctrinales entre hermanos con los que compartimos la misma fe sin que afecte en lo básico al fundamento en Cristo.
No demos más lugar al verdadero enemigo, generando conflictos internos que nos debilitan y descentran de nuestro principal objetivo.
Hoy es día de escuchar la voz del Señor, en boca de Juan diciendo:
"Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano."
1 Juan 4:21
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