"Entonces dijo Salomón: Jehová ha dicho que él habitaría en la oscuridad. Yo pues he edificado una casa de morada para ti, y una habitación en que mores para siempre."
2 Crónicas 6:1-2
En la apertura de la inauguración del templo se llevó a cabo la dedicación del mismo, en el que Salomón dedicó una oración a Dios delante del pueblo, llena de alabanza y adoración, y en reconocimiento de Sus obras.
Los dos primeros versos expresan la justificación de Salomón con respecto a la edificación del templo. Presentación dirigida directamente a Dios, justo antes de dirigirse al pueblo, como un pensamiento íntimo que extrae en forma de oración.
Otras traducciones bíblicas describen dicha oscuridad como una densa nube, así como Dios dispuso para que Moisés y el pueblo en el desierto pudieran verla en representación de Su presencia.
"Entonces Jehová dijo a Moisés: He aquí, yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para siempre. Y Moisés refirió las palabras del pueblo a Jehová."
"Entonces Moisés subió al monte, y una nube cubrió el monte."
"Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo."
(Éxodo 19:9, 24:15 y 40:34.)
La representación en esta nube supondría, pues, la dosificación de Dios a su pueblo, a lo que el hombre fuera capaz de recibir y entender conforme a sus limitaciones.
La gloria de Dios es sin medida. Tanto así que la sola presentación del Señor, aún siendo en apariencia de hombre, provocó que Daniel y Juan cayeran descompuestos a sus pies, como diría Juan, casi muertos. De modo que sólo pudieron sostenerse por Él, que los fortaleció para que pudieran soportar Su presencia, en el momento en que recibían el mensaje.
Y ahora Salomón le edificaba casa y una habitación concreta donde reposara Su presencia, el Lugar Santísimo.
Pero aún siendo una edificación hecha por mano de hombre, a este habitáculo de la presencia de Dios solamente podía acceder el sumo sacerdote, y solamente en la contada ocasión de la expiación por el pecado del pueblo, no sin antes haber ofrecido primero por sus propios pecados.
Esto no dejaba de ser otra autolimitación más de Dios con el fin de aproximarse al hombre, en convivencia con Su pueblo y como oportunidad de que los hombres se acerquen a Él.
Dios prometió que moraría entre Su pueblo. Promesa representada en la densa nube, y hecha realidad en la persona de Dios Hijo, el Señor Jesucristo, humanado y habitando entre nosotros, para darnos redención y vida eterna.
Reza el dicho popular que corazón que no ve, corazón que no siente. Hasta que Dios mismo se vistió de hombre y aún así fue rechazado, porque los representantes de Israel no quisieron reconocerlo aún teniéndolo delante de sus narices.
Mas fue, este rechazo, propicio a llevar a cabo la obra salvífica en la cruz del Calvario, plan eterno de salvación trazado por Dios desde antes de la fundación del mundo.
Y en esta consumación y con la ascensión del Señor a la diestra del Padre, nos fue dado el Espíritu Santo a todos y cada uno de los que creemos que Jesús es el Señor y lo tenemos por Salvador personal, en arrepentimiento de nuestros pecados.
"Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio."
Juan 16:7-8
El Espíritu Santo es nuestro Paracleto. Parecleto es la palabra griega que se usa para hablar del Espíritu Santo como nuestro Consolador. Que a su vez es Consejero, Abogado, Maestro e Intercesor, quien nos acompaña desde el primer momento de nuestra conversión a Cristo y hasta la eternidad, haciendo de nosotros Su morada permanente.
Él es nuestro compañero incondicional de vida, quien nos conduce a un cada vez más marcado carácter de Cristo y nos recuerda Su palabra, alumbrando nuestro entendimiento y capacitándonos para poder llevarla a cabo en nuestro diario vivir.
Además Él es el testigo exclusivo y por excelencia de nuestro distintivo en Cristo al mundo, por el que expandimos el evangelio de salvación y reconciliación con Dios por medio de Él.
La intención de Salomón derivó de la interpretación de que él era el llamado a edificar casa a Dios y que ese habitáculo vendría a ser Su morada permanente.
El templo de Salomón sirvió más bien de confirmación y anuncio de esta promesa por medio de la ley ceremonial y de esta muestra visible de Su poder y Su gloria, en testimonio y guía de lo que había de venir.
Y es que durante el periodo veterotestamentario, aunque visible el lugar donde encontrar la presencia de Dios a todo aquel que lo buscara, el Espíritu Santo no moraba en el hombre sino que venía de forma circunstancial a quien Dios le placía usar, en beneficio del anuncio del plan eterno de salvación, trazado desde la eternidad.
Pero en Cristo recibimos el Espíritu Santo, por gracia de Dios y por medio de la fe, haciendo de cada uno de nosotros Su permanente morada. Habitando nuestro oscuro corazón pecador para transformarlo en uno nuevo, lleno de la luz de Cristo, impregnando nuestro ser de Su carácter.
Se puede decir, y se debe, que el cristiano nunca está solo y jamás lo va a estar.
Aunque hay que reconocer que, por nuestra debilidad humana, la sensación de soledad irrumpe en el creyente cuando, en la adversidad de las circunstancias, vemos como las personas desaparecen de nuestro lado y dejamos de sentir ese apoyo moral tan humano de ver a nuestro semejante acompañarnos en la misma experiencia.
Esto no debería ser así, sino que tenemos ejemplo en Pablo de cómo un cristiano afronta la soledad terrenal y cuán sensible ha de estar de la presencia permanente de Dios en su vida:
"En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén."
2 Timoteo 4:16-18
Usemos, pues, la percepción de desamparo como voz de alarma para fortalecer nuestra vida devocional en Cristo, por medio de la oración y de la Palabra, y en gratitud por nuestra vida nueva en Él.
Y en virtud de la permanente morada de Cristo en nosotros por el Espíritu Santo, hoy es día de fortalecernos con el siguiente oportuno consejo:
"Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre."
Hebreos 13:5-6
No hay comentarios:
Publicar un comentario