viernes, 16 de septiembre de 2022

LLENO DE SU GLORIA, 2 Crónicas 7:1-2

LLENO DE SU GLORIA, 2 Crónicas 7:1-2

Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová.
2 Crónicas 7:1-2

Una gran fiesta de inauguración se organizó para la apertura del templo, con innumerables sacrificios, loores y reconocimientos a Dios por Su gran gloria y poder, además de Su  misericordia y sostén para con Su pueblo.

En el pasaje leído, el cronista nos comenta cómo todo lo sacrificado fue consumido enteramente por Dios, enviando fuego sobre ellos. Inmediatamente se instaló Su gloria en toda la casa ocupándola por completo.

Toda esta plenitud de Su gloria era tal que el que escribe nos relata la imposibilidad que tenían los sacerdotes por entrar.  Porque la gloria de Dios llenaba todo el templo.

En tiempos en que Dios habitó entre nosotros en la persona del Hijo, el Señor Jesucristo anduvo anunciando el evangelio del reino durante Su tiempo ministerial que, por las lecturas de los evangelios, entendemos que duró un tiempo aproximado de algo más de tres años, antes de la consumación de Su obra salvífica en la cruz del Calvario.

Durante el paso entre Su pueblo, el Señor fue cumpliendo a rajatabla todo anuncio profético que delataba Su identidad como el Mesías que había de venir. Una de las señales más llamativas de Su identidad era la de resucitar a los muertos y sanar a los enfermos, incluso haciendo crecer nuevos miembros a mutilados o deformes de nacimiento, hasta creando del barro unos ojos a aquel ciego que nació sin ellos.

En las sanidades hubo muchos que fueron liberados de espíritus inmundos que provocaban la enfermedad en cuestión. 

Entre estos casos hubo uno que recibió la instrucción concreta de que se mantuviera lejos del pecado que lo había llevado a la invalidez de la que fue sanado.

"Y el que había sido sanado no sabía quién fuese, porque Jesús se había apartado de la gente que estaba en aquel lugar. Después le halló Jesús en el templo, y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor."
Juan 5:13-14

Y un "para que no te venga cosa peor" le llevaba a la necesidad de creer en quien lo sanó, como tratándose del Cristo prometido, quien le había liberado de ese mal.

Fueron grandes las multitudes que seguían a Jesús por tal de ser objetos de un milagro de sanidad, pero no a todos sanó el Señor.

Cuando los representantes de Israel se atrevieron a difamarlo delante de los hombres diciendo que sus obras eran satánicas, el Señor fue muy contundente con ellos, no sólo por su incredulidad. Sino aún más porque, sabiendo inequívocamente, por el cumplimiento de las Escrituras, que Jesús era el Mesías (como dijo Pedro, el Hijo del Dios viviente), calumniaron contra Él para no perder su estatus político, social y religioso, como la máxima representación de la ley sobre el pueblo.

Seguidamente escenificó, a modo de casa barrida y adecentada, qué sucedía en una liberación espiritual, mientras se mantuviera vacío el hueco que quedó libre.

"Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y cuando llega, la halla barrida y adornada. Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero."
Lucas 11:24-26

Porque la liberación de demonios era una práctica que ya hacían los sacerdotes de tanto en cuando. Pero el mismo sanedrín era corrupto en ambiciones, por lo que, a quien ellos liberaban no se le daba a conocer la verdad, sino que era despachado de nuevo a su antigua rutina. Por eso de ellos dijo el Señor que desparramaban en lugar de recoger fruto, obrando en contra suyo.

Para hacernos una idea, es como si a día de hoy se le practicara la liberación de un demonio a un incrédulo sin haberle hablado antes de Jesucristo, para que pueda creer y recibir en su vida el Espíritu Santo para que more en él.

Pues el sólo hecho de que el Espíritu Santo venga a morar en el hombre ya provoca que éste sea liberado de espíritus inmundos, porque donde habita la luz no puede habitar la oscuridad.

"La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella."
Juan 1:5

Otro ejemplo está en las sanidades ejercidas por mano de no creyentes, ejemplos tenemos con los que practican Reiki e imposiciones de manos derivadas de mantras anticristianos y claramente satánicos, los cuales sanan aparentemente el cuerpo o incluso el estado anímico, pero son carentes del mensaje de salvación al hombre en Cristo Jesús, por lo que, al carecer del Espíritu Santo, el sanado sigue siendo un reo del pecado y de la muerte.

Y es que la mayor liberación del hombre (y la única eficaz) es la presencia de Cristo en su vida, por su conversión a Él por medio de la fe. Es en este preciso momento en que la persona cree y reconoce a Jesús como Señor y Salvador personal, en arrepentimiento de sus pecados, cuando el Espíritu Santo viene a morar en ella, haciéndola completamente libre de toda atadura que la esclavizaba.

Igual que un envase que está lleno ya no se puede llenar más, a menos que se vacíe, así el nuevo creyente es lleno del Espíritu en el momento de su nuevo nacimiento.

Durante un tiempo el nuevo creyente va a experimentar una protección tal contra toda maldad que se pudiera decir que el mismo Dios lo está cobijando en Sus brazos, como un padre protector cobija a su bebé recién nacido, para que no le pase nada.

Pero conforme vamos madurando adquirimos conocimiento de Dios por Su Palabra, y debemos ir aprendiendo a caminar en Cristo, por lo que de los brazos del Padre pasamos a ir de la mano, hasta el día en que nos deja dar solos nuestros primeros pasos.

El caminar en Cristo sería muy fácil para los cristianos si solamente dispusiéramos de la identidad espiritual adquirida en Él por el Espíritu Santo. Pero mientras vivimos en este mundo seguimos manteniendo nuestro cuerpo de carne, el cual sigue ligado a la ley del pecado y la muerte, habiendo en nuestro diario vivir una cotidiana contradicción entre nuestra voluntad en la carne y la voluntad del Espíritu.

Cuando nos dejamos vencer por lo carnal vamos ocupando de nuevo nuestro corazón de altares personales. Y aunque Dios es fiel y nos salva una vez y para siempre, Su Santo Espíritu puede menguar en nosotros tanto como dejemos de atenderlo, hasta el punto de llegar a apagar su acción en nuestra vida, lo cual nos dejaría totalmente insensibles a la voluntad de Dios y desprovisto de Su protección, contra toda tentación o ataque de maldad.

Es por eso que podemos ver a cristianos verdaderos viviendo una vida más propia de quien no conoce a Dios, que no ora ni se nutre de Su palabra, limitando su mirada a lo terrenal y pasajero, como cualquier mortal sin esperanza, que necesita de lo material para sentirse de algún modo seguro.

Toda esta reflexión derivada del pasaje de hoy nos ha de llevar a meditar en cuán llenos estamos del Espíritu Santo, como para no dejar entrar en nuestra vida todo aquello que nos turba y entorpece en el diario vivir en Cristo.

¿Serán muchos los altares personales que habré estado construyendo de nuevo, después de haber experimentado el milagro de la salvación el día en que nací de nuevo? Caprichos, holgazanería, enfados o egoísmo... ¿Con qué estoy alimentando mi alma?

Hoy es día de pasar lista de todo aquello que resta atención y espacio a nuestra relación con Dios, y despojarnos de lo que no aprovecha para dejarnos llenar enteramente de Él.

"En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad."

"No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu."
(Efesios 4:22-24 y 5:18)












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