Y también al extranjero que no fuere de tu pueblo Israel, que hubiere venido de lejanas tierras a causa de tu gran nombre, y de tu mano poderosa, y de tu brazo extendido, si viniere, y orare hacia esta casa, tú oirás desde los cielos, desde el lugar de tu morada, y harás conforme a todas las cosas por las cuales hubiere clamado a ti el extranjero; para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre, y te teman así como tu pueblo Israel, y sepan que tu nombre es invocado sobre esta casa que yo he edificado.
2 Crónicas 6:32-33
En medio de la oración de Salomón, nos detenemos en este punto, llamándonos la atención el hecho de que el rey se acuerde de los extranjeros, mediando por cada uno de ellos que se arrepienta y busque a Dios, sabiendo que la promesa de salvación al hombre no es exclusiva del judío, sino que por el judío es llevado el anuncio de la promesa al resto de las naciones.
Dios no tiene limitación alguna, ni en poder ni en amor o justicia. Es por eso que del mismo modo que Su justicia caerá sobre todas las naciones sin excepción, asimismo ha caído Su amor para, que por Su gracia en Cristo, puedan hallarse justos por la fe, delante de Él.
Para los judíos el extranjero solía ser una persona inmunda, indigna de compartir espacio con él y mucho menos tocarlo, pues podría contaminarlo de su inmundicia.
Pero esto era una percepción religiosa y cultural emanada del corazón del hombre, ya que en ningún momento Dios muestra este tipo de animadversión contra el extranjero. Sino más bien al contrario, usándose de él cuando ha sido necesario, para darle espacio en la memoria de la historia de Israel, y así confirmar Su voluntad de que Su pueblo llegue a ser uno, formado por toda lengua, tribu y nación.
Eso sí, hasta que se consumara la obra salvífica en la cruz del Calvario, era necesario que el pueblo de Dios viviese dando fruto de su consagración a Él. Y esto implicaba explícitamente que Su pueblo no se mezclase con otros pueblos que no tenían a Dios, mas sin embargo se hacían con sinnúmero de ídolos, que provocarían que el pueblo de Dios abandonara su santificación para adquirir la cosmovisión y las religiones paganas.
La paradoja está en que, a pesar del aparente repudio del judío al gentil, la historia de Israel viene teñida de infidelidad a Dios desde el mismo momento en que el pueblo fue rescatado de la esclavitud en Egipto, e incluso desde antes, aunque aún no hubiera recibido el mandamiento expreso al respecto.
Sin embargo sabemos, por las Escrituras, de extranjeros que tomaron parte de la fe en el Dios de Israel. Con especial relevancia en aquellas mujeres que tuvieron parte en la genealogía de Jesucristo, Rut y Rahab, la viuda moabita y la ramera de Jericó, que además manifestaron una mayor fidelidad a Dios que los hebreos, aún en medio de sus adversidades.
Y Jesús vino a marcar el nexo de unión de Dios para con el hombre, en el mismo Espíritu, así como del judío para con el gentil en Su mismo pueblo.
"Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades."
Efesios 2:14-16
Y la paradoja más grande es que aún hay quien, rescatado por la fe e injertado en la vid verdadera en Cristo Jesús, se deja seducir por pensamientos legalistas y ceremonias religiosas con la intención de hacerse pasar por judío, como si éste tuviera mayor derecho de salvación que el extranjero.
Esto sucede a causa de la inmadurez del creyente, ya sea por su reciente conversión o por falta de conocimiento de la palabra de Dios.
Y a estos débiles en la fe acuden los judaizantes, aquellos que insuflan un panorama religioso que para nada congenia con el evangelio de salvación y hace retroceder a las obras de la ley, aquellas que marcaban la condena al hombre por medio de los mandamientos (porque no hubo ni habrá jamás un sólo hombre en la tierra capaz de cumplir totalmente la ley para ser salvo por ella, a excepción de Cristo, el Salvador, quien era Dios mismo encarnado).
Las sectas judaizantes existen desde que existe la iglesia de Cristo y la lucha contra ellos se ve reflejada en las cartas del Nuevo Testamento, especialmente en las Paulinas, donde el apostol se muestra mordaz contra ellas, llamando a sus lacayos mutiladores del cuerpo, (porque incitaban a los creyentes a circuncidarse como señal de salvación).
"Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los mutiladores del cuerpo."
Filipenses 3:2
El mandamiento que arroja Pablo a los Filipenses es muy claro, que se guarden de los mutiladores del cuerpo. Porque su proselitismo no se presentaba de cara en medio de la iglesia, como con un cartel que rezara "somos judaizantes y te venimos a captar". Sino que, haciéndose pasar por cristianos, y a veces hasta más cristianos que el mayor de los creyentes de la iglesia, captaban la atención de cualquiera que les cediese oído, entramando en sus mentes pensamientos legalistas que lo fueran apartando poco a poco de la fe.
Viendo, pues, como el cronista plasmó la intercesión de Salomón por el extranjero que buscaba a Dios, afirmando que recibiría el mismo trato que el judío que busca de Él, ¿qué necesidad tendrá el gentil de aparentar ser judío? ¿No hará, acaso, el ridículo entre el judío y el gentil, por no comportarse ni como lo uno, ni como lo otro?
Cristo es la vida y sólo en Él hay salvación, libertad y vida eterna. Volver a la ley de Moisés sería como mantenerse en el ayo que nos lleva a Él, sin querer llegar a Él como destino.
Luego también los creyentes podríamos aplicar esta porción de la oración de Salomón de la siguiente manera: Si Salomón incluye al extranjero en sus oraciones para la salvación de su alma, ¿cuánto me acuerdo yo de los incrédulos en las mías, para que sean sensibles al evangelio de Jesucristo y puedan ser salvos por Él?
Hoy es día de meditar bien en si estamos tratando al incrédulo como el judío trataba al extranjero o con la mira compasiva de Salomón, en deseo de que sus ojos sean abiertos y reciba también de la gracia de Dios cuando clame a Su nombre.
Y si por si acaso nos sintiéramos más dignos de salvación que otros, como si la exclusividad de la cruz del Calvario fuera nuestra, recordemos que la gracia de Dios en Cristo se extiende a todos, y no solo a unos pocos.
"Cercano está Jehová a todos los que le invocan, a todos los que le invocan de veras."
"Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo."
(Salmos 145:18 y 1 Juan 2:2)
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