Mas si vosotros os volviereis, y dejareis mis estatutos y mandamientos que he puesto delante de vosotros, y fuereis y sirviereis a dioses ajenos, y los adorareis, Yo os arrancaré de mi tierra que os he dado; y esta casa que he santificado a mi nombre, yo la arrojaré de mi presencia, y la pondré por burla y escarnio de todos los pueblos. Y esta casa que es tan excelsa, será espanto a todo el que pasare, y dirá: ¿Por qué ha hecho así Jehová a esta tierra y a esta casa? Y se responderá: Por cuanto dejaron a Jehová Dios de sus padres, que los sacó de la tierra de Egipto, y han abrazado a dioses ajenos, y los adoraron y sirvieron: por eso él ha traído todo este mal sobre ellos.
2 Crónicas 7:19-22
Finalizamos la lectura del capítulo número siete del segundo libro de Crónicas, con la respuesta de Dios a la oración que Salomón hizo durante la inauguración del templo.
Dios respondió favorablemente, no sin advertir también de las consecuencias que acarrearía el pueblo en caso de que éste se desviara en apostasía.
El aviso de un pueblo desarraigado, echado de su tierra y su templo puesto por burla y escarnio de las naciones, debería servir de advertencia suficiente como para que jamás a Israel se le ocurriera desviarse un sólo milímetro de la ley y de la fidelidad a Dios.
Pero bien podemos citar el Salmo catorce en alusión a la tendencia rebelde de Israel, en vaticinio de lo que había de ocurrir conforme se sucedieran las generaciones de los reyes.
"Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno."
Salmos 14:2-3
El templo de Salomón se construyó pensando que jamás sería destruido, ya que venía a ser la casa de Dios y el distintivo de Israel entre las naciones.
Las dimensiones del templo no eran grandes, pero el hecho de que en su interior no había un solo ídolo llamaba poderosamente la atención y la curiosidad de los paganos de alrededor. Por lo que pudo haber servido de tema perfecto para llevar la ley al conocimiento de las naciones y por ende, la promesa del Redentor, por cuanto fue dada desde Adán, implicando no sólo a un pueblo, sino a toda la humanidad.
"Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar."
Génesis 3:15
Pero ocurre que Israel prefirió parecerse a las naciones paganas de su alrededor, antes que marcar la diferencia en consagración a Dios. Por lo que se hizo con los ídolos y las creencias supersticiosas de los gentiles, justamente como Dios advirtió que no hiciera.
Y así acabó destruído el templo por los hombres de Nabucodonosor y, aunque un siglo después el templo volvería a ser levantado por Zorobabel, aún el pueblo volvería a desviarse.
Entonces vendría el imperio Griego a profanar el templo, levantando un ídolo y sacrificando cerdos a sus dioses en el altar.
La nación consiguió recuperar el templo, cosa que al tiempo acabó reformándose y ampliándose por Herodes. Y aunque el pueblo retomó la ley y las ceremonias pertinentes, ya se había transformado todo en simple costumbre religiosa, por la añadidura de preceptos y doctrinas puramente humanos, por el sanedrín, que representaba la cúpula religiosa y política de Israel.
En ese tiempo vino Cristo, en cumplimiento de la promesa del Redentor, anunciando el reino y devolviéndole el sentido correcto a la ley, de la cual Él es el fin.
Mas la ceguera de los altos cargos de Israel y su sed de poder eran tales, que no quisieron reconocer a Jesús como el Mesías, más bien lo mandaron a la cruz.
Cruz en la que justamente Dios trazó el plan desde la eternidad, en la que debía morir el Hijo, en pago por todo el pecado del mundo, para la salvación de todo aquel que en Él cree.
Muerto, resucitado y ascendido a la diestra del Padre, el Señor nos mandó el Santo Espíritu para hacer morada en todos y cada uno de sus creyentes, como templo de Dios en cada uno, de forma permanente y hasta la eternidad.
Aunque paralelamente continuó su historia aquella parte de Israel que no quiso reconocer a Cristo, como a la espera de aquel Mesías que se ajustara más a su interés terrenal que a la voluntad de Dios.
No era de esperar que el templo fuera destruído de nuevo, esta vez por orden del emperador Tito en el año setenta de la era Cristiana.
Ya no ha vuelto a haber más templo desde entonces, aunque las Escrituras ya anuncian que habrá otro durante los tiempos de la gran tribulación.
Entre tanto, toda persona que viaja a Israel para contemplar los vestigios del escenario Bíblico, ha de observar cómo una mezquita se levanta allá donde antes estaba la casa de Dios, que Salomón construyó en su día, mientras se pregunta mentalmente: "¿Por qué habrá permitido Dios esto con su pueblo y con su templo?"
"Y se responderá: Por cuanto dejaron a Jehová Dios de sus padres, que los sacó de la tierra de Egipto, y han abrazado a dioses ajenos, y los adoraron y sirvieron: por eso él ha traído todo este mal sobre ellos."
2 Crónicas 7:22
Del mismo modo que el Israel actual vive sintiéndose inmune a cualquier consecuencia que pueda acarrear su incredulidad, pensando que, cumpliendo con sus costumbres religiosas, ya pueden vivir el resto del tiempo abrazando el paganismo, pudiera ocurrir que como cristianos y por ende, habitando el Espíritu Santo en nosotros, cayéramos en pensar que tenemos la libertad de abrazar prácticas y costumbres a sabiendas de su origen pagano, sin esperar que acarree en nosotros consecuencia alguna.
Hoy tomaremos la burla y el escarnio que supuso Israel, a ojos de todo el mundo, en tantas épocas de la historia, y nos servirá de ejemplo para examinar nuestra vida de fe cristiana.
Sirvámonos de la siguiente advertencia de Pablo mientras nos preguntamos: "¿Están siendo fieles mis pasos en Cristo, o los estoy desviando hacia lo terrenal y pasajero?"
"No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna."
Gálatas 6:7-8
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