miércoles, 7 de septiembre de 2022

LO QUE PERMANECE, 2 Crónicas 5:10

LO QUE PERMANECE, 2 Crónicas 5:10

En el arca no había más que las dos tablas que Moisés había puesto en Horeb, con las cuales Jehová había hecho pacto con los hijos de Israel, cuando salieron de Egipto.
2 Crónicas 5:10

Continuamos la lectura de este quinto capítulo en el que el cronista nos lleva al momento en que el arca fue puesta en el templo de Salomón.

Entonces se abre un pequeño paréntesis  donde se nos descubre el contenido del arca, que en ese entonces sólo constaba de las tablas de Moisés.

No es que se quiera expresar poca cosa al decir "sólo", sino que hubo un tiempo en que el arca contuvo algo más.

Y es que, durante la estadía en el desierto, Moisés depositó también en su interior un cuenco con maná y la vara florecida de Aarón.

Pero con el paso del tiempo estos dos complementos acabaron desapareciendo, siendo que permanecieron solamente las tablas de los diez mandamientos.

Conocemos a los diez mandamientos como la ley moral de Dios al hombre. Ésta es la que muestra el estándar de cómo ha de ser un hombre santo y justo delante de Dios.

Para que así sea, es necesario cumplir a rajatabla con todos y cada uno de los diez mandamientos. De modo que si se transgrede en lo más mínimo en alguno de ellos, ya ha transgredido toda la ley.

Sólo Dios es perfecto y sólo en Él puede ser perfecto el hombre.

Adán fue el hombre que más cerca de la perfección estuvo, siendo el primer humano creado por Dios y hecho a Su imágen y semejanza.

Pero su imágen se desvirtuó al transgredir el único mandamiento negativo que Dios le había impuesto, el cual tampoco era muy complicado de cumplir, y era el siguiente:

"Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás."
Génesis 2:16-17

Pero más que el fruto en sí, el hombre codició el obtener de esa ciencia que proporcionaba, con la idea de ser igual a Dios y adquirir, con ello, la autosuficiencia.

La consecuencia de este acto fue catastrófica, cortándose instantáneamente esa unión entre Dios y el hombre a causa del pecado y viniendo a tomar parte la muerte sobre toda la tierra.

En una muestra de inconmensurable amor y misericordia, Dios prometió que un día vendría un Redentor para cortar con esta maldición, restaurar la relación del hombre para con Él y tomar de nuevo el trono de Su reino sobre la tierra.

"Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar."
Génesis 3:15

Y en esta fe se mantuvo el pueblo de Dios, de manera que toda mujer israelita deseaba tener un hijo varón y que éste llegara a ser aquel Mesías prometido que los librara del yugo de pecado y de muerte.

Aún debían pasar milenios desde la primera promesa de salvación hasta que se cumpliera ésta en el Señor Jesucristo.

Mientras tanto, Dios estableció que el hombre pudiera acercarse a Él por medio de una ley, dada por Él a Moisés, la cual sería el distintivo de Israel, comprendiendo el carácter moral y la práctica ceremonial de un pueblo consagrado a Dios.

Y cuando el carácter del Mesías prometido se plasmaba en la ley moral  grabada en piedra y representada por diez mandamientos, el pueblo se centró más bien en lo tocante a las ceremonias  añadiendo, según su interpretación propia del bien y del mal y de la voluntad de Dios, varios preceptos y mandamientos nuevos, sacados de su corazón.

Tal fue así que cuando toda la ley ceremonial debía mostrarles a Cristo, cuando Él vino fue rechazado por ellos, ya que la percepción de Su pueblo se acabó anclando en lo terrenal. Les fue imposible reconocer que Jesús era el Mesías, a pesar de cumplir con toda señal descrita por los profetas, delante de sus narices.

No por todos fue rechazado, pues le siguieron muchos discípulos durante Su estancia en la tierra.

Y Jesús, en Su labor ministerial hasta la cruz del Calvario, instruía a sus discípulos en Su carácter, devolviendo el buen sentido a los mandamientos, durante lo que conocemos como el Sermón del Monte.

Y un "oísteis que fue dicho, pero yo os digo" amasaba de nuevo la perfecta ley moral de Dios al hombre en los corazones de quienes le seguían creyendo en Él y teniéndolo como autoridad.

No obstante, hasta los mismos doce escogidos personalmente por Jesús se veían tentados por los conceptos religiosos veterotestamentarios. Tanto así que incluso los tres más allegados al Señor, estos eran Pedro, Jacobo y Juan, aún viendo al Señor en Su gloria en el monte de la transfiguración, lo igualaron en importancia a Moisés y a Elías, representados allá hablando con Él.

Pero Dios Padre tomó parte en ese momento:

"Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd."
Mateo 17:5

Hay que reconocer que al hombre siempre le ha sido más fácil confiar en el hombre que en Dios, no porque no quiera confiar en Él, sino porque esta confianza requiere de una fe altruista y que invita a la negación del ego.

Quizá nos podamos sentir más generosos, que egoístas. Lo cierto es que todo humano preferimos transformar lo terrenal en algo más digno que lo Divino, para saciar nuestras concupiscencias sin necesidad de humillar el corazón delante de Dios.

Y en este punto, aunque regenerados por el Espíritu Santo, los creyentes, en conjunto como Iglesia o de forma individual, vivimos bajo la misma tentación mientras permanecemos en este mundo.

A veces nuestra confianza se ha depositado más en lo que dijera aquel predicador famoso que en la palabra de Dios, dándole amenes sin siquiera observar la necesidad de examinarlo a través de las Escrituras.

Otras tantas veces, y esto muestra cuán anclado nuestro corazón esté en las cosas de este mundo, nuestra confianza se basa en cosas más pasajeras que, aún sean  materiales inertes, les acabamos dando más importancia incluso que a la palabra de Dios.

Esto sucede cuando basamos nuestro día a día y nuestra seguridad en un puesto de trabajo, en el dinero, en posesiones o en las personas de alrededor.

Pero sucede que, igual que el maná y la vara de Aarón desaparecieron con el tiempo, permaneciendo solamente las tablas de piedra de Moisés, también todo lo tocante al hombre se desvanece, pero la Roca, que es Cristo, permanece para siempre.

"Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre."
1 Juan 2:17





















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