Y cuando Jehová vió que se habían humillado, fue palabra de Jehová a Semaías, diciendo: Se han humillado; no los destruiré; antes los salvaré en breve, y no se derramará mi ira contra Jerusalén por mano de Sisac. Pero serán sus siervos; para que sepan lo que es servirme a mí, y que es servir a los reinos de las naciones.
2 Crónicas 12:7-8
Continuando con la lectura de lo acontecido durante el reinado de Roboam, recién leemos sobre el ataque masivo y sorpresivo a Judá por parte de Sisac de Egipto.
El profeta Semaías es enviado por Dios para hablar con el rey y sus principales, diciendo: "Así ha dicho Jehová: vosotros me habéis dejado, yo también os he dejado en manos de Sisac."
Ya no quedaba la menor duda que en este ataque tan dañino, que llegó incluso a la ciudad de Jerusalén, no iban a tener la protección Divina que les guardó hasta la fecha.
Les tocaría sufrir, pues, el desamparo total ante un enemigo que invirtió todas sus fuerzas en atacarles, como recordando los viejos tiempos de las tropas invencibles del guerrero David.
Entre el horror y la vergüenza, se humillaron y reconocieron el justo pago por su rebelión.
Tras su humillación, respondió Dios con su perdón, tal como leemos en el texto, mas sin librarles de las secuelas de este ataque, que les tocará pagar con una vida de servidumbre a Sisac. Como dice el Señor, para que se den cuenta de la abismal diferencia entre lo que es servir libremente a Dios, en Su amor y misericordia, y lo que supone hacerlo en la opresión de este mundo.
A partir de este acontecimiento, la historia del reino de Judá se verá manchada con tintes de amenazas y servidumbre a otras naciones, en mayor o menor medida, según la fidelidad del rey de turno.
Hubo un tiempo en que el hombre vivió en un entorno carente de problemas. Todo era perfecto. No existía el hambre, ni la enfermedad, ni el cansancio ni la preocupación...
Adán tuvo el privilegio de pisar el Edén y de tomar de sus frutos. Pero no le bastó, y llegó el momento en que la idea de independizarse tomó forma, clavando sus dientes en el fruto de la perdición.
Perdición que no sólo afectó a él y a Eva, sino que por su simiente vendrá a sufrir inevitablemente el resto de la humanidad, con la muerte por secuela.
Las secuelas atestiguan la necesidad de rescate y restauración del ser humano, y la existencia perecedera de su carne en este mundo.
Dios mostró Su misericordia desde el primer momento en que se anunciara la simiente de la mujer, en presentación de Su plan eterno de salvación, trazado desde la eternidad, para que todo aquel que creyera en Su promesa alcanzara Su gracia y la justificación por medio del Hijo de la promesa.
Y el Hijo nos fue dado, Dios encarnado y habitando entre Su pueblo, mostrando con Su presencia el cumplimiento de la promesa y el inminente fin de la acción del pecado y de la muerte en todo aquel que lo reconocía.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."
Juan 3:16
Lamentablemente muchos fueron los que, en su ceguera, negaron a Dios teniéndolo aún delante de sus narices (y conociendo el valor de Sus señales).
Jesús sufrió en su carne hasta quedar irreconocible allá, clavado en el madero. Y en Su sufrimiento, planificado desde antes de la fundación del mundo, tenemos hoy libertad. Habiendo sido muerto y sepultado, resucitó al tercer día y ascendiendo a la diestra del Padre nos envió al Espíritu Santo, sello de pertenencia a la vida eterna en Él.
En Cristo hemos sido libertados de esa secuela espiritual que nos ataba a condena. No así de la carnal, por lo que nuestro cuerpo físico obedece a la ley terrenal, atado al envejecimiento, a la enfermedad y a la muerte de esta carne, como así expresa Pablo:
"Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día."
2 Corintios 4:16
Hay que reconocer que a veces se torna agotador el tener que lidiar con las limitaciones de este cuerpo. ¿Cuántas veces el dolor y la enfermedad nos ha tenido postrados en cama? Muy a menudo dejamos que el dolor físico melle en nuestro estado de ánimo.
Hoy es día de tomar todo el sufrimiento de nuestra carne y soportarla, sabiendo que nuestra alma está guardada en Cristo.
El Señor nos fortalezca y ni el dolor, ni las crisis, ni los enemigos, ni siquiera el tiempo, alteren nuestro gozo y nuestra paz recibida en nuestro Señor Jesucristo. Sea que las únicas secuelas que sintamos sean las marcas de Cristo.
"De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús."
Gálatas 6:17
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